NoticiaFamilia El amor no lleva cuentas del mal (perdón) Publicado: 05/11/2021: 9933 Año de la Familia Amoris Laetitia El papa Francisco propuso el Año Familia Amoris Laetitia, que se inauguró el 19 de marzo de 2021 y se clausurará el 26 de junio de 2022. Este año se enmarca en el quinto aniversario de la publicación de la exhortación apostólica Amoris laetitia y, desde la Delegación de Pastoral Familiar, os animamos a profundizar en ella con las pinceladas y testimonios que estamos publicando durante este tiempo. Toda la información del Año Amoris Laetitia y más testimonios en la web pastoralfamiliar.diocesismalaga.es El amor no lleva cuentas del mal (perdón) “Si permitimos que un mal pensamiento penetre en nuestras entrañas, dejamos lugar a ese rencor que se añeja en el corazón. Lo contrario es el perdón, un perdón que se fundamenta en una actitud positiva, que intenta comprender la debilidad ajena y trata de buscarle excusas a la otra persona, como Jesús cuando dijo:<< Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen>>. Cuando hemos sido ofendidos o desilusionados, el perdón es posible y deseable, pero nadie dice que sea fácil. Hoy sabemos que para poder perdonar necesitamos pasar por la experiencia liberadora de comprendernos y perdonarnos a nosotros mismos. Tantas veces nuestros errores, o la mirada crítica de la persona que amamos, nos ha llevado a perder el cariño hacia nosotros mismos. Hace falta perdonarse, para poder tener esa misma actitud con los demás. Pero esto supone la experiencia de ser perdonados por Dios, justificados gratuitamente y no por nuestros méritos” (AL 105-108). Testimonio Somos Juan y Dolores. Al regreso de unos días de vacaciones, fuimos a casa de una amiga para dejarle unos alimentos y algunos detalles para arreglo de su casa, que nos había pedido. Preparamos todo con muchos detalles de amor concreto, e íbamos con gran ilusión porque sabíamos lo que para ella y su familia suponía y también por ver a sus hijos pequeños a quienes queremos. Habíamos estado de compra toda la mañana y eran las dos de la tarde cuando terminamos y nos dirigíamos a entregárselo. Hacía un día de mucho calor, de esos que daríamos todo por no salir a la calle, e incluso nos vino pensar que mandaran a alguien para recogerlo. Pero accedimos a llevárselo pensando cuánto lo necesitaban y por ver a los pequeños y la alegría que suponía volvernos a encontrar. Al llamar al timbre de la cancela, nos recibió con la puerta entreabierta, y un poco malhumorada diciéndonos “¿Por qué habéis llamado al timbre? ¡Vais a despertar al niño! Otra vez que vengáis tacar la puerta, pero no al timbre. ¡El niño pequeño no ha dormido en toda la noche y se puede volver a despertar!” Este gesto tan frío de bienvenida nos bloqueó y por unos instantes estuvimos a punto de dejar todo en la puerta y marcharnos. Nos miramos con intención de marcharnos, pero por una fuerza especial que no era nuestra, conseguimos dominar nuestro amor propio y salvar la caridad. Con cierta frialdad entregamos todo, le explicamos brevemente lo que le llevábamos y nos marchamos sin entrar en la casa, porque continuaba con la puerta entreabierta. El regreso a casa, lo hicimos en silencio. No esperábamos ese recibimiento que considerábamos inmerecido, desproporcionado al esfuerzo que habíamos hecho. Luego en un diálogo sereno pusimos en común nuestros heridos sentimientos, intentando dar una explicación a la postura brusca de esta persona, quizás fruto del cansancio y la presión familiar en la que vive. Por nuestra parte, hemos comprendido una vez más que el amor debe ser desinteresado, sin esperar nada a cambio, comprensivo, sereno, humilde y sin prepotencia. Nos hemos dado cuenta, que sólo por el hecho de amar, llevamos implícita una gracia, capaz de dominar nuestra naturaleza humana, que muchas veces va cargada también de necesidad de afectos y reconocimientos. Reconocimientos que también llegaron por su parte, pero horas más tarde, cuando no los esperamos. Esta experiencia ha servido para un diálogo profundo entre nosotros cómo esposos, y la alegría de ver que no se rompió nuestra amistad, cómo habría sucedido si nos hubiéramos dejado llevar también nosotros por nuestro mal humor cargado de reproches.