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Isidoro, el pozo de la sabiduría

San Isidoro de Sevilla
Publicado: 14/03/2016: 3168

Nació en una familia de refugiados. Sus padres huyeron de Carthago Nova (Cartagena) al ver aproximarse, imparable, la poderosa Armada Imperial de Justiniano. Tras peregrinar por media Hispania visigoda escapando de la invasión bizantina, se asentaron con sus tres hijos en Hispalis (Sevilla). Allí, hacia 560, vino al mundo Isidoro.

Al poco tiempo, Isidoro quedó huérfano, y se encargó de su educación su hermano mayor, Leandro. Paradójicamente, aquel que con el tiempo llegaron a aclamar como el hombre más sabio de su época, no era de niño un estudiante aplicado. Leandro, en su afán por instruirle, utilizaba los métodos más severos; siendo su dureza tan grande que Isidoro terminó por huir de casa.

Deambulando sin rumbo por el campo sevillano, asfixiado por la sed, Isidoro se topó con un pozo. Después de saciar su sed, se quedó mirándolo fijamente. Le llamó la atención que la suave cuerda del brocal había llegado a practicar, con el uso y el paso del tiempo, una hendidura en la piedra. El roce continuo durante años y años había logrado lo que aparentemente era imposible: que la blanda soga venciera la dura roca. Esta sencilla imagen supondría un vuelco en su vida. Comprendió que la constancia y la voluntad, el tesón y la persistencia, son las claves para obtener las metas que a priori se nos antojan inalcanzables. Con razón la constancia se cuenta entre las virtudes capitales, pues la firmeza y perseverancia del ánimo en las resoluciones y en los propósitos, nos permite con una sucesión de esfuerzos continuados, y el empeño por llegar a una meta, obtener los más grandes resultados.

Y con esa nueva perspectiva, comenzó a formarse, con voluntad contínua e inquebrantable. El estudiante díscolo empezó a beber incansablemente de las preciosas fuentes que se conservaban en la biblioteca catedralicia (su hermano era el Obispo de la ciudad), que él mismo iría después ampliando progresivamente, importando manuscritos de oriente y occidente, hasta convertirla en un depósito cultural de primera magnitud.

Se convirtió en un erudito, el más reconocido de su siglo. Llegó a dominar las siete artes liberales (gramática, retórica, dialéctica, aritmética, geometría, astronomía y música). Pero su curiosidad insaciable le llevó también a profundizar en materias tan diversas como medicina, derecho, agricultura, geografía o lingüística. Escribió biografías, diálogos, diccionarios y obras sobre liturgia, cánones e historia. Estudió –y gracias a él, muchas pudieron salvarse- todas las obras de la antigüedad clásica. El eclecticismo "caracteriza la producción literaria de san Isidoro, el cual pasa con suma facilidad de Marcial a san Agustín, de Cicerón a san Gregorio Magno". (Benedicto XVI, Audiencia General de 18 de junio de 2008)

Pero sin duda, su obra magna y más influyente fueron las Etimologías, que constituyó la primera Enciclopedia de la Europa Occidental. Este memento, que sería copiado miles y miles de veces hasta la llegada de la imprenta, dividido en 20 libros, con índices y clasificación alfabética para facilitar una búsqueda pronta y eficaz, se convirtió en el principal manual de texto de Europa durante ¡más de mil años!

En las Etimologías, el genio sintético de Isidoro compiló en un magno repertorio el saber conocido. Sobre las siete artes liberales citadas, trató la medicina y el derecho, Dios, la Iglesia y los oficios eclesiásticos, las lenguas y los pueblos, los reinos, la guerra y los ejércitos, los animales y los minerales, el mundo y sus partes... un universo cultural amplísimo y heterogéneo de la cultura clásica, que pudo salvarse del naufragio del mundo antiguo y transmitirse a la posteridad gracias a su genio sistematizador.

Porque su colección no fue una agregación heterogénea, informe y abstrusa de saberes deslavazados. "No podemos ver en Isidoro sólo un gran recopilador, un simple erudito, él realiza además una labor de síntesis, que sólo una mente lúcida y analítica como la isidoriana estaba capacitada para realizar. En él advertimos un asimilado compendio de doctrina perfectamente trabado, que va a constituir el punto de arranque de los grandes sistemas del Medievo. Su visión totalizadora se desarrolla como una filosofía cristiana de carácter neoplatónico; una teología con profunda fundamentación en la Biblia y en los Santos Padres, especialmente en San Agustín; una cosmovisión ecléctica en la que se asumen en un todo doctrinas platónicas, aristotélicas, epicúreas y estoicas; una recopilación jurídica que constituye el antecedente inmediato del Fuero Juzgo; y una magna concepción histórica, inspirada en su estructura y filosofía en San Agustín, pero que tiene el gran valor de aportar elementos de la historia de los godos, especialmente desde Liuva hasta Suintila (600-626) que sin su constatación y recopilación nos serían en gran parte desconocidos hoy" (J. F. Ortega Muñoz, Comentarios a las Sentencias de Isidoro de Sevilla, Themata 6 (1989) pp. 107-8).

Es asimismo el gran impulsor de la formación del clero de su época. Y como pastor realista, "san Isidoro busca en el ejemplo de Cristo la confirmación definitiva de una correcta orientación de vida y dice: «El Salvador, Jesús, nos dio ejemplo de vida activa cuando, durante el día, se dedicaba a hacer signos y milagros en la ciudad, pero mostró la vida contemplativa cuando se retiraba a la montaña y pasaba la noche dedicado a la oración» (Libro de las Diferencias, 134). A la luz de este ejemplo del divino Maestro, san Isidoro concluye con esta enseñanza moral: «Por eso, el siervo de Dios, imitando a Cristo, debe dedicarse a la contemplación sin renunciar a la vida activa. No sería correcto obrar de otra manera, pues del mismo modo que se debe amar a Dios con la contemplación, también hay que amar al prójimo con la acción. Por tanto, es imposible vivir sin la presencia de ambas formas de vida, y tampoco es posible amar si no se hace la experiencia tanto de una como de otra» (Libro de las Diferencias, 135)" (Benedicto XVI, o.c.)

Amén de su titánica obra cultural, Isidoro tuvo asimismo un gran ascendiente en la dinámica de la Iglesia hispana de su época. Sucedió a su hermano Leandro en la sede arzobispal sevillana, y su influencia a nivel nacional fue muy intensa, especialmente a través de los Concilios IIº de Sevilla (619) y IVº de Toledo (633) que presidió (llegando a promover la creación en todas las diócesis de escuelas episcopales -antecedentes de los seminarios-, y la unificación litúrgica de la España visigótica). Por otra parte, en el ámbito histórico-político, intervino de modo decisivo en la limitación del poder del rey, conforme a su frase predilecta y que perviviría durante siglos: "rex eris si recte facies, si non facias non eris". Esta afortunada expresión, que será posteriormente reproducida casi idénticamente en el Fuero Juzgo ("rey serás si fecieres derecho, et si non fecieres derecho non serás rey"), constituye una prístina limitación al poder absoluto, y resuena en nuestros oídos, a catorce siglos de distancia, con un aire absolutamente democrático y actual.

Isidoro murió en 636. Aquel niño rebelde e indisciplinado se había convertido en un gigante del saber, un pozo del que beberían durante siglos generaciones de europeos. Según proclamó el VIIIº Concilio de Toledo, fue “un Doctor eminente, la última gloria de la Iglesia católica, posterior por la edad pero no inferior por la doctrina y la vida a sus predecesores, uno de los más sabios en la marcha de los siglos”. Todo un modelo a seguir en nuestras acomodaticias vidas.

En 1722, el papa Inocencio XIII le proclamó Doctor de la Iglesia.


Francisco García Villalobos

Secretario general-canciller del Obispado de Málaga.

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