Sentada en el banco le veo pasar. Su paso es corto y acelerado siempre. Cuando pasa con el alba puesta, la lleva en volandas, parece más un superhéroe que un cura, y pienso…  ¡en el fondo es verdad! Es un depósito de angustias cuando confiesa, un chispazo rápido cuando hay que tomar un decisión de manera precipitada, un amigo que bromea y sonríe cuando está entre jóvenes y una cabeza con una gran memoria que recuerda todos los nombres de sus feligreses.

Lo he visto con cara de agotamiento en esta etapa, con la caída que hay en los ojos cuando te invade la tristeza que da ver gente marcharse sola con el único acompañamiento de una mano extraña, con la preocupación de tener personas pidiendo para poder comer y vestir a sus hijos en un confinamiento donde todo se hacía doblemente complicado, y la angustia y la emoción de celebrar una Semana Santa con los bancos vacíos… He visto en la puerta de su despacho colas de personas con necesidad de hablar con él y, a pesar de la carga y falta de tiempo, jamás ha negado un ratito para escucharlos, aunque tuviera a su madre esperando fuera.

Su entrega a los jóvenes, al futuro de la Iglesia, con la fuerza de su carisma, amor y esa entrega siempre sonriente y llena de fuerza, me emociona, no solo porque sé que está asegurando el futuro en la Iglesia, sino porque me asegura que los superhéroes existen y no siempre llevan capa, a veces, alba blanca…