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Misa del aniversario del fallecimiento del Card. Fernando Sebastián (Seminario-Málaga)

Foto de archivo de la Misa exequial del cardenal Fernando Sebastián, en la Catedral de Málaga // S.FENOSA
Publicado: 24/01/2020: 7389

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Misa del aniversario del fallecimiento del Card. Fernando Sebastián, celebrada en el Seminario de Málaga el 24 de enero de 2020.

MISA DEL ANIVERSARIO DEL FALLECIMIENTO 

DEL CARD. FERNANDO SEBASTIÁN 

(Seminario-Málaga, 24 enero 2020) 

 

Lecturas: 1Sam 24,3-21; Sal 56,2-6.11; Mc 3,13-19. 

 

1.- Respetar a los ungidos del Señor 

Como hemos escuchado en la lectura bíblica, el rey Saúl, temeroso de que el joven David, que había vencido a Goliat, le arrebatase el trono, salió con tres mil hombres en busca de David para matarlo (cf. 1Sam 24,3). Todo un ejército para matar a una persona, que se consideraba como una pulga. 

Sin embargo, David, teniendo la oportunidad de matar a Saúl, respetó su vida (1Sam 24,5), tomando un pedazo de su manto como testimonio (cf. 1Sam 24,6). David respeta la vida del “ungido del Señor”. Y dijo a sus hombres: «El Señor me libre de obrar así contra mi amo, el ungido del Señor, alargando mi mano contra él; pues es el ungido del Señor» (1Sam 24,7). Saúl ha sido elegido por Dios para ser rey y ha sido ungido para esa misión. 

La actitud de David es una gran lección para nosotros, que nos anima a respetar al prójimo, a todo fiel cristiano por ser ungido en las aguas bautismales; y también a quienes ha puesto Dios como pastores de la Iglesia, ungidos para representar a Cristo, Sacerdote, Maestro y Pastor. 

El papa Francisco nos recuerda de manera insistente que no debemos hablar mal de los demás; más bien, que debemos amarlos y respetarlos. Y con mayor razón, debemos respetar a nuestros pastores, que ejercen el ministerio sacerdotal en nombre de Jesucristo y lo representan sacramentalmente. Es fácil hablar bien de un amigo; pero no debemos criticar a quienes no nos caen bien. 

El ejemplo de David nos anima a todos a respetar y a obedecer con docilidad a los pastores de la Iglesia, ungidos para la misión que les ha sido encomendada. Y D. Fernando fue un gran pastor de la Iglesia. 

 

2.- Agradecer a Dios el regalo de los pastores 

El evangelio de san Marcos presenta la llamada de Jesús a los apóstoles: «Jesús subió al monte, llamó a los que quiso y se fueron con él» (Mc 3,13). Es una llamada libre y gratuita; es un don del Señor y la encomienda de una misión. 

Jesús los envió a predicar y les dio autoridad para expulsar a los demonios (cf. Mc 3,15). 

Hoy queremos agradecer el regalo que supuso para la Iglesia la presencia y el ministerio de los Doce Apóstoles. Y, al mismo tiempo, damos gracias a Dios por el regalo que todos disfrutamos de los sucesores de los apóstoles, los obispos. Con las limitaciones propias de todo ser humano y con las virtudes y defectos que todos tenemos, los pastores son necesarios para la vida de la Iglesia y la santificación de las almas. 

Hoy damos gracias a Dios por haber llamado a D. Fernando al ministerio sacerdotal y episcopal, de cuyo magisterio hemos disfrutado; y seguimos disfrutando a través de sus escritos. Nos une hoy a todos los presentes una intención común: dar gracias a Dios por la persona y el ministerio episcopal de D. Fernando Sebastián. Cada uno de nosotros ha vivido una relación personal diversa con él. Pero todos hemos sido enriquecidos por su sabiduría y magisterio, su buen hacer, su cordialidad, su buen humor, su pastoreo y sabio gobierno. 

Después de un año de su partida de entre nosotros, le recordamos con afecto y con gozo. Él sigue presente en nuestros corazones, en la oración, en el recuerdo y en el diálogo interior que mantenemos con él. Cuántas veces habréis pensado, lo que un servidor: “Si estuviera D. Fernando, le preguntaría sobre este problema; o le comentaría este tema, para escuchar una palabra amiga y orientadora". 

 

3.- Celebrar el misterio pascual 

El magisterio de D. Fernando es muy amplio, como teólogo y como pastor. En relación con la Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana, que necesita del sacerdocio ministerial para su celebración, quisiera ofrecer aquí unas reflexiones suyas, que explicó en la Homilía en la Misa “In Coena Domini” del Jueves Santo (Catedral-Málaga, 29 marzo 2013). 

La Eucaristía es el memorial del misterio pascual del Señor. Celebramos esta Eucaristía pidiendo por alguien que ya ha participado de la muerte temporal y ha sido insertado en el misterio pascual de la resurrección. 

Decía D. Fernando sobre la Eucaristía: “Viéndose a las puertas de la muerte, Jesús la aceptó en su corazón y se ofreció al Padre celestial como el verdadero cordero degollado víctima de la verdadera Pascua. Vivió anticipadamente la verdad de su muerte inocente, la aceptó como sacrificio de reconciliación y liberación, y se la entregó a sus discípulos como alimento de salvación, ‘Tomad y comed, tomad y bebed’. Esta es mi vida ofrecida por vosotros”. 

Es lo que estamos haciendo esta tarde, queridos hermanos: celebrar el memorial de la muerte y resurrección del Señor. Como decía D. Fernando: “La Eucaristía es el desbordamiento del amor. Se desborda el amor de Jesús que se ofrece al Padre como víctima por todos los pecados del mundo; se desborda también el amor de Jesús hacia nosotros, entregando su vida para librarnos del poder del demonio y del pecado. Se desborda el amor del Padre que nos entrega a su Hijo, para que él rompa el imperio del mal en el mundo, para que nosotros lleguemos a ser hijos con Jesús y como Jesús”. 

En su reflexión D. Fernando nos dejaba una pregunta: “¿Cómo podremos celebrar auténticamente estos misterios?”. A veces parece que “comulgamos con ruedas de molino”; es decir, no acabamos de meternos en el misterio pascual, pasando de puntillas sin entrar en profundidad. Y algunos cristianos asisten al banquete pascual, sin comer del banquete. 

Y él respondía así: “Ante todo fortaleciendo nuestra fe en ellos, asumiéndolos como la verdad fundamental de nuestra vida. Sí, es verdad, que Jesús ofreció su vida por nosotros. Es verdad que viene a nosotros y puede cambiarnos el corazón. Es verdad que Dios viene a nosotros por medio de su Hijo Jesucristo y transforma nuestros corazones sustituyendo el egoísmo por el amor, la codicia por la esperanza, el pecado por la gloria de la vida divina. La Eucaristía nos recubre con la piedad y con el amor de Cristo, nos hace hijos de Dios; Dios mismo nos acoge con Cristo como hijos perdonados, renovados y queridos”. 

Y terminaba con una invitación a transformar el mundo y a construir un mundo nuevo, “tal como Dios lo quiere; un mundo sin egoísmos, sin mentiras, sin codicias ni perversiones”. 

Las circunstancias actuales de nuestra sociedad, queridos hermanos, exigen a los cristianos un testimonio valiente, para transformar el mundo a la luz del evangelio y según la voluntad de Dios. 

En esta eucaristía damos gracias a Dios por la persona y el ministerio episcopal de D. Fernando; y pedimos al Señor que lo tenga en su gloria, gozando de la luz verdadera y de la verdad eterna. 

D. Fernando, como bien sabéis, fue un “buscador de la Verdad”, es decir, de Dios. Su lema episcopal se titulaba: “Veritas in caritate” (La verdad en la caridad). En su estudio de la teología había temas que él deseaba desentrañar hasta el fondo, intentando profundizar en el misterio; y él decía que cuando llegara al cielo le preguntaría algunas cuestiones de teología a santo Tomás y a otros grandes teólogos. En este tiempo lo he imaginado allá arriba dialogando y discutiendo con los santos teólogos. Suponemos que ya lo ha hecho; aunque seguramente no habrá tenido la necesidad de hacerlo, porque allí todo está iluminado por la Luz y por la Verdad de Dios. Esto es un consuelo para todos nosotros. 

Deseo que esta Eucaristía, celebrada con devoción y pidiendo con cariño por D. Fernando, nos anime, como él nos decía, a vivir con mayor la celebración de los misterios pascuales; para que nos transformen de veras por dentro y, una vez transformados, podamos también transformar nuestra sociedad, que tanta necesidad tiene. 

Que la Santísima Virgen María, de la que era gran devoto, como verdadero claretiano e “hijo de María”, le tenga siempre de su mano. Amén.

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