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Misa Crismal (Catedral-Málaga)

Celebración de la Misa Crismal en la Catedral de Málaga
Publicado: 23/03/2016: 9664

Homilía pronunciada por el Sr. Obispo, D. Jesús Catalá, con motivo de la Misa Crismal, celebrada el 23 de marzo de 2016, en la Catedral de Málaga.

MISA CRISMAL
(Catedral-Málaga, 23 marzo 2016)

Lecturas: Is 61,1-3.6-9; Sal 88; Ap 1,5-8; Lc 4,16-21.

Servidores de la misericordia divina

1. En este fraternal encuentro sacerdotal con motivo de la Misa Crismal es de obligado recuerdo en este año el Jubileo de la Misericordia.

En palabras del papa Francisco: “Un Año Santo para sentir intensamente dentro de nosotros la alegría de haber sido encontrados por Jesús, que, como Buen Pastor, ha venido a buscarnos porque estábamos perdidos. Un Jubileo para percibir el calor de su amor cuando nos carga sobre sus hombros para llevarnos de nuevo a la casa del Padre. Un Año para ser tocados por el Señor Jesús y transformados por su misericordia, para convertirnos también nosotros en testigos de misericordia” (Homilía en la celebración de las primeras vísperas del segundo domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, Vaticano, 11.04.2015).

Dos aspectos necesarios de este acontecimiento jubilar: En primer lugar, experimentar en la propia vida las entrañas de misericordia de Dios-Padre, recibir el perdón de nuestros pecados, gozar del abrazo paterno, dejarnos convertir por el Señor. Todos necesitamos que Dios perdone nuestros pecados y que cicatrice nuestras heridas con el bálsamo de su Espíritu.

Y, en segundo lugar, una vez perdonados, debemos ser todos testigos de la misericordia divina; y los sacerdotes servidores de la misma en nuestro ministerio sacerdotal, curando heridas, buscando a cuantos desean la cercanía de Dios, ofreciendo el perdón y la reconciliación.

2. En la historia de salvación Dios se ha revelado «compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad» (Ex 34,6); y en la «plenitud del tiempo» (Gal 4,4) se ha mostrado como Padre «rico en misericordia» (Ef 2,4), manifestándose plenamente en Jesús de Nazaret, como rostro de la misericordia del Padre (cf. Misericordiae vultus, 1). Quien lo ve a Él ve al Padre (cf. Jn 14,9).

Los sacerdotes somos representación sacramental de Jesucristo, cabeza y pastor (cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, 15). El texto del profeta Isaías¸ proclamado hoy, nos recuerda nuestro ministerio sacerdotal: «El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad» (Is 61, 1).

En Jesús de Nazaret, Sumo Sacerdote, se cumplieron estas palabras proféticas (cf. Lc 4, 21); y en cada uno de nosotros, sacerdotes de Jesucristo, se cumple también esta misión de sanación.

3. El papa Francisco en repetidas ocasiones nos exhorta a realizar esta tarea con un corazón magnánimo. El confesionario es un lugar privilegiado para acoger al pecador arrepentido, donde las personas muestran su miseria, que es la misma que tenemos nosotros. El Papa nos recuerda a los sacerdotes el momento del sacramento de la confesión: “Piensa que vos potencialmente puedes llegar más bajo todavía y piensa que vos en ese momento tienes un tesoro en las manos, que es la misericordia del Padre” (Homilía a los consagrados. Catedral de La Habana, 20.09.2015).

También nos ofrece otros consejos: no se cansen de perdonar como lo hacía Jesús; no se escondan en miedos o en rigideces; no eches al penitente del confesionario; no le tengan miedo a la misericordia, deja que fluya por tus manos y por tu abrazo de perdón. En muchas ocasiones, queridos sacerdotes, os he exhortado a que ofrezcáis a los fieles el sacramento de la Penitencia sin que ellos lo soliciten. Todos tenemos la experiencia de ir a pedir el perdón ante el sacerdote; y nos puede costar hacer este gesto; hemos de facilitarles el encuentro sanante y reconciliador con Dios. Somos instrumentos y servidores de la misericordia del Padre.

Nos decía el Papa en la Bula de Convocatoria del Año de la Misericordia: “Nunca me cansaré de insistir en que los confesores sean un verdadero signo de la misericordia del Padre. Ser confesores no se improvisa. Se llega a serlo cuando, ante todo, nos hacemos nosotros penitentes en busca de perdón. Nunca olvidemos que ser confesores significa participar de la misma misión de Jesús y ser signo concreto de la continuidad de un amor divino que perdona y que salva (…). Ninguno de nosotros es dueño del Sacramento, sino fiel servidor del perdón de Dios (…). No harán preguntas impertinentes, sino como el padre de la parábola interrumpirán el discurso preparado por el hijo pródigo” (Misericordiae vultus, 17). El padre de los dos hijos de la parábola no dejó que el hijo que regresaba le contara las razones de su regreso; se echó al cuello, lo abrazó, le llenó de besos y no dejó el hijo pronunciara el discurso que llevaba preparado. Debe haber diligencia por nuestra parte en ofrecer el abrazo de perdón y de amor.

4. Queridos sacerdotes y diáconos malagueños, os animo a renovar el carisma recibido en la ordenación, a mantener la ilusión en el ministerio y a poner todo empeño en el ejercicio gozoso del mismo.

Quien os ha llamado a este gran ministerio es el mismo Señor Jesús; a Él debéis servir. No os ha llamado el obispo. Es una respuesta personal vuestra a Cristo Sacerdote; a Él debéis corresponder y a Él debéis darle cuenta de vuestros actos. A veces mencionáis en vuestros diálogos al obispo, comentando lo que éste ha dicho, ha pedido o ha manifestado. Deseo recordaros que no sois servidores del obispo, sino colaboradores suyos necesarios, como dice el Concilio Vaticano II (cf. Presbyterorum ordinis, 7).

No se trata de agradar al obispo, sino de obedecer todos al Señor, desempeñando la misión que le ha confiado a cada uno. Hemos sido ungidos todos para el ministerio sacerdotal o diaconal; tenemos todos como destinarios de nuestra misión a los fieles cristianos; estamos todos en la misma barca, la de Jesús; remendamos todos las mismas redes, las de la Iglesia; se nos ha encomendado la misma misión fundamental. Todo ello realizado, naturalmente, desde la comunión en el mismo Espíritu, la corresponsabilidad en las diversas tareas y el espíritu fraternal. Resulta muy sugerente la imagen de San Ignacio de Antioquía comparando el presbiterio como las cuerdas de una lira, armónicamente afinadas y coordinadas entre sí (cf. Carta a los Efesios, 2, 2-5). El obispo es “principio y fundamento visible de unidad en su propia Iglesia, formada a imagen de la Iglesia universal” (Lumen gentium, 23), cuya cabeza es el Romano Pontífice. Pero debe haber una armonía fraternal, una sinfonía.

Deseo agradecer, queridos presbíteros y diáconos, vuestra colaboración y generosidad, vuestro entusiasmo y vuestro celo pastoral. Agradecemos también la oblación que los sacerdotes enfermos, ancianos e impedidos hacen de sus vidas en favor de la Iglesia; hoy los tenemos muy presentes a todos ellos. ¡El Señor os recompensará como Él sabe hacerlo!
 
5. Damos gracias a Dios que nos haya llamado a representar a su Hijo Jesucristo, el Buen Pastor y Sumo Sacerdote. ¡Ojalá sepamos corresponder adecuadamente a esta hermosa misión! Ahora renovaréis ante mí las promesas sacerdotales, que hicisteis en el día de vuestra ordenación.

A vosotros, queridos fieles cristianos religiosos y laicos, agradezco vuestro aprecio por los sacerdotes, vuestra oración y colaboración. En las comunidades cristianas formáis con los sacerdotes una verdadera familia. ¡Vivid allí el espíritu de comunión eclesial!

Termino con las palabras del papa Francisco a los sacerdotes en su visita a Nápoles, en marzo de 2015: “Estamos llamados a ir, a salir de nuestros recintos y, con ardor en el corazón, llevar a todos la misericordia, la ternura, la amistad de Dios: es un trabajo que corresponde a todos, pero de manera especial a vosotros sacerdotes. Llevar misericordia, llevar perdón, llevar paz, llevar alegría en los sacramentos y en la escucha. Que el pueblo de Dios encuentre en vosotros hombres misericordiosos como Jesús”.

Pedimos a la Santísima Virgen María, madre de los sacerdotes, que nos acompañe en el ejercicio de nuestro ministerio sacerdotal. Amén.

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