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Beda, el monje perfecto

«San Beda dictando la traducción del evangelio de San Juan», de James Doyle Penrose, 1902
Publicado: 18/07/2016: 2615

Ya declina el siglo VII. Cien años atrás, el cristianismo desembarcaba en las islas británicas, gracias al formidable esfuerzo misionero de Gregorio. Y los monjes benedictinos, en una avanzadilla pacífica imparable, han ido desde entonces estableciendo monasterios y convirtiendo progresivamente a la fe católica a todos los señores que habitan las islas, hasta la muerte de Arwald, el último rey pagano.

En Northumbria, al nordeste de Inglaterra, parece que nunca cesa la lluvia, como nunca cesa el miedo a las sangrientas incursiones de los guerreros pictos –“pintados, tatuados”-. Es 680, y un huérfano de 7 años llamado Beda, aguarda en la puerta del monasterio de Wearmouth. Sus familiares, incapaces de mantenerle, le van a confiar a los monjes. Se despiden del pequeño, con una mezcla de tristeza y alivio. Beda se queda junto a la puerta del cenobio. Observa los hábitos negros, formas indistintas que le invitan a pasar. Pero no desconfía. El huérfano presiente que ése va a ser su verdadero hogar, y accede al interior.

Entra como oblato, pero con el tiempo abrazará la regla de la oración y el trabajo. Su propio nombre, Beda, significa en lengua sajona “oración”. Y en cuanto al trabajo, desde el principio despliega tal capacidad, y acomete los estudios con tal firmeza y tesón, que inmediatamente comienza a ser conocido dentro y fuera de las islas británicas. Sin descanso, durante más de 50 años, sus “mayores delicias”, como él mismo las llama, serán “aprender, enseñar o escribir”. Despliega una erudición tal que se convierte, junto con Isidoro de Sevilla, en una de las más intensas luminarias que alumbra la alta Edad Media.

Estudia y glosa a los principales Padres griegos y latinos. Asimismo, domina la producción literaria clásica de Virgilio, Ovidio, Lucrecio, Horacio y Plinio. Con métodos rigurosos (él mismo se reconoce “historicus verax”), compila la historia de los primeros siglos de Inglaterra, en su “Historia eclesiástica del pueblo inglés”, que va a constituir una fuente única para el estudio de la época que abarca desde el desembarco de Julio César (55 a.C.) hasta sus propios días (731 d.C.). Beda resalta la importancia “moral” de la historia, pues “si la historia cuenta cosas buenas de los buenos, el oyente solícito se ve instigado a hacer el bien; y, si recuerda maldades de los malos, no por ello el oyente y piadoso lector, evitando lo que es dañino y perverso, deja de encenderse con más fuerza en el deseo de hacer lo que ha aprendido que es bueno y digno de Dios”.

Por cierto, es de destacar que, gracias a su influencia, a partir de Beda se generaliza –desde entonces y hasta nuestros días- la datación de los hechos con referencia al nacimiento de Jesucristo: el sintagma "Anno Domini", con base en los cálculos del también monje Dionisio el Exiguo, es precisamente a Beda a quien se lo debemos. “Muchos siglos habrían de pasar hasta que en otros territorios de la Europa medieval ese cómputo cronológico, actualmente universal, sustituyera a otros más antiguos como el de nuestra Era Hispánica, o a otros no menos tradicionales basados en los años de los emperadores romanos, y luego solo bizantinos, en los de los de los reyes anglosajones, o en las poco prácticas indicciones imperiales o pontificias … un cómputo que, pese a estar errado por cierto retraso, acabaría por imponerse como sistema cronológico universal” (J. L. Moralejo)

Pero además de historia, Beda escribe biografías, obras de gramática y aritmética, descripciones geográficas de los santos lugares y comentarios sistemáticos al Antiguo y el Nuevo testamento, siempre con gran rigor técnico en el tratamiento de las fuentes. Plummer destaca su sentido de propiedad literaria, algo absolutamente inusual en su época: él mismo anota en sus escritos los pasajes que ha tomado citados de otros, y pide a los copistas de sus obras que conserven las referencias. De hecho, se le atribuye la invención de la "nota al pie de página".

"Su obra exegética, su penetración de la Escritura, le hacen uno de los mayores intérpretes bíblicos de toda la Alta Edad Media latina ... Sabe explotar la tradición de los Padres: Ambrosio, Agustín, Jerónimo y Gregorio. … le resulta habitual tener en cuenta la exégesis precedente (escrupulosamente indicada al margen con la sigla de los autores que recuerda y cita), porque quiere permanecer fiel a la tradición; indaga con cuidado e interés la letra, pero busca además su significado, y este no es sólo el sentido de la alegoría, o sea, la doctrina contenida en la Escritura, o el sentido moral; su interés es más bien místico, unas veces cristocéntrico, otras eclesiocéntrico, pero su lectura tiende siempre a llegar al núcleo neotestamentario: el encuentro Dios-hombre en la encarnación del Verbo, el encuentro hombre-Dios en la plenitud de gracia del fiel" (Leonardi, Ricardi y Zarri, ”Diccionario de los santos", p. 327).

Según su discípulo Cuthbert, hasta durante su última enfermedad, Beda no abandona ni la oración ni el trabajo, siguiendo a la perfección su regla. "Incluso el día de su muerte, el santo estaba ocupado dictando una traducción del Evangelio de San Juan. Al atardecer, el muchacho Wilbert, que la estaba escribiendo, le dijo: “Hay todavía un versículo, querido maestro, que no está escrito.” Y cuando lo hubo entregado, y el muchacho le dijo que ya estaba todo terminado, contestó Beda: “Has hablado con verdad… ya está todo acabado. Toma mi cabeza entre tus manos, pues es de gran placer sentarme frente a cualquier lugar sagrado donde haya rezado, y así sentado puedo llamar a mi Padre.” Beda fallece el día de la Ascensión de 735.

Pero su formidable influencia perdurará durante siglos, y aún hasta nuestros días. Su apelativo "Venerable", que al parecer le conferían ya sus contemporáneos al no poder llamarle en vida "santo", le fue formalmente concedido en 836, en el sínodo de Aquisgrán. En la Divina Comedia, Dante le sitúa en el Paraíso: "Vedi oltre flammegiar l’ardente spiro d’Isidoro, di Beda e di Ricardo" (Parad. X 131 s.) Y el papa Francisco, en 2013, eligió un fragmento de una de sus homilías para su propio escudo.

Efectivamente, "el lema del Santo Padre Francisco procede de las Homilías de san Beda el Venerable, sacerdote (Hom. 21; CCL 122, 149-151), quien, comentando el episodio evangélico de la vocación de san Mateo, escribe: «Vidit ergo Iesus publicanum et quia miserando atque eligendo vidit, ait illi Sequere me (Vio Jesús a un publicano, y como le miró con sentimiento de amor y le eligió, le dijo: Sígueme)». Esta homilía es un homenaje a la misericordia divina y se reproduce en la Liturgia de las Horas de la fiesta de san Mateo. Reviste un significado particular en la vida y en el itinerario espiritual del Papa. En efecto, en la fiesta de san Mateo del año 1953, el joven Jorge Bergoglio experimentó, a la edad de 17 años, de un modo del todo particular, la presencia amorosa de Dios en su vida. Después de una confesión, sintió su corazón tocado y advirtió la llegada de la misericordia de Dios, que, con mirada de tierno amor, le llamaba a la vida religiosa a ejemplo de san Ignacio de Loyola. Una vez elegido obispo, monseñor Bergoglio, en recuerdo de tal acontecimiento, que marcó los inicios de su total consagración a Dios en Su Iglesia, decidió elegir, como lema y programa de vida, la expresión de san Beda miserando atque eligendo, que también ha querido reproducir en su escudo pontificio".

El 13 de noviembre del "año de Nuestro Señor" de 1899, el papa León XIII proclamó a Beda Doctor de la Iglesia.


Francisco García Villalobos

Secretario general-canciller del Obispado de Málaga.

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