NoticiaHistoria de la Iglesia La reforma monacal: Cluny y Cister Publicado: 29/05/2015: 29378 En el origen y desarrollo del monacato y de las órdenes religiosas aparecen dos elementos bien definidos: el carismático (la inspiración divina) y el jurídico (el que da forma estable y legal al anterior). Con el tiempo, ambos elementos, sobre todo el primero, tienden a desvirtuarse. De ahí la necesidad de una continua renovación sobre todo en tiempos de crisis, con el fin de volver al espíritu del fundador. Los monasterios benedictinos, muy extendidos en Europa Occidental, realizaban una labor muy variada: unos se convirtieron en grandes centros culturales, otros cuidaron mucho la agricultura y todos profesaron la obligación primordial del monje, como era la oración litúrgica sin olvidar el trabajo manual, como lo quiso san Benito. Con el paso del tiempo, los monasterios fueron recibiendo grandes donaciones y terminaron por enriquecerse y así la vida monacal se fue relajando. Muchos príncipes o señores fundaron monasterios en sus propios territorios y se apropiaron el derecho de nombrar abades, no siempre personas dignas. La reforma cluniacense pretende resolver dos graves problemas: el excesivo trabajo manual del monje y la intromisión de los laicos en la designación de los abades. La solución fue el incremento de la vida de oración con el canto de las horas canónicas (138 salmos cantados diariamente) y la de poner el monasterio bajo la jurisdicción papal. De entre sus monjes salieron los grandes papas reformadores. El arte románico, los códices miniados, el desarrollo de la ganadería y de la agricultura, la repoblación de nuevas tierras, fueron sus grandes aportaciones a la Europa medieval. Hacia 1075, un grupo de benedictinos, ansioso de mayor perfección, se retiró a un lugar desierto llamado Citeaux y funda un nuevo monasterio. Personalidad arrolladora fue san Bernardo (1091-1153). En 1112 ingresó en el Cister. La pobreza, la austeridad, la soledad, la oración y el trabajo fueron las notas dominantes de esta reforma que, con la anterior, perduró durante muchos siglos para el bien de la Iglesia.