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Profesión perpetua de hermanas Misioneras Eucarísticas de Nazaret (Santuario de la Victoria-Málaga)

Momento de la celebración de los votos en el Santuario de la Victoria (Málaga)
Publicado: 15/08/2021: 6143

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía con motivo de la profesión perpetua de dos hermanas Misioneras Eucarísticas de Nazaret celebrada en el Santuario de la Victoria el 15 de agosto de 2021

PROFESIÓN PERPETUA DE HERMANAS

MISIONERAS EUCARÍSTICAS DE NAZARET

(Santuario de la Victoria - Málaga, 15 agosto 2021)

Lecturas: Ap 11, 19a; 12, 1-6a.10ab; Sal 44, 11-12.14-18; 1 Co 15, 20-27; Lc 1, 39-56.

1.- La figura de la Virgen María

Un saludo fraterno al Sr. Cura párroco, a dos sacerdotes de Valencia y a otro de Sevilla, que se unen con gozo a esta celebración. Saludo con afecto a las Hermanas Nazarenas y a todos los fieles.

En esta fiesta de la Asunción de la Virgen el libro del Apocalipsis nos ofrece dos grandes signos. Un primer signo presenta la figura de María como una mujer vestida de sol: «Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12, 1).

Esa mujer está encinta y grita con dolores de parto para dar a luz (cf. Ap 12, 2): «Y dio a luz un hijo varón, el que ha de pastorear a todas las naciones» (Ap 12, 5).

Tres palabras nos ayudan a entender este signo: el cielo, la luz y la esperanza. La mujer aparece en el cielo; está nimbada de luz y va a dar a luz un hijo; es decir, va a dar vida y esperanza.

En este mundo en que nos encontramos con tantos problemas, dificultades, enfermedades. Mucha gente, sobre todo los que no tienen fe, se deprimen, no encuentran sentido a su vida e incluso se quitan la vida.

La fiesta de hoy es una fiesta de esperanza: la mujer aparece en el cielo, rodeada de luz y da vida. La Virgen María es nuestro mejor signo de esperanza; porque está llena de gracia, es inmaculada y es la Madre de Dios, que ha engendrado al Salvador del mundo y nos ofrece el camino de esperanza.

Lo que Ella ya es, lo que Ella vive y disfruta, estamos llamados nosotros. Por ser la Madre de Cristo ella es también madre nuestra, porque su propio Hijo nos la ha entregado, nos la ha regalado como madre.

Esa Mujer no es una simple figura apocalíptica, sino una realidad. ¡Vivid la presencia de María en vuestra vida de fe! 

2.- La batalla entre los partidarios del bien y los del mal

El otro signo que apareció en el cielo: «Un gran dragón rojo que tiene siete cabezas y diez cuernos» (Ap 12, 3), con cuya cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las arroja sobre la tierra.

Y hubo un combate en el cielo: «Miguel y sus ángeles combatieron contra el dragón, y el dragón combatió, él y sus ángeles» (Ap 12, 7). Al final la vitoria es de Miguel y sus ángeles (cf. Ap 12, 9). Triunfa la Verdad, triunfa el Amor, triunfa la Luz.

En esa batalla estamos también nosotros representados, porque podemos ser seducidos y engañados por el dragón y sus secuaces, que tienen muchas armas y nos seducen. Hay muchas cosas en esta vida, que nos atraen y a la vez nos apartan de Dios y podemos caer en esa tentación; por eso rezamos al Señor en el Padrenuestro: “No nos dejes caer en la tentación”. Todos somos tentados; todos somos seducidos. Por eso pedimos a la Virgen María, que no cayó en la tentación, que nos ayude a seguir el camino que Dios nos indica.

En nuestra sociedad existe una aversión a lo religioso, que es combatido y atacado. Los cristianos somos el blanco de muchos ataques, porque el Bien y la Verdad no son aceptados. Es decir, Jesucristo y los cristianos somos rechazados en esta sociedad, porque molestamos.

3.- Triunfo de Cristo

Pero Cristo triunfará sobre sus enemigos, como dice el Apocalipsis: «Ahora se ha establecido la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo; porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche» (Ap 12, 10).

Al final Cristo triunfará, y los cristianos con Él. La resurrección de Jesucristo es la victoria final sobre el pecado y sobre la muerte, como nos ha dicho san Pablo: «Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto» (1 Co 15, 20). Ahí está nuestra esperanza. La Virgen María ya está viviendo junto a Dios; ya está gozando de esa victoria. Nos encontramos en el Santuario de la Virgen de la Victoria: la victoria sobre el mal, sobre el dragón, sobre el pecado y la muerte. Esa es nuestra esperanza.

Nosotros ya tenemos un anticipo o prenda de inmortalidad, que se nos regaló en el bautismo: «Cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después todos los que son de Cristo, en su venida» (1 Co 15, 23). Estamos celebrando una fiesta de “esperanza”, fiesta de “luz” y fiesta de “cielo”.

4.- Religiosas Nazarenas: Esposas de Cristo

Queridas Nazarenas, María-Francisca y Ana-María, que hoy profesáis solemnemente vuestra entrega al Señor en la congregación de Misioneras Eucarísticas de Nazaret.

El Señor os ha elegido como “esposas suyas” y os entrega su Amor infinito para toda la eternidad; no solo para toda la vida temporal, sino para la eternidad. La Virgen María sigue siendo la Madre del Señor y la Esposa del Espíritu en la eternidad. Él quiere hacer alianza perpetua de Amor con cada una de vosotras.

El Salmo nos ha recordado que el Rey está prendado de la belleza de sierva, que a la vez es su amada: «Prendado está el rey de tu belleza: póstrate ante él, que él es tu señor» (Sal 44, 12). Aunque Dios sea vuestro Amor, no olvidéis que sois sus siervas, como la Virgen María, que se consideraba la “esclava del Señor”.

Es preciso renunciar a lo propio para entregarse plenamente al Amado: «Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna» (Sal 44, 11). El amor exige sus renuncias. ¡Renunciad a lo que os aleja del amor de Dios! ¡Ofrecedle lo mejor de vuestro corazón y de vuestra vida! Como dice la oración de bendición que haremos en breve: “Movidas, Padre, por este mismo Espíritu, estas hijas tuyas se han entregado hoy a Ti para siempre, dejándolo todo para seguir a tu Hijo”.

Algunas cosas son difíciles de dejar, porque no son cosas materiales externas a nosotros, sino que pertenecen a nuestro interior. Renunciar a bienes materiales puede que sea fácil; pero renunciar a la propia voluntad, a los propios deseos y proyectos, cuesta mucho más.

¡Vivid con gozo los votos solemnes de castidad, pobreza y obediencia, que hoy profesaréis de modo solemne! Meditad las palabras de la oración de bendición para vuestra consagración, referidas a Jesús: “Vivió humilde, pobre, virgen y obediente, oculto en Nazaret y anunciando después la Buena Nueva”. Esa es vuestra misión. Para eso os desposa el Señor.

5.- El Poderoso ha hecho otras obras grandes

La Virgen María irrumpió con su canto de alabanza, dando gracias a Dios por las maravillas que había realizado en ella.

María creyó en el anuncio del ángel; por eso fue proclamada “bendita” por su prima Isabel: «Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1, 45).

María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» (Lc 1, 46-48). Al final de esta celebración lo cantaremos.

Queridas hermanas Nazarenas, María-Francisca y Ana-María, proclamad la grandeza del Señor por las maravillas que ha obrado en vosotras y en vuestra congregación.

Hoy es un día de acción de gracias y de alabanza al Señor por todo lo que os ha regalado a lo largo de vuestra historia, de vuestro camino vocacional y del don de la consagración religiosa. Hoy no termina ese camino, sino que comienza una etapa nueva, más plena, más perfecta y más madura, si cabe.

Termino con unas palabras de la oración de bendición, que haremos después: “Te pedimos les des tu bendición y tu gracia, a ellas, que desean vivir unidas a los sentimientos del corazón de Cristo herido por nuestros pecados, para orar, trabajar, padecer y morir por Él, con Él y en Él, y en comunión con la gloriosa Virgen María le rindan el homenaje de su amor y de una cumplida reparación”. Amén.

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