NoticiaColaboración JOSÉ ROSADO. El "mono" de María Auxiliadora Publicado: 23/04/2020: 19896 Después de dos años de consumo de cocaína y alcohol, 14 meses de abstinencia sin ninguna recaída y con una normalización de convivencia familiar, social y laboral en los 8 meses de asistencia a los talleres ocupacionales, se cumplían las condiciones necesarias y suficientes para el alta terapéutica que señalaba su rehabilitación. “Bienaventurada sea la enfermedad, que hace que los enfermos estén más cerca de sus almas” Desde hacía meses, trabajaba todos los fines de semana en la cocina de un restaurante y su conducta era muy valorada por el jefe; durante la semana, por su “buen trato y mejor oficio” aprovechaba todos los chapuces que le salían y que suponían una ayuda a la pensión de su padre. Juan vivía con una madre que soporta una depresión crónica con una “farmacia particular” y un padre con claros síntomas de demencia senil. Como hacía tiempo que no teníamos relación terapéutica, me sorprendió su llamada telefónica. Era el día 16 de marzo, y el confinamiento por el coronavirus estaba ya regulado y en actividad por la agresividad del virus. Me consultaba que su madre de 72 años había cogido una gripe, pues tenía algo de fiebre, un poco de tos, le dolía todo el cuerpo y apenas tenía ganas de comer. Estaba muy asustado. Le sugerí que no dejara el tratamiento para su depresión y le puse una pauta de paracetamol e ibuprofeno, una buena alimentación, que no salieran de casa, y que en las circunstancias actuales debía ser valorada por el servicio de urgencia lo antes posible, pero de manera inmediata si la fiebre aumentaba y le faltaba la respiración y se ahogaba. A los tres días me volvió a llamar: su madre se había negado rotundamente a llamar al servicio de urgencias porque temía que la podrían ingresar en el hospital, y ella no iba a dejar a su marido abandonado, y ahora menos pues ella era la única que lo entendía. Pero es que ahora ya no tenía apenas décimas, no le dolía la cabeza, respiraba muy bien, y la tos era la de “mis resfriados”; sólo se notaba un poco floja y sin ganas de hacer nada, pero que respiraba muy bien. Lo único que le preocupaba era que había perdido el sueño por las noticias sobre lo que estaba pasando con el virus, así que le dije a Juan que le diera todas las noches una pastilla de melatonina que él toma desde sus “tiempos de consumo”. Cada tres días, esperaba la llamada de Juan y su voz demostraba que todo estaba volviendo a la normalidad. Él se encargaba de salir a comprar con mascarilla y guantes; realizaba de la limpieza de la casa con agua y lejía; con los consejos de la madre, también hacia la comida y fregaba los platos y se encargaba de la lavadora. «Nunca me he sentido más útil y necesario” me repetía, “porque ahora tengo una tarea que me hace vivir a mí y a mis padres. El pensamiento de la droga ha desaparecido de mi mente. ¡Con todo lo que yo les he hecho sufrir! ¡Qué contentos estamos los tres!» «Ahora he descubierto a mi padre y a mi madre. Tengo tiempo para dibujar paisajes y caricaturas que salen de mi imaginación, y me recuerdan los tiempos de estudio y trabajo en los talleres de artes plásticas; por las mañanas a las 11 horas me siento con mis padres para ver la misa en la televisión- ¿quién me lo iba a decir?- y estoy pasando los mejores días de mi vida. Por la tarde “escucho” el Rosario que reza mi madre, porque dice que Mª Auxiliadora, de la que es muy devota, ha hecho el milagro y la ha curado, y que de virus ella no tiene nada y lo dice con tanta seguridad que yo no tengo la menor duda. Por eso, como rutina, a las 7,30 de la tarde me siento junto a ella y le he tomado querencia al tema, pues el Ave María en la voz de mi madre es como una caricia llena de ternura que me garantiza una experiencia de serenidad. Algunos días que no puedo estar en la casa, me entra el “mono” (síndrome de abstinencia) de Mª Auxiliadora y por eso estoy empezando a grabar en mi memoria las letanías, porque pienso que es un refugio donde ponerme a salvo para cuando se me presenten los problemas y mi madre ya no esté conmigo». Más artículos de José Rosado Ruiz.