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Ambrosio, el obispo súbito

San Ambrosio
Publicado: 19/03/2015: 3357

Durante el otoño de 374 estallaron violentos disturbios en Mediolanum (Milán), entonces capital del Imperio romano de occidente. El motivo fue la provisión de la sede episcopal, que estaba vacante tras la muerte del obispo arriano, habiendo fallecido previamente en el destierro el obispo católico legítimo.

El gobernador de la capital, Aurelio Ambrosio, era un hombre respetado por todos. Provenía de una familia patricia. Su padre había sido el prefecto de las Galias, con residencia en Augusta Treverorum (hoy Tréveris, en Alemania), donde había visto Ambrosio la luz 35 años atrás. Tras la muerte del padre, estudió retórica en Roma, y posteriormente obtuvo la adscripción a la prefectura de Sirmium, en la actual Serbia, donde fue nombrado abogado del Tribunal y miembro del Consejo del prefecto. Desde este puesto fue posteriormente promovido a gobernador-administrador (consularis) de Liguria y Emilia, con residencia en Milán.

Y allí se desempeñó con tanta ecuanimidad que los cristianos de la ciudad, a pesar de estar profundamente divididos, espontáneamente le eligieron Obispo. Se dice que la aclamación se inició tras la voz de un niño que gritó “Ambrosius Episcopus”. Vox populi, vox Dei.

Pero Ambrosio no era presbítero. Ni diácono. Es más, ni siquiera estaba bautizado.

Ambrosio era aún catecúmeno. Ante lo cual, él mismo rechazó la proclamación, alegando que las disposiciones del Concilio de Nicea al respecto eran muy claras. Más aún, su condición de funcionario exigía el permiso del emperador. Pero era tan unánime el favor del pueblo, y tan acreditada su capacidad de gestión, que los obispos sufragáneos confirmaron la elección dispensando del canon correspondiente; a su vez, Valentiniano I le concedió la oportuna autorización.

Y así, Ambrosio fue bautizado –por un obispo niceno-, y en sólo 7 días recibió la consagración episcopal.

Ante una ordenación tan súbita, el propio obispo recibió con cierto vértigo su nuevo estado. Él mismo escribió que tuvo que enseñar y aprender al

mismo tiempo. Pero su extraordinaria capacidad le permitió convertirse rápidamente en maestro de doctrina (sus sermones dominicales, más orientados a la formación moral práctica de sus súbditos que a las especulaciones dogmáticas fueron decisivas en la conversión del propio Agustín de Tagaste, más tarde Agustín de Hipona) (1). Y, más aún, se constituyó como el pilar más seguro que tuvo la Iglesia de su época frente al poder civil, y frente al paganismo ya en franca decadencia.

Una de sus actuaciones más decisivas fue la resistencia pasiva –nada habitual entonces- que opuso al intento de expropiación de una Basílica.

Justina, la emperatriz madre de Valentiniano II, intentó confiscársela a los católicos para entregársela a los arrianos (¿cuántas veces en la historia hemos visto, ¡y seguimos viendo!, intromisiones ilegítimas del poder civil intentando usurpar propiedades de la Iglesia?). Incluso enviaron a una patrulla militar para rendir por la fuerza el templo, donde se había congregado el pueblo.

-"Nabot se negó a entregar la herencia de sus antepasados. ¿Cómo voy yo a entregar las iglesias de Jesucristo?" les replicó el obispo. “Si me piden cualquier cosa mía, dinero, una casa, oro o plata, estoy pronto de ofrecer lo que me pertenece” (en realidad nada, porque tras ser nombrado obispo había entregado su patrimonio a los pobres); “pero no puedo sacar nada del templo de Dios ni entregar aquello que he recibido para custodiarlo”.

La contrapropuesta del emperador fue que arbitrase la cuestión un grupo de jueces laicos; y en caso de negar la mediación propuesta, se entregase sin más la basílica al arriano Auxencio. Ambrosio respondió que los laicos no tenían derecho a juzgar a los obispos, ni a dictar leyes eclesiásticas: "El emperador está en la Iglesia, no sobre la Iglesia". “Rezamos, Augusto; no combatimos, pero no tenemos miedo y rezamos”… “Lo siervos de Cristo han olvidado lo que es el miedo. Y un hombre que ha perdido el miedo, no se doblega ante el terror… Nosotros damos al Cesar lo que es del César. Pero la Iglesia es de Dios, no del César” (Ep. XXI).

Ocho días se mantuvo, junto con el pueblo, sitiado en su propio templo, en una “santa cautividad”, componiendo himnos sagrados (cantos antifonarios de salmos) y reiterando sus disposición al martirio. Y al fin, ante la actitud firme de Ambrosio y de sus diocesanos, los propios soldados renunciaron a ejecutar la orden de desalojo, desistiendo la corte de su actitud. Aunque aquel desafío al emperador a punto estuvo de costarle la muerte a Ambrosio, según relató el propio obispo por carta a su hermana Marcelina.

-"…el eunuco Calígono, que es camarlengo imperial, me dijo: Tú desprecias al emperador, así que te voy a mandar decapitar. Yo repuse: ¡Dios lo quiera! Porque así sufriría yo como le corresponde a un obispo, y tú actuarías como lo que eres".

Afortunadamente, la cuestión no pasó de una amenaza, y Ambrosio pudo seguir ejerciendo con libertad su ministerio. Pero realmente la cuestión iba más allá de una simple basílica. Suponía la reacción valiente de la Iglesia, que se concretó en la actuación de un obispo, frente a la injerencia desproporcionada de los poderes públicos que había caracterizado tantas intervenciones imperiales a lo largo del siglo IV. Un símbolo importante de ello fue la renuncia del emperador Graciano (en 383) al título de Pontifex Maximus que habían ostentado sus antecesores desde Augusto.

Y aún más. Esa actitud decidida permitió desde entonces a los obispos manifestar con libertad y entereza su juicio moral sobre las actuaciones gravemente injustas de los poderes públicos. Así ocurrió en 390, con la brutal acción del emperador Teodosio en Tesalónica.

En dicha ciudad, Buterico, el jefe de infantería, encarceló a un popular auriga acusándole de homosexualidad. La población se amotinó, y las revueltas fueron tan graves que llegaron a costarle la vida al propio Buterico, que fue lapidado, y su cadáver ultrajado. La cólera del emperador fue de tal magnitud que ordenó convocar a la población en el circo donde el auriga debía haber actuado y pasarla a cuchillo. La masacre, que duró siete horas, y en la que murieron más de siete mil personas, pasaría a la historia como la matanza de Tesalónica.

Cuando tuvo conocimiento de la carnicería, Ambrosio, horrorizado, se dirigió al emperador amenazándole de no celebrar Misa ante él mientras no se arrepintiera ante todo el pueblo de aquel acto, lo que equivalía de

facto a una excomunión. Teodosio se mantuvo reticente varias semanas, pero finalmente se sometió a la penitencia pública en la Navidad del 390. Según Canfora “fue indudablemente, para los humildes y oprimidos, un espectáculo exaltante: era la primera vez en la historia que un obispo reivindicaba para sí el derecho de juzgar y absolver también al jefe del Estado, y que el jefe del estado de la mayor potencia de su tiempo, reconociese este derecho y se sometiera”.

En 397, después de 22 años al frente de su Diócesis, enfermó gravemente. Su labor había sido colosal. Había practicado una política de “puertas abiertas” y, además de su extraordinaria actividad como pastor y maestro había podido escribir obras exegéticas, morales, dogmáticas y discursos. Creó la Himnología litúrgica de la Iglesia occidental. También impulsó en occidente la práctica de la lectio divina, la escucha orante de la palabra de Dios. Era tan inmensa su influencia, que el hombre fuerte del Imperio, el general Estilicón, “temiendo que su muerte acarreara la destrucción de Italia, despachó una embajada compuesta de los principales ciudadanos, para implorarle que rezara ante Dios para prolongar sus días”. Él respondió que “No he vivido de modo que me avergüence de vivir; pero no tengo miedo de morir; porque tenemos a un Señor bueno”. Falleció a los 57 años de edad.

Fue declarado Doctor de la Iglesia por el papa Bonifacio VIII en el año 1295.

1. “San Agustín expresa su admiración porque san Ambrosio leía las escrituras con la boca cerrada, sólo con los ojos (cf. Confesiones VI, 3). De hecho, en los primeros siglos cristianos la lectura sólo se concebía con vistas a la proclamación, y leer en voz alta facilitaba también la comprensión a quien leía. El hecho de que san Ambrosio pudiera repasar las páginas sólo con los ojos era para el admirado san Agustín una capacidad singular de lectura y de familiaridad con las Escrituras.” (Benedicto XVI, Audiencia General, 24 de octubre de 2007) “Era una de esas personas que dice la verdad, la dice bien, juiciosamente, agudamente, y con belleza y fuerza de expresión” (Agustín, De doct. christ., IV,21).


Francisco García Villalobos

Secretario general-canciller del Obispado de Málaga.

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