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Domingo de Pascua de Resurrección (Catedral-Málaga)

Bautizados en la Vigilia Pascual de 2016 junto con sus padrinos, el cardenal Sebastián y el Sr. Obispo
Publicado: 27/03/2016: 7039

DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN

(Catedral-Málaga, 27 marzo 2016)

Lecturas: Hch 10, 34.37-43; Sal 117, 1-2.16-17.22-23; Col 3, 1-4; Jn 20, 1-9.

Contemplar el rostro del Resucitado

1. Tras un largo período de preparación cuaresmal, llegó la gran fiesta de la Pascua, que nos trae la alegría de la resurrección del Señor; nos trae la luz pascual, que ilumina el corazón del hombre, entenebrecido por el pecado.

Vivamos con profunda alegría el acontecimiento histórico de la resurrección de Cristo, fundamento de nuestra fe, porque, como dice san Pablo: «Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados» (1 Co 15, 17).

La Iglesia nos ofrece desde hoy la cincuentena pascual, para alegrarnos de la victoria sobre la muerte y el pecado, para saborear el triunfo de la resurrección, para quedar iluminados por la luz del Resucitado, para ser transformados en seres nuevos. A los cristianos se nos invita a experimentar la presencia de Cristo resucitado, que vive y actúa en la Iglesia y en el mundo; lo vivimos sobre todo en las celebraciones litúrgicas; hoy se actualiza la resurrección de Cristo. Hemos sido renovados en Cristo y somos testigos de su resurrección.

2. El Viernes Santo contemplábamos a Jesús, que se ofrecía en la cruz, en un acto sublime de amor a los hombres y de obediencia al Padre. Su rostro estaba desfigurado por los maltratos recibidos.

Hoy, en cambio, en el espléndido marco de luz y de alegría de la Pascua, contemplamos el rostro del Resucitado: un rostro iluminado, un rostro transformado.

Al amanecer del tercer día de la muerte y sepultura del Señor, tal como nos narra el evangelio de Juan, María Magdalena fue al sepulcro y vio la losa quitada (cf. Jn 20, 1); y echando a correr, fue a contarlo a los apóstoles (cf. Jn 20, 2). Fue la primera testigo de la resurrección de Cristo y la primera que lo anuncia a los demás discípulos.

Pedro y Juan corrieron camino del sepulcro (cf. Jn 20, 3-4) y, entrando dentro vieron los lienzos y el sudario (cf. Jn 20, 5-7). Entonces entendieron la promesa de Jesús de que resucitaría de entre los muertos, tal como lo había anunciado, y creyeron (cf. Jn 20, 8-9).

El apóstol Pedro da testimonio de su experiencia pascual al referirse a Jesús de Nazaret, quien, ungido por Dios, pasó haciendo el bien y lo mataron (cf. Hch 10, 38-39); pero «Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse» (Hch 10, 40). Su testimonio es verdadero y válido, como el del apóstol Juan, porque habían convivido con Jesús de Nazaret, lo vieron morir en la cruz y lo vieron después resucitado. Gracias a los apóstoles ha llegado hasta nosotros el mensaje renovador de la Pascua y la esperanza de resucitar con Cristo.

También nuestros ojos, como los de los apóstoles, deben abrirse ante los signos de la presencia del Resucitado; también nuestra inteligencia debe entender el significado de las Escrituras; también nuestro corazón debe sentir la acción transformadora y renovadora de la resurrección de Cristo.

3. San Pablo experimentó la presencia de Jesús resucitado en el camino de Damasco (cf. Hch 9, 3-5). Él también nos invita a vivir como hombres pascuales y resucitados en el Señor: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios» (Col 3, 1).

Contemplar el rostro del Resucitado ilumina el alma del creyente, disipa las tinieblas de nuestro corazón, regala una alegría desbordante, pone nuestra vida junto a la de Cristo, «escondida en Dios» (Col 3, 3).

Quien contempla el rostro del Resucitado debe aspirar a los bienes de arriba, no a los de la tierra (cf. Col 3, 2); debe vivir como una creatura nueva, transformada; una novedad radical nace en el corazón humano.

Si hemos muerto con Cristo en esta pascua; si nos hemos encontrado con Jesucristo resucitado; si nos ha salvado la vida y ha perdonado nuestros pecados, no podemos seguir viviendo como antes de tal encuentro, ni como viven los paganos, que no creen en Jesús y no han tenido la experiencia de sentirse perdonados y amados. A veces se oye decir a un cristiano que es católico, pero sigue aceptando las costumbres, normas y modas de sus coetáneos, que no profesan la fe católica.

Contemplar el rostro del Resucitado permite mirar con nuevos ojos la realidad de este mundo: la creación, la vida humana, la familia, la fraternidad, la libertad, la convivencia social; significa ver las cosas desde la luz de Cristo. Entonces las personas, las cosas y las realidades humanas adquieren su justo valor desde la eternidad, es decir, desde la mirada amorosa de Dios.

4. Después contemplar el rostro de Cristo resucitado, también nosotros, como los primeros discípulos del Señor, somos invitados a anunciar a nuestros hermanos la buena nueva de la alegría pascual; y podemos decirles: «Hemos visto al Señor» (Jn 20, 25), como lo hicieron Pedro, Juan, María Magdalena, Pablo y tantos otros discípulos.

La buena nueva, que los discípulos de Cristo no se cansan de llevar al mundo mediante el testimonio de su propia vida, es el don más hermoso que esperan de nosotros nuestros hermanos en este tiempo pascual.

El Prefacio segundo de Pascua dice: “En su resurrección hemos resucitado todos”. ¡Resucitemos con Él! Dejemos que Cristo resucitado se aparezca en nuestras vidas y quedemos fascinados, atraídos, iluminados por la presencia del Resucitado.

Que la Virgen María nos ayude a gustar plenamente la alegría pascual: una alegría que, según la promesa del Resucitado, nadie podrá arrebatarnos y no tendrá fin (cf. Jn 16, 23). Amén.

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