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Misa Crismal (Catedral-Málaga)

Publicado: 28/05/2020: 8296

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga en la Misa Crismal celebrada el jueves 28 de mayo de 2020 en la Catedral de Málaga.

MISA CRISMAL

(Catedral-Málaga, 28 mayo 2020)

 

Lecturas: Is 61,1-3.6-9; Sal 88,21-27; Ap 1,5-8; Lc 4,16-21.

 

Centrarse en lo esencial

 

1.- El evangelio de Lucas nos recuerda las palabras de Jesús en la sinagoga de Nazaret, comentando al profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (Lc 4, 18). Ésta es la hermosa misión que Cristo nos ha confiado, queridos presbíteros y diáconos.

En este tiempo de pandemia hemos tenido que “inventar”, en sentido etimológico del término (“in-venire”), encontrar nuevas formas de ejercer nuestro ministerio; es decir, descubrir nuevas maneras, aplicar métodos nuevos, encontrar caminos nunca transitados anteriormente.

Deseo felicitaros por vuestra inventiva y creatividad, para seguir ofreciendo a los fieles cristianos, en medio de las dificultades del confinamiento, la salvación de Dios. Eso es hacer “pastoral”; término que utilizamos para designar otras cosas. La pastoral es hacer llegar la salvación de Dios a los fieles; y es la tarea propia del pastor-sacerdote en nombre del único Buen Pastor, Jesucristo.

Aunque las puertas de nuestros templos hayan estado cerradas, la Iglesia ha seguido celebrando el misterio pascual, a través de vuestro ministerio sacerdotal; y los fieles han podido participar de las celebraciones de la fe con sus familias, aunque fuera a través las nuevas tecnologías.

Como recordaba el papa Pablo VI sobre las celebraciones litúrgicas sin pueblo: «Toda misa, aunque sea celebrada privadamente por un sacerdote, no es acción privada, sino acción de Cristo y de la Iglesia, la cual, en el sacrificio que ofrece, aprende a ofrecerse a sí misma como sacrificio universal, y aplica a la salvación del mundo entero la única e infinita virtud redentora del sacrificio de la Cruz» (Pablo VI, Mysterium fidei, 4). No es necesario explicar más, porque lo hemos vivido todos en este tiempo.

 

2.- Deseo agradecer vuestra dedicación y entrega generosa en estas circunstancias hostiles y amenazantes riesgos para la salud. Habéis estado en medio del dolor, acompañando los sufrimientos de tantos enfermos y sus familias; habéis alentado al pueblo cristiano en toda circunstancia, ofreciendo el perdón de Dios y el consuelo de la fe; habéis ofrecido vuestra oración por los difuntos, para que el Señor los acogiera en su reino de inmortalidad; habéis celebrado la Eucaristía, centro y culmen de toda vida cristiana (cf. Concilio Vaticano II, Christus Dominus, 30). Esto ha sido lo más importante; la Iglesia ha seguido celebrando el misterio pascual, a través de vuestro ministerio.

Agradezco, además, vuestro testimonio de caridad fraterna, concretizada en la atención a los más necesitados. Las parroquias han sido y son centros de atención caritativa, a pesar de las limitaciones. Comentaba algún sacerdote que las personas que iban a pedir ayuda a las parroquias en este tiempo, estaban acostumbradas a ver a los voluntarios de caritas parroquial; pero esta vez han visto al párroco que les atendía personalmente y este hecho les ha ayudado a asimilar que “caritas” es la Iglesia; y que no se trata de un simple voluntariado de una organización no-gubernamental (ONG).

Cuando, al inicio de la pandemia, algunos sacerdotes pedíais que nuestra Diócesis hiciera un gesto elocuente y público, que se conociera, porque otras diócesis así lo hacían, os respondí que nuestra iglesia particular, estaba haciendo siempre multitud de gestos de caridad, incluso antes de la epidemia, y que no era necesario pregonar en los medios de comunicación. Con motivo de esta crisis sanitaria la Diócesis ha realizado también gestos extraordinarios, que no deseamos publicitar, como dice el Evangelio: «Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha» (Mt 6, 3).

Queridos sacerdotes, sois testigos de fe, de esperanza y de caridad en esta tribulación, que aún seguimos viviendo. Muchas gracias por vuestra entrega en el ministerio, que el Señor nos ha confiado y encomendado.

 

3.- Os participo el testimonio de un científico, profesor universitario, diputado e ilustre laico católico italiano, casado y con seis hijas, Enrique Medi (1911-1974). Ahora es Siervo de Dios y está en curso su proceso de beatificación. Mantuvo una relación personal y de colaboración con los papas Pio XII y Pablo VI. Como cristiano amante de la Eucaristía, escribió a los sacerdotes unas palabras que suenan muy actuales:

“Sacerdotes, no soy sacerdote y nunca me he considerado digno ni siquiera de ser un monaguillo. Siempre me he preguntado cómo vivís vosotros después de haber celebrado la Misa. Cada día tenéis a Dios en vuestras manos (…). Con vuestras palabras transformáis la sustancia de un trozo de pan en el Cuerpo de Jesucristo en persona. ¡Obligáis a Dios a bajar a la tierra! ¡Qué grandes sois! ¡Sois creaturas inmensas! Las más potentes que puedan existir (…). ¡Os imploramos que seáis santos! Os queremos al pie del altar. Para construir obras, fábricas, periódicos, trabajo, para correr de aquí para allá… somos capaces nosotros. ¡Pero para hacer presente a Cristo y perdonar los pecados, solo sois capaces vosotros!”.

En esta época de pandemia hemos tenido que reducir nuestro ministerio a lo esencial, a lo más propio del sacerdocio. Tal vez es un aviso del Señor, para volver al núcleo de nuestro ministerio y animar a los fieles

laicos a asumir las tareas que les competen por su compromiso bautismal, que a veces asumen también los sacerdotes. ¡Hay que dar cancha a los laicos!

 

4.- Deseo recordar unas palabras del papa Francisco, pronunciadas durante la oración celebrada en la Plaza de San Pedro, al inicio de la pandemia, cuyas imágenes han girado el mundo entero:

Señor, “nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas (…). Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21) (Papa Francisco, Homilía en el momento de oración en tiempos de epidemia. Vaticano, 27.03.2020).

Referido a la Iglesia universal la unidad pasa por la comunión con el Papa (cf. Lumen gentium, 23; 25), como dice el adagio latino: “Una cum et sub Petro”; y en la iglesia particular es el obispo el centro de unidad (cf. Ibid., 30); “nihil sine episcopo”.

En este difícil momento histórico, que nos toca vivir, es muy necesaria la comunión y la unidad en la Iglesia. Unidos todos en Jesucristo por la comunión del Espíritu Santo podremos ser verdaderos testigos del Evangelio.

 

5.- Este año no hemos podido reunirnos todos los sacerdotes, debido a la pandemia del coronavirus. Pero estáis en la Catedral una buena representación de todo el presbiterio de la Diócesis con algunos laicos y religiosos.

Vais a renovar, queridos presbíteros y diáconos, las promesas de vuestra ordenación. Agradecemos a Dios habernos elegido (cf. Jn 15,16) y su regalo del ministerio. Y a vosotros, como ya he dicho al inicio, agradezco vuestra entrega, creatividad y fidelidad a la Iglesia.

Nos unimos a todos los sacerdotes, que no pueden participar hoy en esta celebración, pero están unidos espiritualmente a nosotros.

Queridos fieles laicos y religiosos, gracias por rezar y amar a vuestros sacerdotes.

Contemplando la cercana fiesta de Pentecostés, unámonos en oración con María, la Madre del Señor, pidiendo al Espíritu que nos transforme a imagen de Cristo sacerdote. Amén.

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