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Jornada Diocesana de Pastoral de la Salud (Casa Diocesana-Málaga)

Publicado: 16/02/2013: 5094

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Jornada Diocesana de Pastoral de la Salud, celebrada en Casa Diocesana-Málaga, el 16 de febrero de 2013.

JORNADA DIOCESANA

DE PASTORAL DE LA SALUD

(Casa Diocesana-Málaga, 16 febrero 2013)

 

Lecturas: Is 58, 9b-14; Sal 85,1-6; Lc 5,27-32.

 

1.- El Señor nos convoca en esta hermosa jornada, no solamente hermosa atmosféricamente porque nos regala un sol precioso en un invierno que quiere salir ya, sino una hermosa jornada por lo que queremos celebrar hoy junto a la Virgen, bajo a la advocación de la Virgen de Lourdes, que es la que los papas han puesto como referente respecto al tema de la salud, por lo que significa también el Santuario.

Hemos escuchado en la lectura del profeta Isaías una imagen muy bonita. A través de este profeta el Señor da al pueblo de Israel una exhortación. Es un mandato cariñoso porque lo hace en imperativo y como hipótesis: “cuando tú hagas esto, te sucederá esto otro”.

El Señor Jesús en sus diálogos en los encuentros con los Apóstoles, los jóvenes que quieren seguirle, las personas que le buscan, siempre es: “si quieres…, sígueme”. «Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres, y luego ven y sígueme» (Mt 19, 21); “Si quieres ser feliz…” El Señor siempre nos invita y nos deja libertad, nos respeta. “Si queréis…”

2.- En el texto de hoy, a través del profeta Isaías nos dice que, si dejamos de hacer una cosa negativa, cuando dejemos de hacer en negativo y cuando hagamos en positivo... El negativo es cuando uno destierre de sí mismo la opresión, cuando uno deje de hacer el mal, cuando uno deje de manipular al otro, cuando se deje de abusar, cuando uno deje de contemplarse y buscarse a sí mismo. Esto es lo negativo. Esto es lo que hay que dejar.

En modo positivo: cuando uno parta su pan con el hambriento, cuando sacie el estómago del indigente; entonces brillará la luz en las tinieblas, será como la aurora, la oscuridad se volverá medio día.

Cuando uno se mira a sí mismo y está encerrado sobre sí no deja que le penetre nada, ni de los otros, ni de Dios. Cuando nos escondemos y nos acurrucamos en nuestro caparazón no permitimos que nadie entre en nosotros; pero tampoco permitimos que la luz del Señor penetre, si estamos cubiertos, ensimismados y enrocados en nosotros mismos.

3.- El Señor nos invita a abrirnos, a abrir el corazón. ¡Ábrete! ¡No te mires a ti, mira a los demás! ¡Mira a Dios! Cuando uno cambia el gesto de mirarse a sí mismo y comienza a abrirse hacia el otro y ver qué necesita, entonces uno se enriquece y brilla la luz en el corazón, como la aurora. Entonces uno vivirá con mayor gozo, será más feliz.

Esta es la idea de la Jornada de hoy. Las lecturas son las que nos presenta la liturgia del sábado después del miércoles de Ceniza. Pero se puede aplicar estos textos perfectamente a la tarea de los que desempeñáis vuestra labor como voluntarios en la pastoral de la salud. Más que agentes somos personas voluntarias y libres; como dice el Señor: “si quieres…”; “si haces esto, entonces…”. Pues, hoy nos dice que si nosotros en lugar de mirarnos a nosotros mismos lamentándonos de nuestros males y necesidades, abrimos nuestro corazón para mirar a los demás y nos acercamos para ver qué necesita el otro, qué podemos ofrecerle, cambiará totalmente, porque nuestro corazón se iluminará.

Le pedimos eso a la Virgen, que nos ayude a salir de nosotros mismos. Esta es la actitud penitencial de toda la cuaresma. La conversión es el dejar lo que estorba, lo que no va con Dios y el convertir, el girar la mirada y ponerla en Dios como centro.

En el evangelio hemos escuchado que el amor a Dios y al prójimo son como las dos caras de una misma moneda; no se pueden separar. Amar a Dios es amar al hermano y amar al hermano es amar a Dios. Eso no puede ir jamás separado. Por tanto, es volver la mirada hacia Dios y al hermano. Esa es la invitación que se nos hace en esta Jornada de reflexión de hoy.

4.- Estamos viviendo el Año de la Fe, que ha sido un regalo del papa Benedicto XVI, en el que se nos invita a reflexionar sobre la fe. ¿Qué es la fe? Es la aceptación de ese diálogo personal que Dios entabla con nosotros. La fe es la sacudida de “sal de ti mismo” y “escucha a Alguien que te habla”. Y es Alguien es Dios. La fe es una invitación a una relación personal de amor, de confianza, de gozo; pero una relación personal.

La fe no es solamente saber cosas, saber verdades que nos han sido reveladas. La fe es un diálogo, es una actitud. En primer lugar, es un don, es un regalo del Señor. En segundo lugar, es una correspondencia a ese don, igual que la amistad o el amor. Uno ama al otro, y el otro corresponde amándole. Dios se acerca a nosotros, quiere hablar con nosotros, quiere entablar una relación de amistad, una alianza. Es importante la figura esponsal en toda la Biblia. La Iglesia es la Esposa de Cristo.

El tema de la Esposa es fundamental en nuestra fe. Es el amor correspondido, el que ama a la amada y la amada le corresponde. Dios que ama a su pueblo, Dios que nos ama y le correspondemos a ese amor. Pero Él toma la iniciativa, Él es el que nos llama, Él es el que se acerca a nosotros.

Resulta más fácil responder a una llamada y a una invitación que tomar la iniciativa. Por tanto, lo que hagamos es una simple correspondencia al amor, que ya vivimos de Dios, antes incluso que naciéramos.

5.- En esta Eucaristía vamos, en primer lugar, a darle gracias al Señor porque nos ha regalado la fe, el amor y la esperanza cristiana. Estamos aquí porque hemos recibido el gran regalo de poder conocer a Dios y poder amarle, poder hablar con Él, poder relacionarnos con Él. Y eso nos capacita para amar.

Dicen que el hombre si antes no recibe y experimenta el ser amado no es capaz de amar. La primera experiencia que tiene el ser humano es la de ser amada por sus padres, por sus cuidadores, por quien le acoge en ese primer momento, porque necesita ser acogido, ser amado por alguien. Cuando ha tenido esa experiencia eso le capacita para amar a otros.

Pero es que la primera experiencia es la de Dios, somos amados por Dios antes de que por ningún ser humano; ni siquiera por nuestros padres. Somos amados por Dios cada uno en su individualidad, en su idiosincrasia, desde toda la eternidad y lo seremos siempre. Esa experiencia nos capacita para amar a otros.

Por tanto, en primer lugar, gracias Señor. Gracias por haberme amado y amarte tanto.

6.- Y, en segundo lugar, pedirle que sepamos corresponder a ese amor a Él que se concretiza en el amor al hermano. Y en este caso más particular de nuestra celebración en el hermano enfermo, el hermano que necesita de cuidados, que no es autónomo, que por consecuencia del pecado, -y eso no lo olvidemos- pasamos por esta situación. No es ningún castigo del Señor.

Cuántas veces escucháis, a los propios enfermos, o a nosotros mismos cuando estamos enfermos, la expresión: “¿Por qué me ha mandado el Señor esta desgracia? ¿Qué he hecho yo?”. Tú no has hecho nada, tú no estás siendo castigado por el Señor por haber hecho algo. Tú eres un ser humano y por el simple hecho de ser humano estás expuesto al dolor, a la enfermedad y a la muerte. Y eso no nos lo ahorra nadie, porque no se lo ahorró Dios Padre a su Hijo Jesús, sino que le hizo pasar por el dolor, el sufrimiento y por la muerte. Si no se lo ahorró a Él por qué nos lo tiene que ahorrar a nosotros. Y le exigimos a Dios. ¿Cuántas veces habréis oído eso en las visitas a los enfermos? Eso forma parte de la vida y de la existencia y no queda otra que aceptarlo, ¡pero la culpa no es de Dios, ni es castigo de Dios!

La consecuencia es por nuestro pecado, por nuestro alejamiento de Dios, empezando por Adán y Eva y terminando por cada uno de los que estamos aquí presentes. Eso son verdades que tenemos que tener muy claras si queremos dar esa luz al otro, sino inventamos respuestas que no corresponde a la verdad. Así es la vida, así lo hemos escuchado de la revelación del Señor. La enfermedad es una consecuencia del pecado, como somos pecadores todos, todos estamos expuestos a la enfermedad, al sufrimiento, al dolor y a la muerte.

7.- Esto nos lleva a que ahora nosotros vamos a visitar. Sois visitadores, sois voluntarios. En mis Visitas Pastorales, en todas las parroquias, visito a algunos enfermos. Los párrocos me suelen pedir que vaya a visitar a personas que han vivido la fe, que han sido colaboradoras de la parroquia, que han sido catequistas, que han sido visitadoras de enfermas, que han estado metidas en la vida eclesial. Y a veces, visitas a una persona ya muy mayor, con ochenta o noventa años que ha estado toda la vida visitando enfermos y ahora esa persona está impedida. También eso nos puede preparar como un ejercicio para cuando nos toque a nosotros estar en esa situación, porque podemos estarlo.

Es más fácil decir una palabra cuando uno está sano y va de visita y se va pronto de esa casa, que estar veinticuatro horas atornillado a una cama o a una silla.

Por tanto, le pedimos fuerzas al Señor para que ayude a los enfermos y también que nos prepare a nosotros en esta escuela, en la escuela del sufrimiento.

Vamos a pedirle a la Virgen, en este caso bajo la advocación de Nuestra Señora de Lourdes, que ayude a todos los enfermos. Que ayude y ponga palabras de consuelo a todos los voluntarios, a los agentes de pastoral de la salud, a todos y cada uno de nosotros, para que cuando nos encontremos en esa situación de visita o de sufrimiento sepamos aceptar realmente lo que Dios nos está pidiendo en esa situación concreta.

Que Ella nos acompañe también en este Año de la Fe para fortalecerla, purificarla y celebrarla dando testimonio; y que nos acompañe, de modo más concreto, en esta Cuaresma que acabamos de empezar, que es un camino y un proceso de purificación y conversión al Señor. Que así sea.

 

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