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Asamblea general de "CONFER"

Don Jesús Catalá, junto al cardenal Aquilino Bocos CMF y al cardenal Carlos Osoro
Publicado: 13/12/2019: 5015

Homilía pronunciada en la Asamblea General de "CONFER", en Madrid el 12 de noviembre de 2019.

ASAMBLEA GENERAL DE “CONFER”

(Madrid, 12 noviembre 2019)

Lecturas: Sab 2,23 – 3,9; Sal 33,2-3.16-19; Lc 17,7-10.

1.- Llamados a la inmortalidad

El libro de la Sabiduría, que hoy hemos escuchado, centra la atención sobre el lema de esta Asamblea: «Sabed cuál es la esperanza a la que habéis sido llamados» (cf. Ef 1,18). La Sabiduría afirma que el hombre está llamado a la inmortalidad: «Dios creó al hombre incorruptible y lo hizo a imagen de su propio ser» (Sab 2,23). Ésta es la gran esperanza que tenemos: ser imagen de Dios y estar llamados a la inmortalidad. Ésta es la gran esperanza cristiana.

Dice por contraste que los que no tienen esta esperanza y no viven esta llamada a vivir la inmortalidad ni a asemejarse a Dios son unos “insensatos”. Este término, no siendo un insulto, es mucho más profundo que un insulto. Ser insensato es no tener sentido en la vida, ser un «sin-sentido». Cuando uno pierde el norte de su vida o el fundamento en sus pies resulta un in-sensato, un sin-sentido, porque ha perdido el verdadero sentido de su vida.

Los cristianos y, de modo específico las personas de especial consagración, sois testigos de esta esperanza: ser imagen de Dios y estar llamados a la inmortalidad. Somos personas agraciadas en el sentido más profundo que pueda tener el ser humano. Somos sensatos, somos personas con sentido.

Puede suceder, por desgracia, que alguna persona de especial consagración pierda este sentido y se vuelva insensato”. Cuando uno pierde el norte; es decir, cuando pierde el fundamento de su vida, pierde al mismo tiempo el deseo y la esperanza de inmortalidad, y resulta ser un “insensato” porque no se apoya en Dios.

Sois testigos de esto ante los insensatos de este mundo, que los hay muchos. Por eso los insensatos, como dice el libro de la Sabiduría, no entienden nuestra vida; no entienden que uno ofrezca su vida gratuitamente, que haya mártires, que haya testigos de la fe.

La gente pensaba que morían y que perdían esta vida; pero ellos viven, ellos son felices, ellos están en la inmortalidad. «Los insensatos pensaban que habían muerto, y consideraban su tránsito como una desgracia; y su salida de entre nosotros, una ruina, pero ellos están en paz» (Sab 3,2-3).

Es probable que el Señor no nos pida el sacrificio cruento de nuestra vida. El Señor no nos ha pedido, al menos hasta ahora, que entreguemos nuestra vida de manera inmediata y cruenta. Nos pide que la entreguemos día a día; y eso es un testimonio quizás más difícil de hacer, porque en una sociedad que no busca a Dios, que no lo tiene como horizonte de su vida y vive sin sentido, resulta difícil dar testimonio de la esperanza cristiana.

Le pedimos al Señor en esta celebración que nos refuerce en esta sensatez, en esta vida con sentido, en esta llamada y en esta esperanza de la vida inmortal y de la vida de unión con el Señor, porque somos hechos a imagen suya.

2.- Testigos de la esperanza

El libro de la Sabiduría continúa diciendo: «Sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes bienes, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de él» (Sab 3,5). El Señor nos criba, nos purifica, nos prueba como oro en el crisol; y, a veces, eso nos molesta. «Los probó como oro en el crisol y los aceptó como sacrificio de holocausto» (Sab 3,6).

Vivimos cierta contradicción dentro de nosotros: queremos ser testigos, pero cuando el Señor nos pone a prueba y nos pone como el oro al crisol, nos rebotamos a veces.

El lema de esta Asamblea dice: «Sabed cuál es la esperanza a la que habéis sido llamados» (cf. Ef 1,18). El papa Benedicto comenta este texto de san Pablo, quien recuerda a los Efesios cómo antes de su encuentro con Cristo no tenían en el mundo «ni esperanza ni Dios» (Ef 2,12). Naturalmente, él sabía que habían tenido dioses, que habían tenido una religión; pero sus dioses se habían demostrado inciertos y de sus mitos contradictorios no surgía esperanza alguna. A pesar de los dioses, estaban «sin Dios» y, por consiguiente, se hallaban en un mundo oscuro, ante un futuro sombrío (cf. Benedicto XVI, Spe salvi, 2). Sin embargo, nosotros tenemos un futuro con mucha claridad, porque estamos llamados a la inmortalidad.

En este mundo hay mucha gente con muchos dioses y hemos ser testigos de un Dios y de un futuro cierto, de una vida futura y eterna, de una vida del más allá, que es la que da sentido a la vida de aquí.

3.- Siervos inútiles del Señor

En el Evangelio pregunta Jesús a sus interlocutores sobre la tarea de los siervos: «¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: Enseguida, ven y ponte a la mesa? ¿No le diréis más bien: Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú?» (Lc 17,7-8).

Fijaros que el Señor nos llama «siervos inútiles»; pero tal vez no lo creemos. ¿Creéis que sois siervos inútiles? Responderéis que no, porque hacéis muchas cosas buenas. Somos siervos inútiles en el sentido dicho en el Evangelio: «Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17,10).

¿Qué nos toca hacer a nosotros? Entregar la vida, dar testimonio, vivir con alegría, dar sentido a nuestra vida y ayudar a los demás a encontrarlo. Eso es lo que nos toca hacer. Esa es vuestra misión en el mundo; con ello no hacéis nada extraordinario, simplemente hacéis lo que el Señor os ha encomendado.

Os ha dado un carisma, os ha dado la fe, el amor, la esperanza, como virtudes teologales. Os ha llamado para llevar a cabo la misión que Él os confía. Nos toca responder a su llamada. Pero nos ha facultado y nos ha dotado para realizar esa misión; nos ha dado una azada y nos ha dicho que vayamos a su viña a trabajar (cf. Mt 20,1-8). Ese es nuestro trabajo; nadie tiene que estar orgulloso por hacer el trabajo que Dios le ha pedido.

Ahora bien, podemos estar muy contentos, aunque seamos siervos inútiles, porque con eso nos enriquecemos, enriquecemos nuestras familias, nuestra congregación, nuestro grupo, nuestra comunidad, nos enriquecemos todos y hacemos aquello que el Espíritu desea que hagamos.

Tenemos que pedirle perdón, como hemos hecho al principio de la misa, porque no siempre hacemos lo que el Señor nos pide. Y esa es la experiencia del pecado y de la fragilidad humana. Por eso celebramos el perdón y la misericordia en la Eucaristía.

Y el Señor nos regala su pan, su cuerpo y su sangre, para darnos fuerzas y seguir cavando. Os animo a seguir siendo «siervos inútiles»; os invito a seguir cavando, podando, regando la viña a la que el Señor nos ha mandado.

La mejor modelo, la mejor maestra, la mejor madre es la Virgen María, Madre de Esperanza. Acudamos siempre a Ella. Que Ella nos ayude y nos guíe. Amén.

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