NoticiaHermandades y Cofradías Procesión extraordinaria de Expiración. Un relato Publicado: 02/05/2020: 20053 Alfonso Crespo es párroco de San Pedro y director espiritual de la Archicofradía. Un hermoso lema: «El encuentro de dos devociones», alienta la celebración del Centenario de la refundación de la Archicofradía del Santísimo Cristo de la Expiración y Nuestra Señora de los Dolores Coronada. Habíamos trazado todo un Programa de celebraciones religiosas y de actos culturales, que culminarían el dos de mayo, día del Centenario, con una Eucaristía presidida por nuestro obispo. No lo podremos festejar presencialmente: el confinamiento nos lo impide. El dos de mayo al atardecer, que es la hora del amor, se abrirán virtualmente las puertas de la Parroquia de San Pedro y desde dentro, tan solo acompañados por el calor de la devoción saldrán, en un orden inverso, las imágenes de Nuestra Señora de los Dolores y del Santísimo Cristo de la Expiración. Pero el amor y la devoción rompen todas las barreras, porque conservan imágenes grabadas en la memoria virtual del espíritu. Y esta memoria inmaterial no necesita de la presencia física sino que se activa simplemente con el deseo: entorna los ojos e imagina que el Cristo de la Expiración viene hasta ti y sin tocar a tu puerta, porque tiene la llave de tu corazón, se mete en el salón de tu casa; asómbrate si intuyes que una mano cariñosa se posa en tu hombro, en el ajetreo de la cocina, y apretando te dice: «¡No tengas miedo, yo estoy contigo!». Y al volverte, dibujas en tu sonrisa el rostro de la Virgen de los Dolores. Voluntariamente no se había programado, con motivo de esta significativa efeméride, ninguna salida extraordinaria de los Sagrados Titulares. Sin embargo, dadas las circunstancias, este año habrá, sin previo aviso, una procesión excepcional. Sí, será la procesión más sorprendente de la historia, con el itinerario más largo en las crónicas de la Agrupación. El día dos de mayo al atardecer, que es la hora del amor, se abrirán virtualmente las puertas de la Parroquia de San Pedro y desde dentro, tan solo acompañados por el calor de la devoción saldrán, en un orden inverso, las imágenes de Nuestra Señora de los Dolores y del Santísimo Cristo de la Expiración: será la Madre, como única y dulce Cruz guía, la que vaya abriendo el cortejo en las calles silenciosas de una ciudad desierta, porque ella representa la fortaleza de cada madre que por amor a sus hijos rompen el miedo de todos los confinamientos. Y sus ojos mirarán hacia atrás buscando al Hijo que le sigue con las fuerzas desgastadas, a punto de expirar. La plaza de Enrique Navarro, sin nazarenos, sin banda, sin devotos, sin toques de himnos ni de campana... se inundará de una luz cálida que recubre de misterio la noche y una nube de incienso descenderá con discreto olor: ¡la procesión está en la calle! Solo se ha oído, como capataz, una voz femenina: «¡Adelante, Hijo!» La procesión iniciará un itinerario sorprendente, desafiando todas las retrasmisiones televisivas, sorteando todas las fotografías: no se quieren testigos gráficos de esta extraordinaria salida, solo se permiten las imágenes grabadas en el corazón. La Avenida de Andalucía nos conducirá en volandas, en un pulso sostenido, hasta girar a la derecha y embocar el Hospital de Carlos Haya: primera parada, con el toque de campana del dolor. María de los Dolores, se despojará del manto y dejará a los pies de la Cruz del Hijo la Corona. Se adentrará, sola, en el Hospital con aire decidido: un beso a la enfermera de turno, un abrazo al médico de guardia y abrirá la puerta de la UCI, cubierta por el EPI del amor; tocando frentes, apretando manos, hará llover sobre todos los enfermos una copiosa «petalada de besos». Luego saldrá presurosa, agradecida a los capellanes, alentando con su sonrisa las fatigas de celadores y personal de mantenimiento. Cada uno de ellos, provocará una cascada de whatsaap: «¡nos visitó el mejor refuerzo!». En la calle, de nuevo, será Jesús Nazareno quien tomará la iniciativa. Cubrirá con el manto a su Madre, para protegerla del frío relente del dolor y cargará son su Cruz dirigiendo sus pasos por la alargada calle de la Amargura, que conduce por barrios insospechados de procesiones hasta desembocar en la plaza del gran silencio del Cementerio. De pronto, la simulada cruz sin Cristo que, desde el exterior, preside la capilla mayor se inundará de luz: el fuego del amor grabará la imagen de la Expiración en aquella cruz desnuda. Y se oirá, en el sosiego imponente de la noche, una Octava Palabra de un mudo Pregón: «¡Padre, que donde voy yo estén también estos que tú me has dado!». Un palmear callado se oirá en la amplitud del Campo santo, y el eco retumbará en todos los cementerios y columbarios de la ciudad... Las palabras del Crucificado han convertido el silencio de los muertos en un aplauso de vida. Un twiter se hace viral: «donde abundó la muerte, sobreabundó la vida». La noche se ha cubierto de estrellas. Y comenzará la vuelta a su templo... La Madre y el Hijo, se sentirán acompañados, viviendo cruces magníficos en las esquinas de la ciudad. A su paso, las luces de un coche de policía abrirá cortejo, supliendo el rítmico paso de la Guardia Civil; las calles se mostrarán relucientes con el brillo del agua que van volcando los camiones de limpieza; militares vestidos de verde esperanza y bomberos atentos custodiarán la tranquilidad del sueño; una ambulancia romperá el silencio, cantando con su sirena una desgarrada saeta; los golpes de los contenedores sobre los camiones de basura, rememorarán los golpes mudos de campana; los largos camiones, simulando largas filas de nazarenos, asegurarán el supermercado de la solidaridad; un repartidor de periódicos cruzará el cortejo de acera a acera, alumbrando la noticia; viajeros anónimos, voluntarios del amor, guardarán distancias en el bus o en el metro, buscando el encuentro del Cotolengo, del Buen Samaritano, de las Hermanitas de los pobres... rompiendo la soledad de un anciano anónimo en cualquier Residencia. El batir de alguna ventana denunciará el insomnio de un anciano que aguarda la llamada de los hijos... El llanto de un niño nos alertará que sigue la vida... Y todos se sentirán confortados con el paso de tan singular procesión. Callejones del Perchel se volverá a estrechar, recordando viejas pandemias, para rozarse con sus devociones y conmemorar su encuentro. En esta procesión de vuelta, Cristo retendrá su muerte en lenta expiración para alentar la vida... María, ocultará sus siete dolores para poner bálsamo en todos los pechos heridos. El paso del extraordinario séquito convertirá la angustia en esperanza, el dolor en serena alegría. Llegará, sin hora, ante la fachada de la Casa Hermandad: solo se oirá el fluir de la fuente, como un llanto por todas las penas, por todas las soledades y por todas las muertes: nunca una procesión comenzó tan sola y terminó mejor acompañada. Y viviremos un extraño encierro. Se entreabrirá solo una puerta, empujada sin salir de casa, por la fuerza del corazón de todos los devotos. Se detendrá la Virgen ante el Cristo, cediéndole el paso. El Hijo pedirá a la Madre que se acerque... y con los clavos de la Cruz en una mano, tomará con la otra, de nuevo, la corona y la ceñirá en sus sienes. De una ventana entreabierta, se escapará el son de la Marcha de Coronación... En la noche cerrada, confinada como las noches del sepulcro, el Cristo y la Virgen se adentrarán en la intimidad de las capillas, convirtiendo la soledad en un deseo contenido de esperanza porque la Madre guarda bien en su corazón la promesa del Hijo: la oscuridad de la muerte se romperá con la alborada del día que anuncia el alegre pregón de la Resurrección de su Hijo... de todos sus hijos.