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Misa en sufragio del Rvdo. Andrés Alfambra (Parroquia Santa María del Mar-Torremolinos)

Publicado: 23/04/2016: 11586

Homilía pronunciada en la Misa en sufragio del Rvdo, Andrés Alfambra, el 23 de abril de 2016, en la parroquia Santa María del Mar, en Torremolinos.

MISA EN SUFRAGIO DEL RVDO. ANDRÉS ALFAMBRA
(Parroquia Santa María del Mar-Torremolinos, 23 abril 2016)

Lecturas: Hch 14, 21b-27; Sal 144, 8-9.10-13; Ap 21, 1-5a; Jn 13, 31-35

1. Jubileo de la Misericordia

El papa Francisco, que nos ha regalado el Jubileo extraordinario de la Misericordia, nos sugería al comienzo del mismo que hiciéramos unos signos especiales de misericordia. En la diócesis acogimos esta sugerencia del Papa y hemos dedicado varios días realizar, como diócesis, distintos signos de misericordia: con los pobres, con los necesitados… Pero también hemos querido hacer unos signos con las “obras de misericordia espirituales”, concretamente, la de rezar por los difuntos. Hacemos la obra corporal de enterrar a los muertos; y también la espiritual de rezar por ellos.

Unidos a la iglesia diocesana hacemos hoy el signo de rezar por los difuntos; lo hacemos unidos a todos los fieles y parroquias de la diócesis. Como ya se ha dicho en la monición de entrada, rezamos hoy, de un modo especial, por nuestro hermano Andrés, que tanta dedicación y celo apostólico puso en esta parroquia.

2. Predicación del Evangelio y constitución de nuevas comunidades cristianas

Hemos escuchado en el libro de los Hechos que los apóstoles predicaban el Evangelio en las ciudades de los paganos y se adherían a la fe muchos discípulos (cf. Hch 14, 21), y «en cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído» (Hch 14,23).

En aquel entonces éramos tierra de paganos; y damos gracias al Señor porque envió a alguien a predicar en nuestras tierras para ofrecernos la Buena Nueva. Nosotros no estábamos en el círculo de Palestina; por eso tenían que venir testigos de la fe que nos anunciaran el Evangelio. Por esa predicación hemos recibido el don de la fe, por esa predicación de los apóstoles, de los sucesores y de los discípulos del Señor.

Gracias a esa predicación se fueron constituyendo comunidades cristianas. Y aquí, en Torremolinos, pasado mucho tiempo, siglos seguramente, se constituyó esta comunidad cristiana.

De ese modo, llegan los frutos de la predicación de los apóstoles. Ellos constituyeron comunidades y fueron poniendo presbíteros a la cabeza de las mismas. A nuestro hermano Andrés le tocó por providencia ser presbítero de esta comunidad, para predicar el Evangelio y representar sacramentalmente a Cristo-Sacerdote. Agradecemos a Dios el regalo de su ministerio y de su vida entregada al servicio de la Iglesia.

En esta parroquia trabajó y anunció el Evangelio. Supongo que gente no creyente o gente alejada se incorporaría a la comunidad, a través del sacramento del bautismo. Los bautizados son nuevos hijos, nuevas plantitas (“neófitos”).

Todos los cristianos, por tanto, siguiendo el ejemplo de su Maestro, debemos estar dispuestos a predicar, a anunciar el Evangelio, aunque eso cueste tribulaciones por el testimonio de su fe. Los apóstoles animaban a los discípulos y les exhortaban «a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios» (Hch 14,22). A través de la historia no ha sido fácil vivir auténticamente como cristiano: han sido perseguidos, porque son una voz disonante de la sinfonía que el mundo canta y vive.

El Evangelio es una Buena Nueva, una Buena Noticia: somos salvados por Cristo, recibimos el perdón y somos perdonados y renovados. Todo esto es una buena noticia; sin embargo, para muchos es una noticia incómoda, que no gusta.

Los apóstoles en su ministerio apostólico contaron a la Iglesia lo que Dios había hecho por medio de ellos: «Reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe» (Hch 14,27).

También podríamos contar hoy las maravillas que Dios ha hecho a través de nuestro testimonio. Y a través del testimonio de esta comunidad cristiana el Señor tiene que seguir haciendo maravillas.

Los presbíteros dirigen la comunidad cristiana y se suceden unos a otros: D. Guillermo ha sucedido a D. Andrés; y D. Javier a D. Guillermo. También los creyentes os debéis pasar los testigos unos a otros.

Estamos en tiempo pascual y es hermoso leer lo que dicen los textos bíblicos. Esta comunidad, como las primitivas comunidades que narran los Hechos debe ser y es una comunidad viva, que engendra nuevos cristianos para la vida de fe, para la vida eterna; que atrae a nuevas personas a la conversión al Señor. Si no lo hiciera no estaríamos realizando la misión que el Señor nos pide.

También hoy podríamos contar las maravillas que el Señor hace a través de nuestro testimonio y a través del ministerio sacerdotal: haciendo nuevos hijos de Dios por el bautismo, perdonando los pecados, anunciando el Evangelio, alimentando a los fieles con la Palabra y la Eucaristía.
Os animo a que acojamos el don del Espíritu para llevar a delante esta hermosísima misión que tenemos todos.

3. Dios enjugará las lágrimas de sus ojos

En el texto del libro del Apocalipsis se nos dice que el Señor Jesús ha realizado su obra de salvación, trayendo un cielo nuevo y una tierra nueva: una nueva Jerusalén (cf. Ap 21, 1-2). Se trata de una nueva morada de Dios entre los hombres (cf. Ap 21, 3); y de una radical novedad: «Mira, hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5).

¿Qué es lo nuevo que realiza el Señor, que tenemos que anunciar a los demás? Hay una novedad desde que ha venido Cristo. Él ha vencido la enfermedad, ha vencido el dolor, ha vencido el pecado y ha vencido la muerte como último enemigo. Cristo ha salido victorioso. Y esa victoria es una gran noticia para todos; ya no quedamos encerrados en la muerte, ni en el pecado; ya no hay una muerte eterna. Cristo ha roto esas cadenas.

En la morada definitiva con Dios «ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor» (Ap 21, 4), porque Dios enjugará toda lágrima de sus ojos. Dios nos da su consuelo real.

Nuestros hermanos difuntos y nuestro hermano Andrés, presbítero, ha sido llevado a esta morada de Dios, donde no hay llanto ni dolor. Pedimos al Señor que les conceda su misericordia y su perdón, para que puedan gozar de la Paz eterna y de la Luz inextinguible, que recibimos todos en prenda en el bautismo.

En tiempo pascual solemos encender el Cirio Pascual que significa Cristo resucitado. Todos hemos recibimos esa Luz en el sacramento del bautismo. Somos, pues, llamados a contemplar su Luz desde la peregrinación hasta la vida eterna. Ya hemos sido iluminados. Gozaremos un día como los santos de la Luz eterna, de la Luz que no se apaga, que alumbra hasta en las más oscuras tinieblas. Esa es nuestra fe; y ese es el testimonio que podemos dar a nuestros paisanos y contemporáneos que no creen y que piensan que acaba todo en esta vida terrena. Aquí no acaba la vida; la vida del ser humano continua en Cristo Resucitado por toda la eternidad.

4.  El mandamiento nuevo del amor

El Señor Jesús, tras celebrar la última Cena con sus discípulos, expresó que era «glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él» (Jn 13,31). De ese modo, el Señor nos invita a esa vida nueva que supone un estilo nuevo de vivir.

A donde Jesús iba a ir no podían ir los apóstoles, porque tenía que pasar por la muerte: «Donde yo voy no podéis venir vosotros» (Jn 13,33). A donde Él quiere llevarnos no es posible sin atravesar el umbral de la muerte temporal. Todos nuestros hermanos que marcharon a la Casa del Padre, como nuestro hermano Andrés, han pasado el umbral de la muerte temporal. Pero es un umbral que da a la otra vida de un modo definitivo.

Esa otra vida ya la tenemos en prenda aquí. Ya la vivimos cuando somos bautizados, cuando escuchamos la Palabra, cuando participamos en la Eucaristía. Ya participamos de esa nueva vida en este mundo, aunque en germen, no de modo definitivo; pero ya la estamos gozando.

Nuestros hermanos, que ya pasaron el umbral hacia la otra vida, fueron despojados de su cuerpo mortal; y ahora pueden participar ya de la resurrección del Señor. Nosotros también participamos de esa misma resurrección, pero no de manera plena todavía.

Jesús, en esa novedad radical nos dice: «Que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13,34). ¿Dónde está la novedad? También los judíos tenían el precepto de amarse y amar a Dios. La novedad está en “como Él nos ha amado”. El discípulo de Cristo vive como su Señor o intenta vivirlo. Esa es la novedad, “que nos amemos unos a otros como Él nos ha amado”. Ésta es la señal de todo discípulo: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13,35).

Este amor implica muchas cosas. En este fin de semana el papa Francisco nos ha invitado a expresar ese amor con el pueblo de Ucrania, que lo está pasando muy mal por la guerra y haremos una colecta especial con esa finalidad. El Papa hace ese gesto de cercanía con los más pobres, con los más necesitados, con los más excluidos.

Hoy vamos a hacer dos obras de misericordia; la primera, que teníamos proyectada en toda la Diócesis, la oración por nuestros hermanos difuntos; en esta Eucaristía lo hacemos por nuestro hermano Andrés, sacerdote. Y la segunda obra de misericordia la haremos ayudando al pueblo ucraniano, que tanto ha sufrido en estos últimos tiempos.

Le pedimos a la Virgen que nos ayude a vivir con alegría la novedad radical que Cristo ha traído; la Buena Nueva que estamos llamados a anunciar, sobre todo, a los más cercanos que viven con nosotros.

Que así sea.


 

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