Noticiarefugiados Refugiados sin refugio, como la falsa moneda Publicado: 15/03/2016: 7745 El día 27 de febrero nos concentrábamos en diversas ciudades para denunciar la situación de los refugiados en Europa. Ante la iniciativa de determinados gobiernos europeos de cerrar sus fronteras y de limitar no sólo el número, sino también las condiciones en las que acceden a ser refugiados, es importante hacer varias reflexiones, que puedan sensibilizarnos ante el problema que viven miles de personas que, como tú o como yo intentan desarrollar una vida, su propia vida. La única diferencia, más que suficiente para decir que es grave, entre ellos y nosotros, es la privación de su libertad a la hora de poder desarrollar un proyecto de vida por culpa de unas leyes que siguen discriminando a unas personas respecto a otras. En primer lugar hacer notar que los refugiados son personas desplazadas. Ya sea por motivos económicos, políticos, sociales, homófonos, religiosos,..., a ellos los han desplazado de su hogar. No se mueven, no emigran para pasar una vida mejor en su ancianidad, como hacen algunos que vienen a nuestras costas desde el centro de Europa. A ellos se les ha obligado, contra su voluntad, a salir de las condiciones en las que vivían y que creían eran las que mejor podían desarrollar su existencia; no se les ha dado la oportunidad de elegir el quedarse en el país de origen; simplemente allí peligra su vida y la de sus seres queridos, o sales o mueres. Desplazados siempre ha habido a lo largo de la historia. Las guerras mundiales obligaron a muchos julios a desplazarse de sus lugares de residencia, la Guerra Civil Española obligó a muchos a abandonar nuestro país. ¿Quién se atrevería a decirles a ellos que salieron de sus países por capricho? ¿Quién se atrevería a decirles que, en su desplazamiento, hubiera sido mejor que los alojasen en campamentos sin destino alguno? ¿Quién de nosotros, mirando la Historia, con mayúscula, no con minúscula, no siente un alto grado de compasión y comprensión por ello y por quienes los acogieron en sus hogares? De los desplazados de ahora, como de los de entonces ni siquiera tenemos estadísticas, por lo que nos es difícil calcular el impacto real que tienen los desplazados en nuestros países. En segundo lugar, los llamamos refugiados porque suponemos que les hemos dado un refugio, una acogida, un lugar entre nosotros. Si miramos al número de quienes han podido hacerse un hueco entre nosotros, las cifras son irrisorias. Frente a las promesas de acogida de los gobiernos, nos queda la triste noticia de que son muy pocos quienes han podido llegar hasta nosotros. ¿Dónde están mientas tanto? Como la falsa moneda, van de mano en mano y ninguno se la queda. Desde que han salido de sus hogares en búsqueda de un espacio de mejor convivencia, están en tierra de nadie. Sin patria de salida, sin patria de llegada; actividades abandonadas y actividades que no se han emprendido, un trabajo abandonado y perdido, un trabajo no encontrado; viviendo en espacios improvisados sin los medios más básicos de higiene y salud, intentando ampararse en una solidaridad que hasta nos cuesta hacerles llegar; sometidos al arbitrio de unas leyes promulgadas por quienes consideran que pueden decidir por ellos. Se les ha gritado ¡fuera, fuera!, y se les ha vuelto a gritar ¡no entres, para, no entres! ¿Qué les queda? ¿Qué nos queda a una sociedad que permite estas situaciones? Miramos las imágenes que nos llegan y vemos rostros a través de vallas, miradas perdidas, ausentes de esperanza y sucias de la mugre de nuestro olvido. Detrás de los refugiados, a quienes no hemos sido capaces de dar refugio, hay nombres y rostros concretos: niños y niñas, mujeres y hombres; cada uno con una biografía truncada. Son historias vivas y por vivir a las que se les ha arrebatado ese derecho básico de todo ser humano: el simple hecho de vivir. Una vida que no puede desarrollarse en libertad y sin los mínimos más básicos, ¿qué vida es?; la dignidad no se les ha arrancado (porque no podemos) pero sí que se les ha quitado las condiciones que hacen posible que su vida pueda ser vivida con decencia, con dignidad. Una sociedad tan avanzada como la nuestra en tantos aspectos y que olvida lo más básico debería revisar la base de sus principios para producir en ellos una profunda transformación, un cambio que los haga más humanos. Baumman dice que ellos, quienes viven en campos de refugiados, son los deshechos de una sociedad que no sabe que hacer con tanta gente que les sobra. Ellos no son deshechos, pero lo tratamos como tales: al someterlos a condiciones de anonimato, sin nombre, perdida toda la singularidad, ese ser "sustantia indivisa" de Boeccio, lo que pretendemos hacer es relegarlos al olvido, apartarlos de nuestra mirada, no hacerles un "tú" que reclama de cada uno de nosotros al menos una mirada de reconocimiento que les haga sentir que existen como personas, tal y como dada uno de nosotros existe; al no darles lo básico, y no me refiero solo al sustento, les estamos privando, activa o pasivamente de su condición de persona, son Lázaro en la mesa de Epulón, en la parábola del Evangelio, esperando recibir las migajas de una mínima higiene y de condiciones de sanidad, de una mínima organización de vida, de una educación compartida para sus hijos, de un techo en el que refugiarse de fríos y lluvias, de un simple desagüe para eliminar sus suciedades, entre las que los mezclamos. Además, debemos subrayar, que al no reconocerlos como personas, como sujetos de los derechos inherentes a este concepto, privamos a toda la humanidad de esos genios cotidianos (la verdadera genialidad es la responsabilidad asumida a diario) que podrían construir un mundo mejor y resolver problemas de ciencia o técnica, de política y economía o de relaciones y solidaridad. Es un atentado en toda regla querer regular, del modo que pretenden hacerlo algunos gobiernos europeos y dirigentes políticos el lugar de los refugiados sin refugio. Cuando se produce un atentado, la sociedad se conmociona y protesta, se pide que se actúe contra quienes atentan y que se indemnice a quien ha sufrido el atentado. Esto es lo que pido yo para los miles y miles de refugiados que no tienen refugio, que sean reconocidos como víctimas de un atentado legal. En primer lugar que se les reconozca como personas y se les de la oportunidad que perdieron en los países de los que han tenido que desplazarse: para ello sería bueno que no los abandonásemos al anonimato y los nombrásemos a cada uno por su nombre completo y los reconociésemos por su historia vivida y por ese futuro que les espera. En segundo lugar que se establezcan leyes justas; aquí por justicia no puedo sino hacer mías las palabras del Antiguo Testamento "reparte tu pan con el hambriento" y si toca a menos, mejor, ya sufrimos de sobreabundancia. La acogida se hace fundamental, pero una acogida que les permita seguir siendo ellos mismos: no creo que quieran perder su cultura ni sus consumares, ni sus creencias. Una acogida que los reciba tal y como ellos son y que les prepare para el día que puedan regresar a sus hogares, tal y como el pueblo de Israel, en Babilonia durante el destierro hizo: "que se me paralicé la mano derecha, que se me pegue la lengua al paladar, si me olvido de ti, Jerusalén". Mientras se culmina la acogida y se prepara la posibilidad de darles la oportunidad de regresar o quedarse, hay que destinar bienes y recursos para que su estancia en los, mal llamados, campos de refugiados, sea lo más digna posible; estar en esos campos no es lo mejor que a una persona le puede pasar para vivir con dignidad, por eso, no deberían pasar allí mucho tiempo y los gobiernos de los países no deberían desplazarlos de un lugar a otro sin rumbo estable. Para todo lo anterior las sociedades, en las democracias, deberemos sensibilizarnos y exigir a nuestros representantes que lleven nuestra voz a los gobiernos. En este punto la sociedad no ha terminado de asumir la responsabilidad que las personas tenemos hacia las otras personas. Nos conmovemos de lo que pasó antaño, lo que nos narra la historia de los campos de concentración de la II Guerra mundial de los Nazis o de las matanzas de gobiernos totalitarios en Rusia o de las matanzas que sufrieron en este o en otra guerra, pero nos cuesta reaccionar en los tiempos presentes a los acontecimientos presente. Cuando llegue el breve espacio que nos separa del futuro, quienes miren hacia los desplazados de nuestros días dirán lo mismo que nosotros decimos de la historia pasada. Nos toca movernos hoy. Debemos hacernos oír, salir a la calle, si hace falta, comunicarlo a nuestros amigos, vecinos, compañeros de trabajo,..., a todos y a cada uno con quienes nos movemos. Hay que crear una marea de solidaridad, por encima de pequeños aguaceros de sentimentalismo, frente a esta injusticia que estamos haciendo con ellos. ¡Devolvámosle un futuro que les ha sido negado! ¡Ayudémosles a tener el refugio que ellos buscan: sus propios hogares! Ellos son refugiados sin refugio; nosotros que tenemos refugio no nos llamamos refugiados. Y si alguna vez te llaman a las plazas para hacer oír tu voz y pedir por ellos mejores condiciones de vida, no te quedes en tu hogar, piensa en el hogar que ellos necesitan.