Vida DiocesanaDoctores tiene la Iglesia

Atanasio, el patriarca invisible

Concilio de Constantinopla
Publicado: 08/01/2015: 1634

Sus enemigos se burlaban de su pequeña estatura y del color de su piel llamándole "el Enano negro". Fue acusado de crear impuestos ilegales, profanación y hasta de asesinato. Condenado cinco veces al destierro, estuvo hasta dieciocho años sin poder pastorear la diócesis de la que era Obispo. Perseguido por la policía del imperio romano, hubo de refugiarse en el desierto, huir en barca por el río Nilo e incluso ocultarse en la tumba de su padre para no ser descubierto.

Sin embargo, este egipcio enjuto, de ojos brillantes, vivo en sus ademanes, agudo en el debate y dotado de un ánimo inquebrantable aun en los momentos más comprometidos de su existencia, está calificado como campeón de la ortodoxia y columna de la Iglesia (1). Su estatua es una de las cuatro (junto con las de Ambrosio, Agustín y Juan Crisóstomo) que rodean la Cátedra de San Pedro en el ábside de la Basílica vaticana. El franciscano Raniero Cantalamessa le calificó de "gigante de la fe" en su primera predicación de la Cuaresma de 2012 ante Benedicto XVI, y el propio Papa hoy emérito le había calificado en 2007 como "modelo de ortodoxia" (2).

¿Cómo es posible ese contraste? ¿Qué hizo Atanasio para padecer tantas persecuciones durante su vida y merecer hoy tan grandes elogios? En realidad, y aunque su nombre no nos resulte tan familiar como Tomás de Aquino, Teresa de Ávila ó Agustín de Hipona, debemos en buena medida a este Doctor de la Iglesia poder profesar nuestra fe como lo hacemos cada domingo en la misa, tal como lo proclamara el Concilio de Nicea, "creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos; Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero..."

El conflicto lo había desencadenado Arrio, un carismático sacerdote de su misma diócesis, Alejandría, hacia el 323. Arrio, desafiando a su Obispo Alejandro, proclamaba que a Cristo sólo se le podía llamar Hijo de Dios de manera figurada, ya que si había sido "creado" por Dios Padre, lo habría sido en el tiempo, y por tanto no era eterno. Describía entonces al Hijo como segundo, o Dios inferior, ubicado entre la Primera Causa y las criaturas. Sólo Dios era sin principio, no creado; el Hijo era creado, y por tanto alguna vez no había existido, pues todo lo que tiene origen debe comenzar a ser (3).

La cuestión, grata al pensamiento helenístico que era familiar a los "seres intermedios", no era sólo importante para la Iglesia. Era fundamental. Dependía de ello la consideración sobre la redención del hombre. Cristo vino para salvarnos, para hacer de nosotros hijos de Dios. Por ello es forzoso que claramente Él mismo fuera Dios, pues nadie puede dar lo que no tiene. Con la teoría de Arrio, Dios permanecía inaccesible para nosotros, al ser el Logos no un verdadero Dios, sino un Dios creado, un ser "intermedio" entre Dios y el hombre (4).

El Obispo Alejandro intentó que Arrio se retractara de sus ideas, pero alarmado al ser acusado a su vez de herejía por su presbítero, elevó la cuestión al Concilio de Nicea convocado por el emperador Constantino en 325. En apoyo del Obispo, intervino con gran ímpetu su secretario, entonces aún sólo diácono, Atanasio. El Concilio resolvió la cuestión expresando que el Hijo era consustancial (homoousion) con el Padre. Era engendrado, no creado. Así, se condenaron las proposiciones "hubo un tiempo en que el Hijo no existía", "antes de ser engendrado, no existía" o "surgió de la nada".

Estas conclusiones no sólo tuvieron un carácter especulativo, sino vitalmente práctico, ya que la mediación de Cristo entre Dios y el hombre une a Dios con el hombre. En Cristo, Dios se hace hombre, y así nos salva. La salvación requiere que el hombre no sea asumido por un intermediario

cualquiera. Si el Hijo fuera una criatura, el hombre seguiría siendo mortal, no estando unido a Dios. Cristo no es una presencia "aditiva" respecto a la de Dios, es la presencia misma del Padre (5).

Arrio había sido derrotado.

Poco tiempo después de la clausura del Concilio moriría Alejandro, sucediéndole Atanasio como Obispo de Alejandría. Desde su sede, se esforzó en vertebrar la Iglesia de Etiopía y menudeó sus contactos con el monaquismo, que recomendaba como modelo de santidad.

Pero la tranquilidad no duró mucho. El arriano Eusebio de Nicodemia, un intrigante obispo de suaves modales, consiguió medrar en la corte imperial y formuló varios cargos contra Atanasio, en venganza por su destacado papel en Nicea. Le acusó de delitos tan graves como violar a una virgen y haber ejecutado al obispo hereje Arsenio, desmembrar su cuerpo y practicar magia con sus restos. Los adeptos de Eusebio propusieron como prueba de estos crímenes el testimonio de la mujer ofendida, y hasta presentaron una mano cortada, supuestamente del desgraciado Arsenio.

Los cargos eran absolutamente falsos. La mujer fue descubierta en su mentira con un hábil recurso: un sacerdote llamado Timoteo se hizo pasar por Atanasio -presente también en la sala junto a él- y aun así ella "reconoció sin lugar a dudas" a Timoteo como su presunto asaltante. Y respecto al "asesinado" Arsenio, simplemente no aparecía porque estaba en Tiro. Allí apareció, vivo y, naturalmente, con todas sus extremidades intactas.

A pesar de las injusticias que cometían con Atanasio, Constantino -que aunque había proclamado el cristianismo como religión oficial del imperio vivía como pagano y en su lecho de muerte sería bautizado como arriano-no quiso malquistarse con sus amigos arrianos y ordenó su exilio. Atanasio tuvo que pastorear su diócesis "a distancia", desde su destierro en Tréveris (6), a más de dos mil kilómetros de Alejandría. No obstante la tremenda lejanía, una contínua relación epistolar mantendrá el contacto entre el obispo ausente y sus fieles -en todos los sentidos de la palabra- diocesanos. Como el pueblo de Alejandría seguía apoyando a su Obispo, nadie fue designado formalmente sucesor para la sede episcopal: el intento de sentar en la cátedra alejandrina a Arrio terminó en tumulto.

En Tréveris, Atanasio, de formación oriental y ya perfectamente trilingue (dominaba el copto, el griego popular -koiné- y el griego clásico empleado en las disputas dialécticas entre filósofos) aprendió también el latín y entabló un fecundo contacto con la cultura occidental. Y a la muerte de Constantino, regresó triunfalmente a Alejandría. Incluso el famoso eremita Antonio, ya octogenario, viajó desde su desierto para homenajear al patriarca, a quien saludó llamándole "ilustre campeón de la ortodoxia de la fe".(7)

La muerte de Arrio en 336, sucedida un año antes de la de Constantino, no trajo consigo el fin de los problemas de Atanasio. Antes bien, sus partidarios se esforzaron desde entonces con vigor renovado en perseguirle, consiguiendo con los sucesores de Constantino otras cuatro sentencias sucesivas de destierro, con lo que la sede de Alejandría sólo dejaba de estar impedida cada vez que moría un emperador (8). Estas intervenciones arbitrarias a las que se prestaron uno tras otro Constancio, Constante, Juliano el Apóstata y Joviano denotan, junto a la propia situación de terrible acoso sufrida por Atanasio, el funesto y despótico cesaropapismo que empezó a caracterizar las relaciones entre el Estado y la Iglesia en aquella época.

Con cada exilio, la pequeña figura de Atanasio se engrandecía. Su voluntad de hierro le permitió mantenerse firme como un muro ante el que chocaban una y otra vez los adversarios de la fe católica, que nunca lograron doblegarle. Su altísima capacidad especulativa, su elocuencia ardorosa y sobre todo su indomable resistencia, fueron providenciales para la Iglesia católica, que gracias al pequeño gran Atanasio, que se enfrentó y venció a cinco emperadores, aún hoy y por siempre confiesa que Jesucristo, el Hijo de Dios, se hizo hombre para salvarnos reconciliándonos con Dios, para que conociésemos así Su amor, para ser nuestro modelo de santidad y para ser partícipes de la naturaleza divina (9): "Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios" (De Incarnatione, 54, 3)

Atanasio falleció en 373, a los 78 años de edad. Ocho años después, el Concilio de Constantinopla reafirmó solemnemente la fe de Nicea por la que tanto luchó y sufrió, desautorizando definitivamente la herejía arriana.

En 1568, el papa Pío V le proclamaría Doctor de la Iglesia.

........................

1 Gregorio Nacianceno, Discursos 21,26

2 Benedicto XVI, Audiencia general, 20 de junio de 2007

3 Barry, William. "Arianism." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907

4 Benedicto XVI, íbidem.

5 "La idea fundamental de toda la lucha teológica de san Atanasio era precisamente la de que Dios es accesible. No es un Dios secundario, es el verdadero Dios, y a través de nuestra comunión con Cristo podemos unirnos realmente a Dios. Él se ha hecho realmente "Dios con nosotros" (Benedicto XVI, Audiencia...)

6 Ciudad alemana de Renania-Palatinado, cercana a las actuales fronteras de Francia, Bélgica y Luxemburgo.

7 Tras su muerte, Atanasio escribiría la "Vida de San Antonio", una biografía calificada por Benedicto XVI en la Audiencia general arriba citada como "el best seller de la antigua literatura cristiana"

8 Con razón le llamó Villemain “el Patriarca invisible” ya que Atanasio gobernaba su diócesis, a pesar de los exilios, con idéntica eficacia que si estuviera presente en su territorio (Villemain, A.F., Cuadro de la elocuencia cristiana en el siglo IV, Atlas, Madrid 1943, p. 30)

9 Catecismo de la Iglesia católica, nn. 456 ss.


Francisco García Villalobos

Secretario general-canciller del Obispado de Málaga.

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