Entró, echó una mirada a su alrededor y se dirigió al primer ángel que vio. “Buenos días”, le dijo. “Los tenga usted”, respondió el ángel. “¿Qué venden aquí?”. “¡De todo!”, exclamó el ángel con una sonrisa.
Entonces, alzó la voz y dijo: “Quiero la paz, para que se acaben las guerras; y la justicia, para que no sufran los inocentes; y despácheme también la verdad, para que desaparezca la mentira y los hombres crean cuanto dicen”. El ángel lo miró con suma tranquilidad y dijo: “Perdone, pero creo que usted se ha confundido: aquí no vendemos los frutos, sino sólo las semillas. Puedo darle la semilla de la paz, de la justicia y de la verdad, pero es usted quien las ha de cuidar, regar y podar, para que crezcan, se hagan árboles y en ellos aniden los pájaros del cielo”.

“El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo”, dijo Jesús.