DiócesisHomilías

XI Encuentro Nacional de Hermandades y Cofradías de San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza (Parroquia de San José-Estepona)

San Isidro Labrador, de Estepona
Publicado: 10/10/2016: 13624

XI ENCUENTRO NACIONAL DE HERMANDADES Y COFRADÍAS

DE SAN ISIDRO LABRADOR Y SANTA MARÍA DE LA CABEZA

(Parroquia de San José-Estepona, 9 octubre 2016)

Lecturas: 2 Re 5,14-17; Sal 97,1-4; 2 Tm 2,8-13; Lc 17,11-19.

(Domingo Ordinario XXVIII-C)

1.- Acoger al extranjero y al enemigo

Queridos cofrades de las Hermandades de San Isidro Labrador, que celebráis hoy en esta querida ciudad de Estepona el undécimo Encuentro Nacional de Hermandades y Cofradías de San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza.

Vamos a reflexionar sobre las lecturas propias del domingo ordinario, en el que nos encontramos. El libro de los Reyes nos presenta al profeta Eliseo, que acoge a un leproso extranjero: Naamán, general del rey de Siria, eterno enemigo del pueblo de Israel. La enfermedad de la lepra era una de las lacras más nefastas de aquella sociedad, considerada como algo impuro e incluso diabólico.

El profeta propone al enfermo que se bañe en río el Jordán. Naamán considera que en su patria hay mejores ríos que en Israel y no quiere ir a bañarse; ante la insistencia de sus criados, Naamán acepta finalmente; se baña en el Jordán y su carne queda limpia de la lepra (cf. 2 Re 5,14).

Esta es una curación física, que tiene una profundidad espiritual. Se trata más bien de un baño de fe. El bautismo, que todos hemos recibido, es un baño de regeneración: nos limpia del pecado original y de los pecados personales; nos hace hijos adoptivos de Dios; nos injerta como sarmientos en la vid verdadera, que es Jesucristo; nos convierte en miembros de su Iglesia. En definitiva, el baño regenerativo bautismal nos salva y nos transforma en nuevas criaturas.

Esto es lo que recibieron Isidro y María de la Cabeza, dos bautizados, regenerados en la fe bautismal, que vivieron ejemplarmente esa fe; esa religiosidad pendientes de Dios e injertados en Cristo y miembros de la Iglesia. Su ejemplo nos debe ayudar a nosotros a vivirlo también así.

Nos encontramos hoy, por desgracia, en situación parecida respecto a ciertos pueblos, entre otros el sirio, que, por causa de la guerra, calamidades naturales o hambrunas, deben emigrar. El profeta Eliseo acogió a un sirio enfermo de lepra. Nuestra actitud deber ser como la del profeta Eliseo: acoger al extranjero y aún a nuestros enemigos. Nos duele que los gobiernos de Europa no hayan respondido adecuadamente a la acogida urgente de estas personas: refugiados y emigrantes. Hay que recalcar que la Iglesia ha abierto sus puertas para acogerlos; hemos ofrecido lugares, casas, instituciones para acogerlos; pero las trabas administrativas y la falta de voluntad política impiden realizar esta obra de misericordia. Nuestros corazones siguen abiertos para acoger a los necesitados.

Queridos cofrades y devotos de San Isidro Labrador, ofreced vuestra acogida, sobre todo a las personas necesitadas, como acogieron Isidro y María de la Cabeza a quien se acercaba pidiendo ayuda; dad testimonio de vuestra fe ante los demás; presentad al Dios verdadero, que es el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Co 1,3).

2.- Ser agradecidos a Dios

El evangelio de hoy nos presenta a diez leprosos, que salieron al encuentro de Jesús pidiendo su curación a gritos: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros» (Lc 17,13).

Jesús los curó a todos, pero solo regresó un extranjero para darle gracias: «Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Éste era un samaritano» (Lc 17,15-16).

Solo este extranjero curado volvió para dar gloria a Dios (cf. Lc 17,18). Y Jesús le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado» (Lc 17,19).

¿Somos agradecidos a Dios? Isidro y María daban gracias a Dios cada día por los frutos de su trabajo, por los frutos del campo, por poder dar gloria a Dios.

Me da la impresión que nos acordamos más de Dios cuando lo necesitamos; y tal vez cuando estamos bien, cuando hay abundancia y bienestar lo consideramos fruto de nuestro esfuerzo; pero no dádiva del Señor.

3.- Creer en el Dios personal

Tanto en el relato del profeta Eliseo como en el evangelio se recalca que los dos enfermos de lepra curados son extranjeros y de otra religión.

El general sirio y el samaritano, extranjeros y excluidos de la fe de del pueblo de Israel, saben que han sido curados por la acción de Dios. Es más importante su curación espiritual que la física; ambos han encontrado a Dios, a través de la curación. Quien sabe dar gracias a Dios, sabe encontrar la verdadera razón de su felicidad.

El samaritano reconoció a Jesucristo como Salvador. El Dios de Jesús es un Dios personal, que tiene entrañas de misericordia, como lo estamos celebrando en el Jubileo de la Misericordia; y acoge a todos los enfermos, pecadores, marginados, desvalidos, pobres y excluidos de la sociedad. Esa es la actitud de nuestro Dios y la que vivieron vuestros Patronos Isidro y María de la Cabeza. Esa debe ser también nuestra actitud.

En nuestra sociedad hay mucha gente que cree en dioses impersonales, en fuerzas invisibles, en “auras” y en “karmas”. Todo eso no tiene nada que ver con el Dios-Trino, revelado en Jesucristo como Padre, Hijo y Espíritu Santo, único Dios verdadero y creador del mundo.

Estos “diosecillos” son fabricados por algunos de nuestros contemporáneos.

4. San Isidro, creyente y orante

En esta celebración pedimos por los buenos frutos del Undécimo Encuentro Nacional de Hermandades y Cofradías de San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza. Habéis querido reuniros en Estepona para compartir vuestras experiencias y animaros mutuamente en vuestra tarea de mantener y propagar la devoción a San Isidro Labrador.

Vuestros santos Patronos creían y amaban a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo; no a otros “diosecillos”. Junto con su esposa Isidro vivió como labrador esperándolo todo de Dios. Fue un hombre de oración: su vida dependía de Dios; su trabajo lo ponía en manos de Dios; su ilusión la centraba en conocer y amar cada día más a Dios.

Su ilusión no era solamente la siembra y la espera del fruto; eso también lo puede hacer cualquier labrador que no crea en Dios. Su ilusión era la oración constante. Sabía aguardar paciente el fruto de la tierra, que había cultivado con sus manos, pero sabía que ello dependía de la Providencia amorosa de Dios.

¿Confiamos nosotros en la providencia de Dios, o más bien en nuestra inteligencia, en la tecnología, en los avances? ¿Acaso creemos que somos “dioses” y por ello prescindimos de Dios?

5.- El trabajo humano como colaboración en la obra de Dios

El trabajo humano es colaboración con la obra creadora de Dios (cf. Gn 1,27-28). Es participación en la maravilla de la creación, que hay que cultivar y cuidar (cf. Gn 2,15); (cf. Benedicto XVI, Caritas in veritate [2009]), 51; Francisco, Laudato si [2015], 138-162).

Existe una gran contradicción en nuestra sociedad: cada vez hay más avances, pero cada vez estropeamos más la naturaleza, la tierra, los ríos, la contaminación. El mundo, considerado como “cosmos”, es decir, mundo bello y ordenado, tal como sale de las manos de Dios, lo hemos heredado para vivir, pero no para estropearlo.

Detrás de nosotros vienen otras generaciones, que tienen derecho a vivir y a disfrutar de la naturaleza. Pero si contaminamos las aguas, arrancamos los árboles, hacemos cementerios atómicos, estropeamos la obra de Dios, que no podrán disfrutar quienes vengan detrás de nosotros.

El buen labrador sabe cómo cuidar la tierra y cómo regenerarla; el buen labrador no estropea la naturaleza, sino que la cuida esmeradamente.

El hombre pone su inteligencia, sus manos, su corazón; pero es Dios quien hace crecer lo que el labrador sembró con fatiga, regó con cuidado y cultivó con esmero. Mientras el labrador duerme, la semilla crece por acción de Dios (cf. Mc 4,26-27).

San Isidro vivió la amistad con Dios y fue consciente de que su trabajo lo hacía en colaboración con Él. Hay una sintonía con Dios desde el silencio, desde la oración y desde el mismo trabajo.

Queridos cofrades y devotos de San Isidro Labrador y de Santa María de la Cabeza, imitad la fe y la oración personal de vuestros santos Patronos. Confiad plenamente en Dios, que creó el cielo y la tierra; en Dios, que es misericordia infinita y amor eterno. ¡Que San Isidro y Santa María nos ayuden a confiar en Dios y a buscar siempre su santa voluntad! Amén.

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
Más artículos de: Homilías
Compartir artículo