DiócesisHomilías

Fiesta de los santos Ciriaco y Paula, Patronos de Málaga (Parroquia de Los Mártires-Málaga)

Publicado: 18/06/2014: 24574

FIESTA DE LOS SANTOS CIRIACO Y PAULA,
PATRONOS DE MÁLAGA
(Catedral-Málaga, 18 junio 2014)

Lecturas: Sab 3,1-9; Sal 125, 1-6; Hch 5, 17-29; Lc  21, 8-19.

La vida de los santos está en manos de Dios

1. Nuestra vida no depende de nuestros bienes
Los Santos Patronos nos reúnen en su fiesta para dar gracias a Dios; y también para reflexionar sobre el ejemplo de su vida, que nos ayude a vivir la nuestra.
Mucha gente piensa que su vida depende de sus bienes y del esfuerzo de su trabajo. De ese modo se afana para asegurar sus necesidades y para acumular bienes de los que, tal vez, nunca disfrutará.

Pero nuestra vida no depende de nuestros bienes. Recordemos la parábola del Evangelio en la que el mismo Jesús propone el ejemplo de un hombre rico, que obtuvo una gran cosecha y construyó amplios graneros para almacenar su trigo y disfrutar de sus bienes y banquetear (cf. Lc 12,  16-19). Pero Dios le dijo: «Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?» (Lc 12,  20). El Señor concluye la parábola diciendo que el que atesora para sí, no es rico ante Dios (cf. Lc 12, 21).

El apóstol Santiago, en su carta, exhorta a los ricos a considerar las consecuencias de la acumulación de sus riquezas. Son palabras fuertes: «Vuestra riqueza está podrida y vuestros trajes se han apolillado. Vuestro oro y vuestra plata están oxidadas y su herrumbre se convertirá en testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como fuego» (Santiago 5, 2-3).

Los santos confían en la providencia de Dios y se ponen en sus manos con gran humildad; así lo hicieron nuestros Patronos, los santos Ciriaco y Paula. Desprendidos de todos sus bienes, incluso de su propia vida, confiaron en la misericordia del Señor. Hoy los recordamos con gozo por el triunfo de su martirio; de su desprendimiento y de su confianza en Dios. Se fiaron más de Dios que de todo lo demás y supieron perderlo todo, incluso la vida temporal, por ganar la vida eterna.

2. La vida de los santos está en manos de Dios
El texto del libro de la Sabiduría, que ha sido proclamado, nos recuerda de quién depende nuestra vida: «La vida de los justos –dice– está en manos de Dios y no los tocará el tormento» (Sb 3,1).
La gente no creyente piensa que después de esta vida no hay nada más; y que al morir se deja de disfrutar de los únicos goces y placeres existentes, es decir, los de este mundo. Opinan que todo queda aquí en la tierra y que más allá no se puede gozar. El libro de la Sabiduría llama insensatos a quienes así piensan (cf. Sb 3, 2).

Cuando los santos mártires ofrecen su vida por Dios, algunos piensan que su partida es una desgracia y una destrucción (cf. Sb 3, 2-3). Así pensaron también los discípulos de Jesús al verlo morir en la cruz; acabó mal y fue un fracaso. Pero los santos están en paz (cf. Sb 3, 3), es decir, ellos encuentran lo que más han amado en esta vida: vivir del amor de Dios, gozar de la presencia del Amado, quedar iluminados por la Luz eterna que no se apaga y disfrutar de la inmortalidad (cf. Sb 3, 4). Los sufrimientos de este mundo son pequeños, comparados con los grandes bienes que reciben en la eternidad (cf. Sb 3, 5) los santos y todos aquellos que se fían de Dios.

Ante esta verdad nos podemos preguntar: ¿Quién es más insensato, el santo que confía en Dios, o el que confía en sus propias fuerzas? Nuestra sociedad nos empuja a poseer bienes materiales, haciéndonos creer que en ellos encontramos la felicidad; nos anima a acumular cosas que, al final, tampoco gozamos de ellas, como le sucedió al que construyó los graneros. Sin embargo, el ejemplo de los santos Ciriaco y Paula nos exhorta a confiar en el Señor en toda circunstancia de nuestra vida; y a pensar en el más allá de este tiempo terrenal.

3. Testimonio de los apóstoles
El libro de los Hechos narra las peripecias de los apóstoles al dar testimonio del Resucitado ante el pueblo y ante las autoridades judías, que les habían prohibido predicar en nombre del Señor Jesús. Las autoridades tenían miedo de que el nombre de Jesús se extendiera y aumentara el número de sus seguidores. De ese modo ellos podían perder adeptos.

El sumo sacerdote y todos los suyos, en arrebato de celo religioso, habían metido a los apóstoles en la cárcel (cf. Hch 5, 17-18), pensando que hacían algo bueno y que de ese modo, mantenían la legalidad. Estas autoridades actuaban pensando que estaban salvaguardando la fe del pueblo y haciendo una buena obra.

A lo largo de la historia ha habido muchas autoridades que han perseguido a los cristianos no con buenas intenciones religiosas, sino pretendiendo acabar con ellos y con la Iglesia de Cristo.
Sin embargo la vida de los fieles está en manos de Dios. Los apóstoles se fiaron de su Maestro. El ángel del Señor les abrió las puertas de la cárcel y los liberó, encomendándoles que fueran al templo y explicaran al pueblo este modo nuevo de vivir, siguiendo a Jesús de Nazaret (cf. Hch 5, 20); y así lo hicieron ellos.

Ante el asombro de las autoridades, que no llegaban a explicarse lo sucedido, los apóstoles seguían predicando la Buena Nueva a la gente: «Los hombres que metisteis en la cárcel –les dijeron– están en el templo, enseñando al pueblo» (Hch 5, 25); los apóstoles desafiaron la prohibición de esas autoridades.

4. Confiar plenamente en Dios implica adorarlo
Si nuestra vida está en manos de Dios y todo lo recibimos de Él, una consecuencia lógica es la actitud de adoración y de confianza en el Señor, que todo fiel cristiano está llamado a vivir.

El papa Francisco nos hace una pregunta: “Tú, yo, ¿adoramos al Señor? ¿Acudimos a Dios sólo para pedir, para agradecer, o nos dirigimos a él también para adorarlo? Pero, entonces, ¿qué quiere decir adorar a Dios? Significa aprender a estar con él, a pararse a dialogar con él, sintiendo que su presencia es la más verdadera, la más buena, la más importante de todas (…). Adorar al Señor quiere decir darle a él el lugar que le corresponde; adorar al Señor quiere decir afirmar, creer –pero no simplemente de palabra– que únicamente él guía verdaderamente nuestra vida; adorar al Señor quiere decir que estamos convencidos ante él de que es el único Dios, el Dios de nuestra vida, el Dios de nuestra historia. Esto tiene una consecuencia en nuestra vida: despojarnos de tantos ídolos, pequeños o grandes” (Francisco, Homilía en el III Domingo de Pascua, 3. San Pablo Extramuros-Roma, 14.04.2013). Esto es lo que hicieron nuestros Patronos.

Pedimos a los santos Ciriaco y Paula que intercedan por nosotros para que el Señor sea siempre el único Dios de nuestra vida; y que lo adoremos sólo a él, despojándonos de todos los ídolos. Nuestra vida está en manos de Dios, que nos ama infinitamente.

Pedimos también a la Santísima Virgen María, Nuestra Señora de la  Victoria, que nos ayude en el camino del anuncio y del testimonio del  Evangelio de Cristo; que nos ayude a dar testimonio también de esa confianza en Dios y a ponernos en sus manos amorosas de Padre.

Amén.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo