NoticiaEl santo de la semana

San Carlos Lwanga y los 22 mártires de Uganda

Imagen de Carlos Lwanga (círculo blanco) en la misión de los padres blancos junto a muchos de los jóvenes que lo acompañaron al martirio
Publicado: 03/06/2021: 12001

El 3 de junio celebramos a san Carlos Lwanga, un nombre que reúne en realidad a un grupo de 22 jóvenes que dieron la vida por defender su fe en época de persecución y que son conocidos popularmente como los mártires de Uganda.

Carlos nació en la década de los sesenta del siglo XIX en el reino de Buganda (al sur de la actual Uganda) y había sido instruido en la fe por los padres blancos que misionaron aquel país. Trabajaba en la corte real como mayordomo del rey Mwanga, de hecho era considerado su favorito. Desde su posición, trató de evangelizar a los numerosos jóvenes que componían el servicio real. Estos, a raíz de su conversión al cristianismo, se negaban a los requerimientos sexuales del rey que, al enterarse de que los cristianos no iban a ceder a sus deseos, montó en cólera y mandó ajusticiarlos. Pero, para hacer aún más cruel su decisión, los mandó ir andando hasta el lugar de su ejecución, a 27 millas que fueron para ellos un auténtico Via Crucis.

Por el camino, fueron objeto de numerosas vejaciones y muchos fueron asesinados en el mismo trayecto, lanceados, colgados y clavados en los árboles.

El 3 de junio de 1886, los que lograron sobrevivir fueron quemados vivos junto a otros fieles anglicanos que también habían sido condenados por su fe en Cristo.

Mientras pasaban al Padre, permanecieron rezando, sin quejarse, sostenidos por la gracia.

Cristianos son los que rezan

Cuentan las crónicas que el rey Mwanga escenificó la condena a muerte
de los mártires de Uganda reuniendo a toda su corte y separando a los cristianos del resto diciendo: “Aquellos que no rezan quédense junto a mí, los que rezan (los “basomi”, en su idioma) quédense allá”.

Y es que la oración es signo de identidad del cristiano. Creer en Dios significa que podemos dirigirnos a Él buscando su escucha, su consuelo, su favor. Los jóvenes conversos encontraron en la oración el pozo en el que ir a saciar su sed, el lugar donde Jesús se hace el encontradizo. La oración, que es don de Dios, fue la que los delató y, al mismo tiempo, la que les dio las fuerzas para ser testigos del amor hasta sus últimas consecuencias.

Antonio Moreno Ruiz

Periodista y portavoz de la diócesis de Málaga

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