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Festividad de María Madre de Dios (Catedral-Málaga)

Publicado: 01/01/2010: 11127

MATERNIDAD DE MARÍA
(Catedral-Málaga, 1 enero 2010)

Lecturas: Sal 66, 22-27; Gal 4, 4-7; Lc 2, 16-21.

Proteger la vida humana como don de Dios

1. Celebramos hoy la solemnidad de Santa María-Madre de Dios, expresando claramente que se trata de una fiesta de la Virgen, Nuestra Señora, y que tiene por objeto honrar su maternidad divina, contemplada a la luz de la Navidad. La celebración de hoy se encuadra en la octava de Navidad y en el primer día del Año nuevo.

Antes de cambiarse el título de esta fiesta, en 1969, se conocía como la "Circuncisión de nuestro Señor", en la que se conmemoraba la imposición del nombre de Jesús al Niño de María.

Esta fiesta del uno de enero es la celebración más antigua en honor de Nuestra Señora en la liturgia romana. Las antífonas, que exaltan la maternidad divina de María, están tomadas del oficio antiguo y han sido utilizadas durante varios siglos. He aquí un bello ejemplo, tomado de Laudes: “La madre ha dado a luz al rey, cuyo nombre es eterno; la que lo ha engendrado tiene al mismo tiempo el gozo de la maternidad y la gloria de la virginidad: un prodigio tal no se ha visto nunca, ni se verá de nuevo. Aleluya”.

Los padres griegos aplicaron a María el título Madre de Dios (Theotokos) ya en el siglo III. Los concilios de Éfeso (431) y de Calcedonia (451) defendieron este título. Y en Occidente María fue venerada también de forma similar como Madre de Dios (Dei Genitrix). En el antiguo canon romano es conmemorada como la "siempre virgen madre de Jesucristo nuestro Señor y Dios".

En palabras del papa Pablo VI: “El tiempo de Navidad constituye una prolongada memoria de la maternidad divina, virginal, salvífica de Aquella cuya virginidad intacta dio a este mundo un Salvador” (Marialis cultus, 5). La fiesta de hoy “según la antigua sugerencia de la Liturgia de Roma, está destinada a celebrar la parte que tuvo María en el misterio de la salvación y a exaltar la singular dignidad de que goza la Madre Santa, por la cual merecimos recibir al Autor de la vida” (Ibid.).
La maternidad de María nos ha permitido a los humanos recibir la filiación adoptiva, siendo rescatados de la ley, como dice San Pablo (cf. Gal 4, 5).

2. La maternidad de María es motivo de gran alegría para toda la humanidad y de acción de gracias a Dios por el fruto de la Madre-Virgen, que alumbró al Salvador del género humano, como hemos escuchado a San Pablo: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley» (Gal 4, 4).

También damos gracias a Dios por la maternidad de tantas mujeres gestantes, que, con gran amor y afecto, se desviven por sus hijos no-nacidos, para ofrecerles lo mejor  y preparar con ilusión su futuro nacimiento. Los hijos son el mejor regalo que los padres reciben de Dios, fruto del amor mutuo.

Y los hijos son, a su vez, el mejor regalo de los padres a la sociedad; porque el ser humano es una riqueza inestimable, que no puede compararse con ningún bien.

3. Hoy se celebra también la XLIII Jornada Mundial de la Paz, cuyo lema reza así: “Si quieres promover la paz, protege la creación”. Como dice el Papa Benedicto XVI en su Mensaje para esta Jornada: “El respeto a lo que ha sido creado tiene gran importancia, puesto que «la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios», y su salvaguardia se ha hecho hoy esencial para la convivencia pacífica de la humanidad” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz¸ 1,  2010).

En las páginas del Génesis (cf. 1-3) se repiten como un estribillo las palabras: «Y vio Dios que era bueno», referidas a la creación de las cosas y de los animales; pero cuando Dios creó al hombre y a la mujer, dice el texto: «Vio Dios cuanto había hecho, y todo era muy bueno» (Gn 1, 31). El ser humano, según la concepción bíblica, es lo más precioso de la creación.

Dios llama a Adán y Eva a colaborar en el cuidado de la creación. Como imagen y semejanza de Dios, ellos debían ejercer su dominio sobre la tierra (cf. Gn 1, 28) con sabiduría y amor.

4. Pero “la armonía entre el Creador, la humanidad y la creación, que describe la Sagrada Escritura, se ha roto por el pecado de Adán y Eva, del hombre y la mujer, que pretendieron ponerse en el lugar de Dios, negándose a reconocerse criaturas suyas. La consecuencia es que se ha distorsionado también el encargo de «dominar» la tierra, de «cultivarla y guardarla», y así surgió un conflicto entre ellos y el resto de la creación (cf. Gn 3,17-19). El ser humano se ha dejado dominar por el egoísmo, perdiendo el sentido del mandato de Dios, y en su relación con la creación se ha comportado como explotador, queriendo ejercer sobre ella un dominio absoluto” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz¸ 6, 2010). Cuando el hombre se aleja del designio de Dios creador, provoca un desorden, que repercute en el resto de la creación.

En la presente crisis ecológica aparecen algunos elementos que revelan su carácter moral. El papa Juan Pablo II, en un Mensaje para la Jornada de la Paz, dice al respecto: “Entre ellos hay que incluir, en primer lugar, la aplicación indiscriminada de los adelantos científicos y tecnológicos. (…) Todo esto ha demostrado crudamente cómo toda intervención en una área del ecosistema debe considerar sus consecuencias en otras áreas y, en general, en el bienestar de las generaciones futuras” (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 6, 1990).

Esto, queridos hijos, nos lleva a reflexionar también, en el presente momento de nuestra sociedad, en la aplicación indiscriminada de las nuevas técnicas en el campo de la reproducción humana. Desde la iluminación de la fe cristiana no es moralmente admisible cualquier acción sobre el ser humano, aunque técnicamente sea factible.

La medicina, cuyo objetivo es curar y salvar al hombre, es usada en ciertos casos para dañar y aniquilar al propio hombre. Por ello, es necesario que todas las personas y las instituciones protejan y defiendan el mejor bien de la creación, esto es, la vida humana en cada una de sus etapas, desde su concepción hasta la muerte natural. Interrumpir voluntariamente cualquiera de sus fases es un crimen abominable, como lo llama el Concilio Vaticano II (Gaudium et spes, 51).

5. En el día en que celebramos con gozo la maternidad de María Santísima y reflexionamos sobre la creación con motivo de la Jornada Mundial de la Paz, no podemos callar algo que nos duele hasta el fondo del alma.

Una sociedad, que presenta la aniquilación de un ser humano no-nacido como un “derecho”, es una sociedad suicida, que está abocada a la muerte.

La vida humana, en todas sus fases, es un derecho que debe ser protegido por la sociedad; y sobre todo por quien asume la responsabilidad del gobierno de la misma. La tutela del bien fundamental de la vida humana y del derecho a vivir forma parte esencial de las obligaciones de la autoridad (cf. Benedicto  XVI, Discurso en el Encuentro con las autoridades y el cuerpo diplomático, Viena, 7.IX.2007).

Los obispos españoles hemos hablado muchas veces sobre este tema. Desde el año 1970 y gobernando, por tanto, autoridades de muy diversa índole política, hemos publicado más de cuarenta documentos sobre el respecto a la vida humana, sea con motivo de las beligerancias sociales sobre el aborto, sea con ocasión de atentados terroristas, que han segado muchas vidas humanas.

Eliminar la vida de un no-nacido es “un acto intrínsecamente malo que viola muy gravemente la dignidad de un ser humano inocente, quitándole la vida. Asimismo hiere gravemente la dignidad de quienes lo cometen, dejando profundos traumas psicológicos y morales” (Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, Declaración Sobre el anteproyecto de «Ley del Aborto»: Atentar contra la vida de los que van a nacer, convertido en «derecho», 5, Madrid, 17 junio 2009).

El derecho a la vida no es una concesión del Estado, sino un derecho anterior al Estado mismo, que éste tiene siempre la obligación de tutelar.

6. Contemplemos a María en esta fiesta de su maternidad, que supo aceptar la voluntad de Dios en su vida y meditar en su corazón (cf. Lc 2, 19) las cosas de Dios que le sucedían, aún sin comprenderlas.
Contemplémosla como Madre gestante, ofreciendo a su Hijo todos los cuidados posibles. Contemplémosla como Madre solícita para con su Hijo, recién nacido.

Su mismo Hijo, estando en la cruz, nos la ofreció como Madre (cf. Jn 19, 26). Ella espera de nosotros, sus hijos adoptivos, que agradezcamos el don de la vida y sepamos respetarla siempre.

Deseo terminar esta reflexión con las palabras de bendición, con las que el Señor quería bendecir a los israelitas: «El Señor te bendiga y te guarde; ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6, 24-26).

¡Que el Señor os bendiga a todos en este Año Nuevo, que hoy comienza! ¡Que su Paz reine en vuestros corazones y os alegréis de vivir como hijos de Dios e hijos de la Virgen-Madre!

En este primer día del Año Nuevo 2010 os deseo a todos la Paz de Dios y le pido que derrame abundantemente sus gracias y bendiciones sobre todos vosotros.

Amén.

 

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