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León, el constructor de puentes

San León Magno
Publicado: 10/11/2015: 1949

De los 266 papas que han servido a la Iglesia a lo largo de la Historia, sólo 3 han recibido el sobrenombre de Magnos: el primero de ellos fue León. Él fue también además el primero en utilizar el apelativo de “pontífice”, recuperando el título que habían ostentado durante siglos los emperadores romanos y al que poco antes habían renunciado (Graciano, 382). Pontífice era el nombre que utilizaba la máxima dignidad religiosa en tiempos de Roma.

Realmente ese apelativo (que literalmente significa constructor de puentes), con independencia de su verdadero origen (1) le resultaba muy apropiado a León. Era un firme y habilísimo diplomático, que siendo sólo diácono ya había sido enviado por el emperador a las Galias (440) dentro del proceso de paz entre el prefecto del pretorio Albino y el patricio Aecio, cuyas pugnas a punto estuvieron de provocar una guerra civil en la zona. Encontrándose allí fue elegido Papa con “admirable paz” (las elecciones solían ser en aquella época de gran discordia o incluso violencia), y el pueblo le esperó con “admirable paciencia” durante los 40 días que tardó en retornar a Roma.

Este consenso en su nombramiento no fue desde luego casual. León ya gozaba de un gran prestigio antes de su misión en las Galias, acreditado en sus intervenciones en la cuestión pelagiana, que ocupó y preocupó a los papas Celestino y Sixto III y en cuyas decisiones influyó considerablemente. Su ascendente se extendería también de modo inmediato al ámbito civil, abonado por la propia incapacidad del poder político reinante, que gobernaba de modo errático e incompetente. Tan es así que tuvo que ser él quien negociara con el temido Atila, el líder de los hunos.

El emperador Valentiniano III había huido desde la corte en Rávena a refugiarse en Roma cuando las tropas bárbaras cruzaron el norte de la península italiana y arrasaron la ciudad de Aquileya. De modo que el Senado optó por pedirle a León que se reuniera con Atila ante la inminente invasión. Todos esperaban lo peor, pues Atila, cuya crueldad ha pasado a ser proverbial, gobernaba el que en aquel momento era el mayor imperio de la Tierra, por lo que nada le impedía avanzar hacia Roma y conquistarla. Se desconoce qué ocurrió en la reunión entre Atila “Azote de Dios” y León, en la reunión a la que este, demostrando desde luego un gran valor, acudió inerme. Lo cierto es que tras la entrevista, Atila se retiró a su cuartel general en la frontera del Danubio.

Tres años después, León tuvo que negociar con otro temible rey bárbaro, Genserico, que atacaba esta vez por el Sur ya que se había hecho fuerte en los territorios romanos del Norte de África. En esta ocasión lo que consiguió León fue salvar Roma del fuego, y a sus habitantes de la masacre, si bien durante dos semanas la Urbe fue saqueada.

Doctrinalmente, el mayor mérito de León reside en su decidida intervención contra el monofisismo de Eutiques, sobre el que ya hablamos al referirnos a Pedro. En efecto, según Eutiques hay que distinguir “dos momentos. Antes de la unión, las naturalezas de Cristo eran dos, la humana y la divina. Pero después de la unión no había más que una naturaleza, habiendo absorbido el Verbo al hombre; de María Virgen tuvo origen el cuerpo del Señor, el cual, sin embargo, no es de la misma sustancia y materia nuestra; eso sí, humano como el nuestro, pero no consubstancial a nosotros ni a Aquella que fue Madre de Cristo según la carne”. Por eso –siempre según Eutiques- Cristo “no nació ni padeció, ni fue crucificado, ni resucitó según la verdadera naturaleza humana”. (Sempiternus Rex, Pío XII)

Eutiques contaba con el favor del emperador Teodosio II, que convocó en 449 un concilio en Éfeso (2). A él asistió Flaviano, patriarca de Constantinopla, portando una instrucción de carácter dogmático (tomus ad Flavianum) enviada por León contra la herejía monofisita. Fue el debate tan controvertido y violento, que Flaviano murió de las heridas que recibió al ser pisoteado y molido a bastonazos por los eutiquianos, cuyas posiciones –no es de extrañar con tales recursos- resultaron triunfantes. Este seudoconcilio pasaría a la historia como lo denominó León: el latrocinio de Éfeso.

Para contrarrestar aquella ilegítima asamblea, muerto Teodosio, el papa León intervino decididamente, y con su habilidad característica obtuvo que se declararan nulas las actas de Éfeso.

“El origen de las dos naturalezas de Cristo radica en su doble nacimiento, el divino y el humano. Uno en la eternidad, obra del Padre. Otro en el tiempo, obra del Espíritu. El misterio de nuestra fe, la Encarnación, es obra de la Trinidad. Cada naturaleza tiene todo lo que le es propio, y, uniéndose, no tienen como resultado un tercer elemento, sino el Hijo de Dios hecho carne. Ambas naturalezas hacen lo que es propio a cada una; pero el sujeto es uno y el mismo: el Verbo hecho carne. La unidad de la persona divina es lo que da valor divino, salvífico a sus acciones humanas. Sólo por haber en Cristo dos naturalezas unidas en una persona se pueden entender las afirmaciones escriturísticas que intercambian para el mismo sujeto lo que se predica de una u otra (communicatio idiomatum)” (Patrología, Ramón Trevijano Etcheverría)

“Guardando, pues, una y otra naturaleza lo que le es propio y uniéndose en una sola persona, la humildad es asumida por la majestad; la debilidad por la fuerza; la mortalidad por la eternidad. Para saldar la deuda de nuestra condición, la naturaleza invulnerable se ha unido a la naturaleza capaz de padecer, de modo que el mismo y único mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, tal como convenía para nuestra restauración, por una parte pudiera morir y por otra no morir. Es decir: en íntegra y perfecta naturaleza de verdadero hombre ha nacido el verdadero Dios, completo en lo suyo, completo en lo nuestro. Entendemos por "nuestro" aquello que desde el principio puso el creador en nosotros y que tomó para restaurar” (Tomus ad Flavianum, Ep. 28, II 54-64).

De este modo se reafirmó la doctrina ortodoxa en el Concilio de Calcedonia (451), en el cual, solemnemente se declaró, refiriéndose al Tomus ad Flavianum, que “Pedro ha hablado por boca de León, León ha enseñado según la piedad y la verdad”. Se reconocía así la construcción por el papa León de otro trascendental puente para la Iglesia católica, conduciéndola por la ortodoxia y salvándola de caer en los errores opuestos del nestorianismo (v. Cirilo) y el monofisismo.

Y así, el Concilio declaró solemnemente que confesamos “un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad, Dios verdadero y hombre verdadero, compuesto de alma y cuerpo; consubstancial con el Padre según la divinidad, consubstancial con nosotros según la humanidad; semejante a nosotros en todo, fuera del pecado; engendrado del Padre antes de los siglos según la divinidad, de María, Madre de Dios, según la humanidad, en los últimos tiempos por nosotros y por nuestra salvación, un solo y mismo Hijo, Señor, Unigénito que debe reconocerse en dos naturalezas sin confusión, sin mutación, sin división, sin separación, sin quitar de ninguna manera la diferencia de las naturalezas por razón de la unión, y más aun salvando la propiedad de una y otra naturaleza que concurre en una sola persona y subsistencia: no en dos personas partido y dividido, sino en un solo y mismo Hijo y Unigénito Dios Verbo, Señor, Jesucristo”.

Junto a la defensa de la doctrina de la Encarnación, León se distinguió por defender con gran éxito entre sus contemporáneos el origen divino del Primado petrino. Pero no lo hacía por ambición personal, sino por ser el Primado del Obispo de Roma, ciudad regenerada por la sangre de los apóstoles, garantía de unidad y de comunión en la fe: de hecho, él se consideraba siempre el “indigno heredero y vicario de Pedro, del que había recibido su autoridad apostólica y al que estaba obligado a seguir en su ejemplo”.

Antes de León, el obispo de Roma controlaba las diez provincias suburbicarias y, más limitadamente, las siete provincias del vicariato de Italia. Con él se acentúa no sólo el recurso al papa como una instancia suprema, sino también el ejercicio de un poder personal dondequiera el bien común de la Iglesia requiere su solicitud pastoral. Interviene en Galia, África, Hispania e Iliria; pero también en Oriente, donde el papa nunca había intervenido (Trevijano). Como dijeron al finalizar el Concilio de Calcedonia incluso los mismos obispos orientales, tan renuentes a menudo en esta cuestión, “tú has recibido del Señor en persona el encargo de cuidar su viña y la misión de unir a todo el cuerpo de la Iglesia”. Sólidos puentes de comunión construidos entre las Iglesias de Oriente y Occidente, entre las Iglesias de toda la Cristiandad.

León murió en 461, con 70 años de edad, después de veinte de “pontificado”. En 1754, fue proclamado por el papa Benedicto XIV Doctor de la Iglesia.

1 Unos consideran que el nombre tenía un origen literal, dado que el Tíber era considerado una deidad. Otros lo consideran una corrupción latina del término etrusco sacerdote, por su similar sonoridad. Otros en fin, se decantan por su función: quien tenía este título era el encargado de construir puentes entre los dioses y los hombres.

2 No confundir con el legítimo del mismo nombre celebrado en 431


Francisco García Villalobos

Secretario general-canciller del Obispado de Málaga.

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