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Restauración del templo parroquial de San Pedro Apóstol (Corumbela)

Publicado: 16/01/2016: 14675

Homilía pronunciada por D. Jesús Catalá en la Eucaristía con motivo de la restauración del templo parroquial de San Pedro, el 16 de enero de 2016, en Corumbela.

RESTAURACIÓN
DEL TEMPLO PARROQUIAL DE SAN PEDRO APÓSTOL
(Corumbela, 16 enero 2016)

Lecturas: Is 62, 1-5; Sal 95, 1-3.7-10; 1 Co 12, 4-11; Jn 2, 1-12.
(Domingo Ordinario II-C)

1. El Señor nos ha convocado en esta tarde para que podamos darle gracias por las maravillas que obra en nosotros. Dios despliega su poder en favor del pueblo de Israel otorgándole un nombre nuevo y ofreciéndole la salvación y la gloria, como hemos escuchado en la primera lectura: «Verán las naciones tu justicia, todos los reyes tu gloria, y te pondrán un nombre nuevo pronunciado por la boca del Señor» (Is 62, 2). El trato con el Señor renueva a la persona.

Si antes la ciudad de Jerusalén era llamada “Abandonada” o “Desolada”, después de la intervención de Dios sería llamada «Mi Complacencia» y «Desposada» (Is 62, 4).

El templo parroquial de Corumbela vuelve a relucir hoy como en sus mejores tiempos. La restauración, que entre todos hemos realizado, ha vuelto a hermosear su rostro. Ahora puede ser contemplado como una obra bien hecha y ser admirada por todos.

2. El párroco, D. Pedro, nos explicaba al inicio de la celebración, las obras que se habían hecho: una obra importante de restauración estructural y no solo una cirugía estética. Aplicado a la comunidad parroquial podríamos decir que también tiene que renovarse; y no solo con “cirugía estética”, sino de modo estructural. De la misma manera que se han puesto unas cinchas perimetralmente, para evitar que el templo se desmorone o se raje, la comunidad está invitada a poner unos vínculos de amor y de fraternidad, que cohesionen a todos los miembros de la comunidad y unan la comunidad a la Iglesia.

Deseo remarcar que hemos hecho una acción conjunta de Iglesia, que se concreta en distintos niveles: parroquias, diócesis e Iglesia universal. Los lazos de fe, amor y esperanza cristiana se viven en esta comunidad parroquial como se viven en el resto de la Diócesis y en toda la Iglesia.

Invito al párroco a que dirija y coordine la restauración de la comunidad parroquial, afianzando la fe, cohesionando a los fieles y dando buenos frutos. Habiendo renovado el templo parroquial, tenéis un motivo especial para renovar la comunidad.

3. Deseo agradecer la colaboración de todas las personas e instituciones, que han puesto su ilusión y su aportación de modos diversos; de todos aquellos que de una manera u otra han aportado su tiempo y su esfuerzo.

Ahora debemos seguir colaborando para sufragar los gastos de la obra realizada, que queda la mayor parte por pagar. Pero el Señor es providente y nos concede lo que necesitamos.

La Diócesis es una familia, en la que nos ayudamos unos a otros, según las necesidades. Se encuentra entre nosotros el Vicario de la Diócesis para Asuntos Económicos, que ha visitado varias veces esta obra; y hoy se reunido con los fieles que llevan la contabilidad en las parroquias, para explicarles los criterios diocesanos de economía y actualizar los datos y programas de contabilidad.

En la Diócesis somos solidarios: cuando una parroquia pequeña no puede sufragar sus gastos, se le ayuda con la aportación de las otras comunidades parroquiales. Ya sabéis que no es verdad lo que critican algunos de que la Iglesia tiene mucho dinero. Es cierto que tenemos muchos inmuebles, sobre todo templos; pero no podemos venderlos, porque están construidos para realizar las actividades propias de la Iglesia. Supongo que vosotros no estaríais dispuestos a vender vuestro templo parroquial (Los fieles responden que no). Los templos y demás inmuebles nos cuesta mucho mantenerlos. Y lo hacemos a base de las colectas, cuotas y donativos que los fieles ofrecen a la Iglesia. Somos como una familia, que comparte sus bienes en favor de todos sus miembros; en una familia no todos los miembros aportan lo mismo. En la Diócesis unas comunidades cristianas ayudan a otras en sus necesidades. Hemos de ser conscientes que el Obispado no es como el ministerio de “Hacienda”.

4. Después de haber reflexionado sobre lo material, pasamos ahora a la visión espiritual. El templo está formado por muchos elementos: piedras, madera, losas, mármol, cemento, yeso. Pero no es una masa informe e indeterminada, ni un montón de elementos yuxtapuestos; sino más bien un conjunto armónico, donde cada elemento ocupa su lugar y realiza su función.

Así es la Iglesia; en ella, como nos ha dicho san Pablo: «Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos» (1 Co 12, 4-6).

Cada cristiano ocupa su lugar propio y tiene su misión específica; no todos realizan las mismas funciones; eso sería caótico. Un coro no podría funcionar si todos tocaran el mismo instrumento; y si todos cantaran la misma voz, no habría armonía de voces.

Cada cristiano debe examinar qué misión tiene en la Iglesia. De la misma manera que el templo ha quedado bien organizado y embellecido, así también debe ser la comunidad parroquial; en ella cada cual debe realizar bien su misión.

El párroco es la cabeza, que dirige y coordina la comunidad parroquial, como el Obispo es la cabeza de la Diócesis y el Papa la cabeza de la Iglesia universal. Y los demás fieles, en perfecta armonía, construyen el edificio trabajando para el bien común; de este modo «en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común» (1 Co 12, 7). Es el Espíritu quien distribuye sus dones según su beneplácito (cf. 1 Co 12, 11). Al igual que en un coro el director lleva la batuta, corresponde al párroco dirigir la comunidad parroquial; como el señor alcalde decide lo que hay que hacer en un ayuntamiento.

El sacramento del bautismo nos hizo hijos de Dios, nos injertó en el misterio pascual de Jesucristo y nos incorporó a la Iglesia. Entonces se nos dio una misión, propia del sacerdocio común de los fieles que exige nuestra colaboración, como dice el Concilio Vaticano II (cf. Lumen gentium, 10-12).

5. En el evangelio se nos ha narrado el episodio de las Bodas de Caná de Galilea, a las que acudieron Jesús, su madre María y sus discípulos (cf. Jn 2, 1-2).

Faltó el vino y la madre de Jesús le dijo a su Hijo: «No les queda vino» (Jn 2, 3). María, como mujer y como madre, está atenta y es solícita a las necesidades que descubre: “No se ensimisma, no se enfrasca en su mundo, su amor la hace «ser hacia» los otros (…) María, en ese momento que se percata que falta el vino, acude con confianza a Jesús: esto significa que María reza. Va a Jesús, reza. No va al mayordomo; directamente le presenta la dificultad de los esposos a su Hijo (…) Ella nos enseña a dejar nuestras familias en manos de Dios; nos enseña a rezar, encendiendo la esperanza que nos indica que nuestras preocupaciones también son preocupaciones de Dios” (Papa Francisco, Homilía en el parque de los Samanes-Guayaquil, 6.07.2015).

Las mujeres soléis ser muy intuitivas; por ello tenéis en la Iglesia una misión especial: descubrir las necesidades e informar a quien corresponda. En nuestra sociedad hay muchos adolescentes utilizados, niños que son utilizados como soldados, jóvenes sin ilusión cuya vida está vacía, mujeres maltratadas y algunas incluso asesinadas, enfermos desamparados, ancianos abandonados incluso por sus hijos; todos ellos no tienen vino, viven solos y tristes, sin amor y sin calor de hogar; les falta la chispa de la vida y viven apesadumbrados.

6. La respuesta de Jesús ante la advertencia de su madre es un tanto desconcertante: «Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2, 4). Pero «su madre dijo a los sirvientes: Haced lo que él diga» (Jn 2, 5). Estas palabras “dirigidas a los que servían, son una invitación también a nosotros, a ponernos a disposición de Jesús, que vino a servir y no a ser servido. El servicio es el criterio del verdadero amor. El que ama sirve, se pone al servicio de los demás” (Papa Francisco, Homilía en el parque de los Samanes-Guayaquil, 6.07.2015).

Jesús, a instancias de su Madre María, pide a los sirvientes que llenen unas tinajas y convierte el agua en vino (cf. Jn 2, 6-7). Jesucristo ha venido a traer el vino nuevo de su amor, del gozo y de su presencia; el buen vino de la mejor solera; como el vino dulce de la Axarquía. Jesús siempre está cercano a los hombres en sus dificultades; se sienta a nuestra mesa y comparte nuestras alegrías y nuestros llantos.

Tenemos que obedecer el mandato de Jesús y llenar nuestra tinaja de agua; es decir, aportar lo que somos y tenemos. El resto lo hará el Señor y nos llenará de su amor.

Caná es símbolo de la Eucaristía, donde el agua mezclada con vino se convierte en el sacramento de Jesucristo; en el cáliz se añade al vino una gota de agua significando nuestra participación en el misterio pascual. En la eucaristía el vino es la sangre redentora derramada por el Señor. De este modo también crecerá nuestra fe en él, como les ocurrió a los discípulos (cf. Jn 2, 11).

Hoy damos gracias a Dios, porque nos ha concedido restaurar este hermoso templo y formar una familia de hermanos, que compartimos la misma fe y el mismo amor. Y tal como hemos escuchado en el Evangelio, a invitación de la Virgen María, hagamos lo que el Señor nos diga, ofreciendo a la Iglesia y a los demás los dones que Dios nos ha regalado. ¡Que cada uno aporte lo mejor que tenga y gracias por la aportación de todos! Amén.

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