Vida DiocesanaDoctores tiene la Iglesia

Gregorio, el teólogo remiso

Icono de San Gregorio Nacianceno
Publicado: 23/02/2015: 2944

Fue ordenado sacerdote, y huyó. Fue designado obispo, y no tomó posesión de su diócesis. Fue elegido presidente de todo un Concilio ecuménico, y dimitió.

Pero es Doctor de la Iglesia; y para oriente es "el Teólogo" por antonomasia.

Compatriota, compañero de estudios y amigo íntimo de Basilio, de quien ya hablamos en el capítulo anterior. Pero sus caracteres no podían ser más distintos. Basilio era un hombre de acción, carismático, un verdadero líder. Gregorio, un poeta, soñador e indeciso. Basilio era firme, resuelto, en ocasiones brusco. Gregorio, frágil, apocado y bastante ingenuo. Sin embargo, ambos capadocios, junto con el hermano de Basilio, Gregorio de Nisa, llevaron a su cumbre la obra teológica de Atanasio. A su muerte, la derrota total del arrianismo y la victoria definitiva de la fe nicena estaban ya a la vista. Y su contribución al progreso de la teología tendría una influencia inestimable en la Iglesia universal.

Gregorio nació en Arianzo, en Capadocia (que significa "tierra de bellos caballos"). Esta región, de paisajes lunares, se halla en el corazón de Anatolia, y fue una vez el centro del imperio hitita. Desde muy joven amó las letras. Y como era usual en las familias acomodadas,marchó a completar su formación a los mejores centros culturales de la época, Alejandría y Atenas. Allí, en la capital griega, trabará su profunda amistad con Basilio.

"Teníamos en común los estudios, la casa, los pensamientos, y puedo gloriarme de que era nuestra amistad famosa en Grecia; todo lo compartíamos; una sola alma unía dos cuerpos distintos. Lo que de manera especial nos unía era Dios y el amor por lo mejor". (Autobiog., v. 221 ss.)

De vuelta a su patria, le ordena sacerdote su propio padre, que era el obispo de Nacianzo. Pero Gregorio recibe la ordenación prácticamente a la fuerza, bajo la presión de la comunidad cristiana de la ciudad, y sólo por estricta obediencia. Más tarde llegará incluso a calificar aquel acto como una "tiranía". Se siente tan violentado por la ordenación, que incluso llega a huir de la ciudad. Su reluctancia obedece a su gran escrúpulo, por no considerarse digno del sacerdocio: la justificación que compone de su huida (Apologeticus de Fuga) recoge precisamente las cualidades, virtudes y honores que deben reunir los sacerdotes, y de las que él no se considera digno ni capaz.

Sin embargo, regresa a Nacianzo. Y elije desde entonces y para lo sucesivo la acción que no quiere, en vez de la contemplación que prefiere. J. H. Newman piensa que esa paradoja se debió al elevadísimo concepto que tenía de su activo y enérgico amigo Basilio, que le inspiró para adoptar un talante resolutivo con el que en el fondo siempre se sentiría incómodo.

Aunque aquella amistad sufriría una dura prueba.

Basilio ya era patriarca de Cesarea, y el emperador arriano Valente, para disminuir su poder, dividió la región de Capadocia en dos provincias, privando al enérgico y ortodoxo capadocio de la mitad de su territorio. Éste, con una hábil jugada, contraatacó erigiendo nuevas diócesis sufragáneas en la zona en conflicto, y colocando gente de su confianza en aquellos episcopados creados "ad hoc". Para una de ellas, Sásima, designó como obispo a Gregorio.

Pero Sásima era una simple estación en la ruta de Cilicia. Tenía un gran valor estratégico. Pero nulo desde el punto de vista pastoral. El propio Gregorio se sintió utilizado por su amigo y se resistió a tomar posesión, porque se trataba de“un agujero espantoso; una mísera parada de postas de la carretera principal... sin agua, vegetación, o la compañía de personas... ¡esto era mi iglesia de Sásima!”

Así, a pesar de las insistencias de Basilio, Gregorio permaneció en Nacianzo, actuando como coadjutor de su padre. A la muerte de éste, y superando su deseo de retirarse a la soledad, Gregorio tuvo que aceptar el gobierno de la diócesis, hasta que fuese nombrado el nuevo obispo.

Pasaron unos años. Murió el emperador Valente, y Gregorio, que ya tenía gran fama como orador (le llamarían "el Demóstenes cristiano") fue invitado a restaurar la fe de Nicea en Constantinopla, que había estado más de 30 años sometida totalmente al arrianismo. Como siempre, se mantuvo remiso, temiendo lo peor. Y en efecto, cuando finalmente aceptó el encargo y se trasladó a la ciudad se encontró con un torbellino de intrigas, corrupción, traiciones e incluso violencia. A pesar del cambio de emperador (su sucesor Teodosio defendía la fe de Nicea), eran tan poderosos aún los arrianos, que careció incluso de una iglesia donde ubicarse. Sobreponiéndose, desde una villa particular que rebautizó como Anastasia (resurrección) proclamó su obra más célebre, sus cinco vigorosos discursos sobre la Trinidad y el Espíritu Santo.

Basándose en diversos pasajes de la Escritura, excluye claramente al Espíritu Santo del rango de las meras criaturas, donde era colocado por los pneumatómacos (literalmente, "luchadores contra el Espíritu") que negaban su divinidad. Lo propio de las criaturas es participar de Dios, ser perfeccionadas por Dios, ser santificadas, ser divinizadas… ; pero todo esto es ajeno al Espíritu Santo, que, siendo Dios, es, en sí mismo, quien perfecciona, santifica, y diviniza a las criaturas. Este texto es especialmente ilustrativo al respecto: "El Padre es padre y sin principio, pues no es de nadie. El Hijo es hijo y no es sin principio, pues es del Padre, pero si te refieres a un principio temporal, también es sin principio, pues el que ha creado el tiempo (cf. Heb 1,2) no está sometido al tiempo. El Espíritu Santo es verdadero espíritu, procedente del Padre (προϊὸνἐκτοῦ Πατρá½¹ς), no por filiación (υá¼±ικῶς), ni por generación (γεννητῶς), sino por procesión (ἐκπορευτῶς), si es que hace falta alguna innovación en las palabras para mayor claridad. El Padre no cesa en la agennesía por engendrar al Hijo, y el Hijo no cesa de ser engendrado, por ser del ingénito –¿cómo podría darse tal cosa?–. El Espíritu no se transforma en el Padre o enel Hijo porque proceda (ἐκπεπÏŒρευται) o porque sea Dios" (Or. 39,12)

Efectivamente Gregorio establece la procesión del Espíritu como correlativa a la generación del Hijo, utilizando para explicar la Trinidad la famosa imagen de "tres soles que se penetran mutuamente formando una única fusión de luz" (Or. 31,14)

Estas inspiradas proposiciones ratificarán la gran consideración como teólogo de la que ya disfrutaba. Convocado el Concilio ecuménico de Constantinopla, pasa a presidirlo tras la muerte de Melecio. Pero los obispos egipcios y macedonios impugnan su designación, por considerar irregular su traslado desde Sásima. Gregorio, cansado de oír una y otra vez a aquella "banda de grajos", dimitirá. "Tengo el corazón encogido, las manos sin fuerza, desfallece mi valor". Estaba realmente agotado. Pero los cimientos que había colocado con su gran sacrificio ya eran firmes, y el Concilio constantinopolitano afianzará las verdades que ya se habían proclamado en Nicea. Así, después de proclamar la Encarnación en los términos de nuestro Credo actual, precisaría también nuestra confesión de fe en el Espíritu: “Creemos en el Espíritu Santo que también es Señor y confiere la vida; y que procede del Padre, y que con el Padre y el Hijo recibe las mismas adoraciones y una misma gloria y que habló por los profetas”.

Gregorio volvió a Nacianzo, y, en cuanto pudo, se desprendió también de la que había sido la sede de su padre, regresando a Arianzo. Por fin cerraba el círculo. Allí vivió, tranquilo, seis años más, sus últimos seis años de vida. Basilio ya le había precedido en el viaje al Padre.

Antes de morir escribió con conmovedora sinceridad la explicación y síntesis de su existencia: "Cada uno posee un punto débil. El mío es la amistad".

Pío V, en 1568, le proclamó Doctor de la Iglesia.


Francisco García Villalobos

Secretario general-canciller del Obispado de Málaga.

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