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Adoratrices y capuchinas: equipo terapéutico

Publicado: 12/03/2019: 22466

El Dr. José Rosado, acreditado en adicciones, repasa los inicios de la atención de las Adoratrices y las Capuchinas a la mujer prostituída en Málaga.

El cerebro del ser humano es el órgano más perfecto jamás conocido y sus recursos y capacidades se encuentra diseñados para, en un escenario de armonía, jerarquía, orden y equilibrio, garantizar una existencia en óptimas condiciones. Ante los posibles déficits y necesidades, de manera automática, se produce un movimiento de solidaridad funcional o hipersincronía neuronal, que activa y desarrolla sus potencialidades dirigidos a solucionar esas carencias.

La Iglesia tiene también su “cerebro” que, unificado en el mensaje evangélico, ofrece sentido y significado a la experiencia humana activando las razones seminales que en su desarrollo tiene el objetivo de llegar a plenitudes que trascienden los límites biológicos. Es un mensaje que se hace presente a través de las estructuras eclesiales con sus específicos carismas y que ofrece soluciones singulares a los problemas y dificultades que se presentan pues, per se, iluminando a las personas, son interpretados y valorados como oportunidades para avanzar de manera más directa y rápida hacia el origen y meta de su existencia: esta sublimación de los acontecimientos es una gracia que facilita el encuentro con Dios.

Ante el abandono y la ausencia de respuestas al problema de la prostitución, “se activa” (1856) la Congregación de las Adoratrices y se hacen especialistas en abordar y cuidar esta problemática siempre asociada a violaciones y malos tratos y que, por coincidencia de objetivos terapéuticos, han ampliado a las mujeres drogodependientes.

Y de esto va esta historia que sucedió en la década de los 90 y que apunta algunos matices especiales por la colaboración de las monjas Capuchinas del Seminario, que ya tenían una experiencia breve pero intensa, porque cuando aún no existían recursos sanitarios públicos ni privados (1979), ellas le ofrecieron ayuda y acogida a un grupo de jóvenes marginados y excluidos de la sociedad por el consumo de heroína intravenosa.

Todo se inicia cuando dos chicas jóvenes (19 y 21 años) vecinas y amigas casi desde que nacieron, decidieron fugarse de su casa; una por las violaciones repetidas de su padrastro y una convivencia imposible con su madre, y la otra porque el cariño le impedía dejarla sola, y por esos deseos de aventura y rebeldía selectivos de su edad.

Ganarse la vida no era fácil, aunque el cariño consolidó una relación que superaba todas las dificultades. Algunos contratos eventuales delimpiadoras en hoteles eran suficientes para sus necesidades, pero fue la experiencia de varios días en un bar de copas, la que les hizo descubrir la facilidad con la que se puede ganar dinero sin muchas complicaciones, y aunque el sueldo no era alto, el porcentaje por las consumiciones de los clientes lo multiplicaba; sólo era cuestión de atender con simpatía, sonrisa y alegría. Cuando llevaban algunos meses en este trabajo, conocieron a un chico joven que les ofreció trabajar en su agencia especializada en señoritas de compañías para fiestas y congresos, y las cautivó con promesas económicas. Aceptada la oferta, aumentaron sus ingresos y también sus ambiciones, que eran estimuladas por el nuevo jefe que empezó a organizar las citas, y también la selección de algunas personas que querían servicios especiales con precios también muy atractivos. Las exigencias del proxeneta fueron cada vez más fuertes y violentas, y de manera paulatina perdieron ilusiones y alegrías, y sobre todo libertad. El recorrido traumático y traumatizante de más de un año, les reforzó la idea que no podían seguir ese estilo de vida, y decidieron escaparse de su cautiverio.

En esta huida sin saber hacia dónde descubrieron a las Adoratrices. La acogida, el recibimiento y el ambiente le hicieron pensar que estaban en “un puerto seguro donde ponerse a salvo”. Sentirse queridas, respetadas y reconocidas como personas, las estimularon para ir argumentando ilusiones y esperanzas. Orden, horario, reuniones de grupo, estudio y aprendizaje de habilidades, pero sobre todo la experiencia en un clima desconocido de cariño y ternura, y en un contexto de libertad responsable, le hicieron ir recuperando su dignidad e identidad como personas, y una particular vitalidad se empezaba a reflejar en sus ojos.

Esta luna de miel se interrumpió de manera traumática a los 10 meses, cuando un día, que salían a la calle y cerca del convento, fueron abordadas por dos hombres que, con gritos, forcejeos y agresividad, intentaron introducirlas en un coche; fue un secuestro fallido por la reacción de algunas personas y la presencia casual de dos guardias municipales; una de ellas reconoció al proxeneta, que las amenazó con matarlas. Fue una experiencia que las llenó de miedo y angustia, y sintiendo que era vigiladas, su vida adquirió la tonalidad de un suspense permanente en que las oscuridades dominaban sus mentes. La policía aconsejó un cambio de ciudad hasta que pudieran controlar el problema y ofrecer seguridades.

Como solución temporal, y para que la monja responsable de ellas pudiera visitarlas y seguir con su relación de ayuda, se valoró la colaboración de las monjas capuchinas del Monte Calvario, y con esta propuesta allí nos presentamos. Informadas del problema, la respuesta de la comunidad fue inmediata y sin titubeos, y en la hospedería fueron instaladas.

De una manera natural, la porfía de las hermanas para cuidarlas como hijas y los matices de delicadas ternuras, fundamentaron una relación de cálida y profunda “querencia”. La colaboración en las tareas de la casa, guardando y respetando el ritmo de clausura, le hicieron encontrar la paz, tranquilidad y calma que ofrece el silencio y, seducidas por la alegría y gozo de las hermanas, de manera espontánea participaban en algunas horas litúrgicas que les hacían entrar en “sí misma” y, alejándose de las “tormentas” de la superficie, disfrutar de la serenidad de las aguas profundas.

La prohibición de salir por razones de seguridad, pues podían ser localizadas, les ofreció un tiempo ancho de convivencia con unas monjas que, hablando poco, amaban mucho, y su luminoso testimonio le hicieron mirar cada vez con más interés a su interior, que empezaba a “calentarse” y de donde le llegaban “atractivas luces” que le ofrecían estados gratificantes de conciencia: las semillas de plenitudes que tiene todo ser humano, tenían el terreno abonado para germinar.

Cuando llegó su tiempo, estas dos “hijas” fueron trasladas a otros recursos alejados de Málaga. La despedida quebró muchos corazones. No hemos tenido noticias de ellas, aunque su recuerdo se hace presente en las plegarias diarias de estas monjas que continúan, sin hacer ruido, en unas tareas que las mantienen felices al servicio de los “últimos de la fila”.

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José Rosado Ruiz

Médico acreditado en adicciones

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