«El Bimilenario del nacimiento de la Virgen María»

Publicado: 09/08/2012: 2498

•   Artículo en la Revista “Myriam”

En estos últimos años se han venido celebrando una serie de cente­narios de personajes ilustres y santos. Unas veces ha sido el centenario de su nacimiento; otras, el de su muerte.

Al celebrar estos aniversarios se intenta recuperar y actualizar todo lo bueno, lo bello o lo heroico que las personas recordadas aportaron a nuestro favor, empujando la historia hacia su plenitud.

Las civilizaciones occidentales, nacidas en el regazo del cristianis­mo, a partir del siglo VI cuentan los años de su historia desde antes o después del nacimiento de Jesús. Se hizo así porque los cristianos, recor­dando a San Pablo, fueron tomando conciencia de la primacía de Cristo, como centro de la creación y de la historia, según aquello que el Apóstol escribía a los colosenses:

“Todo fue creado por El y para El.

El existe con anterioridad a todo,

y todo tiene en El su consistencia» (Col 1,17).

Esta gran realidad de la salvación ofrecida por Dios a todos los hom­bres en la persona de su Hijo, los cristianos la actualizamos en las celebra­ciones litúrgicas a lo largo de todo el año. Vivimos de aniversario en ani­versario, movidos por la fuerza del pasado que se hace presente, hasta que lleguemos a la plenitud, después que “la sombra de este mundo” dejará de existir (I Cor 7,31) para dar paso a la realidad, donde Dios será todo en todo (I Cor 15,28).

Mientras caminamos hacia la meta, los aniversarios del comienzo de nuestra salvación alientan nuestra esperanza, siendo lo importante los hechos en sí mismos y no tanto la cronología o fechas exactas en que tuvieron lugar.

Sin embargo, celebrar los aniversarios, intentando ubicar los he­chos en el tiempo y en el espacio de los comienzos de las “grandes gestas de Dios”, aviva nuestra gratitud y estimula nuestro caminar en la senda trazada por Cristo.

Y si bien es cierto que la salvación se nos ha dado de una vez y para siempre (Hbr 10,14), también lo es que esta oferta se hizo en un lugar, en un tiempo y en una persona en los que históricamente comenzó.

Así, el pueblo de Israel constituye la preparación de la salvación, llegando a su punto álgido en la persona de la Virgen María, en quien los Santos Padres vieron la “aurora” que anunciaba el “sol” del día eterno, Cristo Jesús.

De ahí que celebrar el aniversario del nacimiento de María no de­bería ser otra cosa más que reconocer la inmediatez de la salvación. Por Ella y en Ella, a los 14 ó 17 años de su nacimiento, (según opina el común de los exégetas) Dios comenzaría la gran obra de la redención.

Sin afán de buscar la exactitud de fechas concretas, podemos decir que hace aproximadamente dos mil años en la Virgen concluía el perío­do de espera y en Ella misma se daba el gran comienzo. No es incon­gruente, pues, ubicar históricamente entre 1983 y 1984 el bimilenario de su nacimiento. De ahí que, a mi manera de ver, hubiera sido un acierto celebrar este gran aniversario en el marco del Año Santo proclamado por el Papa Juan Pablo II hace pocas semanas.

Celebrar el bimilenario del nacimiento de la Virgen no debería ser otra cosa que:

-Agradecer de una manera especial la salvación de Dios, dada en

Cristo por virtud del Espíritu Santo, hecha inminente histórica­

mente en el nacimiento de nuestra Señora.

-Fortalecer nuestra fe en Cristo, en el nacimiento de cuya madre se hacía ya más cercano a los hombres.

-Aumentar nuestra fidelidad a la Iglesia, de la que la Virgen es miembro excelentísimo y enteramente singular (L.G. 53).

-Imitar con mayor ahínco sus virtudes por ser Ella un modelo de vida cristiana (L.G. 63).

-Invocarla como madre amantísima (L.G. 53) y mediadora, ya que Ella cuida de los hermanos de su Hijo (L.G. 62).

Esta celebración puede ser otra gran oportunidad para que los cris­tianos, guiados por el Espíritu Santo y en comunión plena con la Iglesia, hagamos más visible e inteligible a los hombres de hoy el sacramento de la salvación que el Padre nos ofrece en su Hijo.

Revista ”Myriam”, Marzo de 1983. 

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

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