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Predicación de la novena a Santa María de la Victoria. Día 9º.

Publicado: 16/09/2014: 13167

NOVENA A SANTA MARÍA DE LA VICTORIA. DÍA 9º.

Catedral de Málaga (7 septiembre 2014)

Lecturas: Miqueas 5,1-4; Sal 12,6ab.6cd; Rom 8,28-30; Mt 1,1-16.18-23

Compartir con María “el gusto espiritual de ser pueblo”

1. Introducción

Querido Señor Obispo y hermanos concelebrantes, queridos miembros de la Junta de Gobierno de la Hermandad de Sta. María de la Victoria, queridos fieles de las instituciones que venís hoy a venerar a nuestra patrona.

Nos congregamos bajo la mirada maternal de Santa María de la Victoria, para celebrar su nacimiento, con el deseo y la esperanza de que ella fortalezca la fe y acreciente la esperanza y avive en todos nosotros la pasión por anunciar el Evangelio.

2. La palabra de Dios

Acabamos de oír las palabras de San Pablo tomadas de la carta a los Romanos: “a los que Dios ha llamado conforme a su designio” y acogen su llamada, “todo les sirve para el bien”. Dios nos elige para que seamos imagen de su Hijo, para que él, Cristo, sea el primogénito de muchos hermanos. Pero no sólo elige, nos ha llamado y justificado; es decir, hecho justos por la fe y el bautismo. San Pablo está tan seguro de la fidelidad de Dios, que llega a afirmar que nos ha glorificado. Algo que esperemos recibir del Señor, cuando nos llame su misericordia.

Todas esas afirmaciones de san Pablo se han realizado plenamente y de manera singular, en la Virgen María. Las palabras con que el ángel Gabriel la saluda en Nazaret -¡Alégrate, llena de gracia!- indican que antes que el ángel le proponga ser madre del Mesías y ella acepte, ya está llena de gracia, está colmada de la santidad y del amor de Dios. Y es que Dios, queriendo preparar una digna morada para su Hijo, la ha preservado de todo pecado, desde el momento de su concepción. De esta manera, en la Virgen, que ya ha sido glorificada en su asunción, brilla de manera extraordinaria el poder salvador de Dios.

Alguien podrá pensar equivocadamente que si la Virgen no ha sido tocada por el pecado, es tan especial que a fin de cuentas no podrá entendernos del todo, ser todo lo cercana a nosotros que necesitamos. Nada más lejos de la realidad. ¿Qué es lo que nos separa a nosotros de los demás, sino el pecado? ¿Qué es lo que hace que incluso nos cueste aceptarnos a nosotros mismos, con nuestras debilidades, sino el pecado que nos impide aceptar que no seamos todo lo perfecto y buenos que quisiéramos? La Virgen María, concebida sin pecado original, es más cercana a nosotros que nosotros mismos. ¡Qué dicha la nuestra! Poder acoger la presencia maternal de la Virgen, que es más íntima y cercana a nosotros que nosotros mimos.

Para cumplir lo anunciado por el profeta Miqueas, Dios ha elegido una joven humilde de Nazaret, en vez de buscar una persona o un lugar con más influencia y medios. Dios que siempre elige lo débil, tampoco había elegido un personaje poderoso para regir a su pueblo, sino a David, pastor de ovejas, a quien ungió rey y prometió que de su descendencia nacería el Mesías. Tampoco eligió Dios la ciudad más importante e influyente del tiempo, Roma, ni siquiera Jerusalén sino Belén, una de las más pequeñas de Judá. Una lectura atenta de la Biblia nos permite ver que Dios conduce su plan de salvación sirviéndose normalmente de los humildes y pequeños, no del poder y de la grandeza.

El Evangelio que acaba de proclamarse nos muestra cuál es el origen de Jesús. La genealogía que hemos escuchado, que a primera vista puede resultar monótona y aburrida, es una manifestación espléndida de la desmesura del amor de Dios y de su pasión por los hombres. Dios ha conducido la historia a través de personas débiles, frágiles, como podemos verificar si vemos quiénes eran y qué hicieron las que aparecen en la genealogía de Jesús.

Para darnos cuenta baste algún detalle. En la lista aparecen cuatro mujeres: Tamar, Rajab, Rut y la mujer de Urías. Son cuatro extranjeras a través de las cuales la línea de las promesas divinas continúa de forma sorprendente. Tamar que urdió un engaño y engendró un hijo de su suegro Judá (Gn 38,1-30); Rajab (Jos 2,1-21), una prostituta de Jericó que colaboró en su conquista y se unió al pueblo de Israel; Rut, que era de origen moabita y se convirtió en «abuela» de David (Rut 1-4); la mujer de Urías, que engendró de David a Salomón en un contexto de homicidio y adulterio (2 Sm 11-12). Todas ellas extranjeras que llegaron a ser madres de forma extraña. Incluyéndolas en la lista el evangelista nos muestra que los paganos tienen un lugar en los planes de Dios, y que el misterioso nacimiento de Jesús a través de María tiene su lógica en toda la Historia de la Salvación. Es Dios, y no los hombres, quien mueve los hilos de esta historia de forma sorprendente.

Jesús participa del honor de sus antepasados, pero también es solidario, que no cómplice, de sus debilidades: Las bendición prometida a Abrahán (Gn 12,3) para todos los pueblos y la promesa hecha a David (2 Sm 7,1-7) se cumplen en Jesús.

Nosotros tan dados a olvidar a los que no alcanzaron poder o relevancia social de nuestra familia y Dios valiéndose de personas pequeñas y débiles para cumplir sus promesas. ¡Qué sorprendentes y admirables son sus caminos!

En esta historia de salvación, José tiene un lugar singular. José está desposado con María; un compromiso que sólo podía disolverse con el divorcio. Al tener noticia del embarazo de María, decidió repudiarla en secreto; él quiere evitar que sea juzgada como adúltera. Sin saberlo, José, que era justo, actuó de acuerdo con la voluntad de Dios. Dios le pide que no tenga reparo en llevarse a María, su mujer -“porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”- y que le imponga de nombre: “Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.” José obedece, asumiendo las funciones de padre del niño. Así entra Jesús en la descendencia de David y de Abrahán.

¡Qué desconcertante es Dios! Los medios que elige para llevar a cabo la salvación muestran que es su gracia y su fidelidad quienes llevan adelante la obra salvadora. Si me lo permitís, aplicando una afirmación frecuente del Papa Francisco, podríamos decir que Dios, Pastor de su pueblo, y Jesús, su Hijo, tienen olor a oveja, tienen el gusto de ser pueblo, de caminar junto a él.

3. El gusto espiritual de ser pueblo

Por eso no es de extrañar que el papa Francisco nos diga que si queremos ser evangelizadores con garra tenemos que “desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo (EG 268).

Jesús mismo es el modelo de esta opción evangelizadora que nos introduce en el corazón del pueblo. Cautivados por Jesús, debemos desear integrarnos a fondo en la sociedad, compartiendo la vida con todos, escuchando sus inquietudes, colaborando material y espiritualmente con los demás en sus necesidades; compartiendo sus alegrías y penas; comprometiéndonos en la construcción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás. Y esto como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga identidad (EG 269).  Y quiere que estemos en el mundo no como enemigos que señalan y condenan, sino con dulzura y respeto» (1 Pe 3,16), «y en cuanto de nosotros dependa, en paz con todos los hombres» (Rm 12,18). Sin cansarnos «de hacer el bien» (Ga 6,9) y sin pretender aparecer como superiores, sino «considerando a los demás como superiores a uno mismo» (Flp 2,3). (…) Queda claro que Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo. Ésta no es la opinión de un Papa (…) son indicaciones de la Palabra de Dios tan claras, directas y contundentes que no necesitan interpretaciones que les quiten fuerza interpelante. Vivámoslas (…) sin comentarios. De ese modo, experimentaremos el gozo misionero de compartir la vida con el pueblo fiel a Dios tratando de encender el fuego en el corazón del mundo (EG 271).

4. Conclusión

Estos días hemos contemplado a la Virgen María, que nos invita a consagrarnos, como ella, a buscar y hacer la voluntad de Dios, adorándolo así como él quiere ser adorado: en espíritu y verdad, a salir comunicar la alegría del Evangelio, movidos por la pasión por Dios y por los hombres, y la experiencia personal de que el Señor es el único salvador de los hombres. Como a los apóstoles, nos acompaña con su intercesión, para que el Espíritu nos impulse a ser evangelizadores al estilo de María: contemplativos, humildes, con ternura, buscando la justicia y saliendo al encuentro de los demás (EG 288).

A ella que conoce nuestras debilidades y es Madre y modelo de misericordia le pedimos que interceda para que la invitación que nos hace el Papa “a una nueva etapa evangelizadora sea acogida por toda la comunidad eclesial” (EG 287).

Santa María de la Victoria, ruega por nosotros.

Gabriel Leal

Sacerdote diocesano

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