Vida DiocesanaDoctores tiene la Iglesia

Hilario, el león sonriente

Publicado: 12/01/2015: 1327

Año 345. En la ciudad gala de Lemonum (actual Poitiers), un joven llamado Hilario -que significa sonriente-, casado y con una hija, lleva una vida tranquila, sosegada, casi anodina. Sus padres, paganos, pertenecen a la aristocracia local. Por ello, con la serenidad propia de quien tiene todas las necesidades cubiertas, puede permitirse el lujo de consagrarse al estudio y la filosofía. Pero será esa misma inquietud por el saber la que le llevará a descubrir a Dios. Y con ello, a corregir radicalmente el rumbo de su -hasta entonces- rutinaria y predecible existencia.

En sus lecturas se había interesado especialmente por el neoplatonismo. Los conceptos (elaborados por Plotino, Porfirio o Jámblico) de Dios como "lo Uno" y "lo bueno absoluto", la idea de la realidad como desbordamiento o emanación -al modo de un sol o un manantial- de la plenitud divina, le resultaban gratos; respondían algunos de los interrogantes que le asaltaban sobre la existencia. Pero al propio tiempo, aquellos estudios le avivaban su inquietud por la comprensión de la propia realidad. Las intuiciones de estos filósofos no llegaban a calmarle su sed por el verdadero Conocimiento. Presentía que las auténticas respuestas estaban más allá de las frías proposiciones metafísicas. Hasta que ¿providencialmente? llegó a sus manos la Biblia. Y descubrió en un solo versículo del libro del Éxodo mucho más de lo que todas las disquisiciones de los pensadores paganos le habían resuelto hasta entonces. La revelación amorosa que Dios mismo le había hecho a Moisés de Su propio nombre, Yo soy el que soy, y el profundo e impresionante prólogo del Evangelio de San Juan, le descubrieron a Hilario toda la infinita entrega amorosa de un Dios que ama tanto al hombre que entra en la Historia y se hace hombre, llegando a entregar su vida para permitirnos llegar hasta Él.

Ya nada volvería a ser igual para Hilario. Pide el bautismo ante una comunidad cristiana admirada y complacida de la conversión de un erudito de su talla, que había llegado a la Verdad a partir de un itinerario inicialmente más intelectual que existencial. Y al fallecimiento, ocho años después, del obispo de la ciudad, le proclama a él como su pastor de almas.

Pero eran (¿cuáles no lo han sido para la Iglesia?) tiempos recios. Su mente aguda se percata de inmediato que el peligro mayor en aquel momento lo constituye la herejía de los arrianos, que niegan la verdadera igualdad entre el Padre y el Hijo en la divinidad, doctrina a su vez firmemente apoyada por los cada vez más intervencionistas emperadores de la época. Hilario comienza entonces una actividad incesante para demostrar la absoluta falsedad de aquella doctrina. Exhorta, dialoga, explica, discute. Viaja, se reúne con los obispos vecinos, especialmente con aquellos que observa vacilantes en la verdadera fe católica que había proclamado el Concilio de Nicea. Su carácter dulce, y firme al mismo tiempo; decidido, pero a la par tranquilo y alegre, le harán especialmente persuasivo. Utiliza ejemplos sencillos y convincentes. Particularmente bello le resultará a Benedicto XVI (A.G. 10.X.07) uno de los argumentos que utiliza:  Dios Padre, siendo todo amor, comunica en plenitud su divinidad al Hijo, porque "Dios solo sabe ser amor , y sólo sabe ser Padre. Y quien ama no es envidioso, y quien es Padre, es Padre totalmente. Este nombre no admite compromisos, como si Dios sólo fuera padre en ciertos aspectos y en otros no" (De Trinitate, 2,1)

Pero su firmeza doctrinal y su celo le pasarán pronto factura. Los informantes del emperador Constancio II le denuncian, y los "falsos apóstoles", como él mismo los llama, los obispos del Sínodo de Beziers, piden y obtienen su destierro.

Así, en 356 tiene que abandonar su ciudad y marchar hasta Frigia, en la actual Turquía. Tres mil quinientos kilómetros le van a separar de sus diocesanos. Pero, como siempre han hecho los triunfadores, transforma las dificultades en oportunidades. No se desanima. Aprovecha para profundizar aún más en sus estudios filosóficos, para incrementar su preparación intelectual en el debate. Redacta "De trinitate", su obra dogmática más importante y conocida, un tratado sobre la Santísima Trinidad cuya profundidad no sería igualada hasta el propio San Agustín. Sobreponiéndose a la lejanía de los suyos, toma como lema "permanezcamos en el destierro con tal de que se predique la verdad". Y se dedica, en el propio corazón del arrianismo, a combatir continuamente la herejía.

Emplea en Oriente las mismas armas que había utilizado en su Galia natal: firmeza en la doctrina y suavidad en los modos. Decían de él que en sus discursos públicos era un león aterrador, y en sus charlas personales un manso cordero, evitando siempre humillar a sus oponentes. Y así, Hilario llegó a ser más peligroso para los arrianos en su feudo que en el "lejano occidente"; por lo que justamente los mismos que habían pedido su destierro, aún no habían pasado cinco años cuando le suplicaban al emperador que anulase la condena y le restituyera a la Galia: su miedo era aún más fuerte que su odio.

Y regresó, aclamado por sus diocesanos. Y en su sede episcopal permaneció hasta su muerte, sin dejar nunca de fortalecer la Iglesia católica frente al arrianismo. Un sínodo celebrado en París en el 360 retomó para el episcopado de la Galia el lenguaje del Concilio de Nicea. Se considera que aquel radical cambio antiarriano se debió en gran parte a la fortaleza y mansedumbre del obispo de Poitiers. Con razón le llamarían al infatigable obispo galo "el Atanasio de Occidente".

El papa Pío IX proclamó a Hilario Doctor de la Iglesia en 1851.


Francisco García Villalobos

Secretario general-canciller del Obispado de Málaga.

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