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Efrén, el Arpa del Espíritu Santo

Publicado: 19/01/2015: 2851

Nació en Nísibe, entre el imperio romano y el sasánida, en zona de guerra. En aquella ciudad, actualmente en territorio turco, soportó tres terribles asedios (338, 346 Y 350), ordenados por el rey persa Sapor II, hasta que el desventajoso tratado de paz del emperador Joviano (tras la catastrófica campaña de su predecesor Juliano el Apóstata) le convirtió, junto con varios miles de hombres, mujeres y niños, en un refugiado. El rey, que rendía culto al zoroastrismo, no se caracterizaba precisamente por su tolerancia, y la persecución que desató contra los cristianos obligó a Efrén, que hasta entonces había convivido con al menos otras diez sectas en Nísibe, a huir a Edesa, la que llamaría en sus versos "ciudad bendita".

Era poeta. Menudo de cuerpo, lampiño y casi calvo. Su piel tenía un aspecto apergaminado, seco. Su tez, muy morena. Delgado, austero, se dice que sonreía poco. Pero su extraordinario lirismo fue el que conquistó las almas de sus vecinos. Mil setecientos años después, aún nos cautivan sus versos, y sus himnos nos elevan el espíritu. Sigue triunfando en nuestros corazones a través de los cantos litúrgicos, mientras que las conquistas de Sapor, el que fuera el rey más joven jamás coronado (1), yacen en el olvido.

Puso todo su arte al servicio de la Iglesia. Su inmensa obra en verso y prosa estaba encaminada a evangelizar y catequizar, imitando -y superando- la técnica que ya usaban sus adversarios, particularmente los discípulos del hereje Bardesanes, de enseñar deleitando.

"¿Cómo podría mi lira, Señor, descansar de tu alabanza?
¿Cómo podría yo enseñar a mi lengua ingratitud?
Tu amor ha dado confianza a mi timidez
y eso que mi voluntad es ingrata.

Es justo que los hombres confiesen tu divinidad.
Es justo que los seres celestiales adoren tu humanidad.
Los celestiales se asombraban de cómo te hacías pequeño
y los de la tierra de cómo te engrandecías"
(Himno De Fide, XIV, 9-10)

Apoyó con fuerza la participación de las mujeres en los cantos litúrgicos. ¿Quién duda hoy que el canto -incluido naturalmente el femenino- puede y debe coadyuvar al doble propósito de la liturgia, la glorificación de Dios y la santificación y edificación de los fieles?  Pero la cuestión, en aquella época, no era en absoluto pacífica. Es cierto que Ambrosio, desde Milán, decía que "las mujeres deben tomar parte en el canto de los salmos, pues unirse a tan grande número de personas en un solo coro es un fuerte vínculo de unidad”(In. ps. 1, Migne, PL, 14, 925). Sin embargo la situación en Siria no era tan fácil, pues justamente eran los himnos heréticos los más asiduamente  interpretados por coros femeninos, muchas veces acompañados de música de flauta y danza, lo que les había generado bastante descrédito en los ambientes cristianos. No obstante, Efrén fue firme defensor de su participación, componiendo expresamente numerosos himnos para ser interpretados por voces  de mujeres durante las asambleas.

Estos rasgos de su personalidad, junto con la moderna crítica histórica realizada sobre sus textos, nos descubren un Efrén bastante diferente del que la tradición bizantina -sin demasiado fundamento histórico- nos había descrito: básicamente, un severo monje entregado al ascetismo. Efrén -nos dicen las fuentes griegas "tenía el mundo entero como extraño a sí mismo, y dio la espalda a la creación material como a un enemigo, en función de la bienaventuranza invisible preparada en el cielo... Despreció todas las cosas del mundo... Huyó del mundo y de las cosas del mundo, y, como dice la Escritura, “se fue lejos y habitó en el desierto”, prestando atención sólo a sí mismo y a Dios, y allí recibió un desbordante aumento de virtud, pues sabía con certeza que la vida eremítica libera a quien la busca de la agitación del mundo, y le proporciona una silenciosa conversación con los ángeles".

Sin embargo, al comparar este pasaje con el afecto por la creación que desborda en los himnos auténticos de Efrén, nos percatamos de que la imagen que clásicamente se le atribuye es una distorsión de la realidad; distorsión producida por una tradición posterior que no llegó a conocer de él sino referencias indirectas de su fama, y quiso utilizar la misma para proclamar las bondades de la visa monástica. Mons. Martínez Fernández (Los Himnos de San Efrén de Nisibe y la liturgia de la Iglesia en lengua siríaca), destaca cómo los himnos "Sobre el olivo y el aceite, y los símbolos de Nuestro Señor" (De Virginitate, IV-VII ), o los himnos "Sobre la perla" (De Fide, LXXXI-LXXVI ), o las numerosísimas alusiones que Efrén hace en sus obras a la vida de los mercaderes o de los marineros, sin que aparezca en ellas desconfianza alguna frente al mundo creado, dejan patente que el autor de los himnos y el austero ermitaño de que habla la tradición oriental no pueden ser la misma persona.

¿Cómo era realmente entonces Efrén de Siria? Si algo le caracterizó, aparte de su inspiradísima poesía, fue su afán de servicio. Efrén fue ordenado diácono, y no se consideró nunca a si mismo digno del presbiterado, a pesar de serle ofrecido -dicen- incluso por el propio Basilio, del que hablaremos en otro capítulo. La diaconía, recuérdese, era la función de servicio instituida por los apóstoles (Hch. 6, 1-6) para atender a las viudas, los pobres y los enfermos, junto con el servicio del altar. Informaban al obispo de sus necesidades y seguían sus instrucciones en todas las cosas. Invitaban a las ancianas a los ágapes. Relevaban al obispo en las funciones más exigentes y menos importantes. Y así llegaron a ejercitar en cierta medida una jurisdicción en los casos más sencillos que les eran remitidos para su decisión. En resumen, como las Constituciones Apostólicas lo declaran (II, XL) ellos debían ser "oídos y ojos y boca y corazón" del obispo, o, también "su alma y sus sentidos" (Apost., Const., III, XIX).

Y así se desarrolló la vida entera de Efrén, tanto en la asediada Nísibe como después en su amada Edesa. Gastó su vida en ayudar a sus obispos en tareas subordinadas, poniendo toda su altísima inteligencia y sublime inspiración al servicio de la más eficaz difusión del mensaje cristiano. Unió de forma irrepetible teología y poesía. Poesía que le permitió, como nos recuerda Benedicto XVI, profundizar en la reflexión teológica a través de los símbolos y las imágenes: "…su teología se hace liturgia, se hace música ...  Efrén confiere a la poesía y a los himnos para la Liturgia un carácter didáctico y catequético ... se sirve de estos himnos para difundir, con motivo de las fiestas litúrgicas, la doctrina de la Iglesia. Con el paso del tiempo, se han convertido en un instrumento catequético sumamente eficaz para la comunidad cristiana" (Audiencia general, 28 de noviembre de 2007)

En esa privilegiada unión de reflexión teológica y sensibilidad poética, que le merecería el título de "arpista del Espíritu Santo"(Teodoreto de Ciro), destacan los veinte himnos dedicados a la Virgen María, a quien calificaba como Madre de Dios e "inmaculada e inviolada, incorrupta y totalmente púdica, alejada del todo de la corrupción y mancha del pecado" anticipándose así en quince siglos a la definición dogmática de su inmaculada concepción (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854).

Efrén el diácono murió en Edesa, tal como había vivido, al servicio de sus hermanos: auxiliando a los enfermos de una epidemia de peste que se había declarado, se contagió  de la fatal enfermedad y falleció. Era el año 373.

En 1920, en un gesto de marcado carácter ecuménico, Benedicto XV lo proclamó Doctor de la Iglesia.

 

(1) Sapor II fue posiblemente el rey más "joven" de la historia. Fue rey cuando aún estaba en el útero, pues la corona fue colocada sobre el vientre de su madre cuando ésta aún se hallaba encinta. Para ello, previamente, sus otros tres hermanos habían sido -respectivamente-, asesinado, encarcelado y cegado.


Francisco García Villalobos

Secretario general-canciller del Obispado de Málaga.

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