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\"El amor se comunica a una profundidad que escapa a los sentidos\"

Publicado: 06/06/2014: 8664

“Padre, rece por mí que no tengo tiempo”. Esta petición la hemos oído los sacerdotes más de una vez. Hoy, al oírla de nuevo, he recordado que, cuando vivía lejos de mi casa paterna, alguna vez que me presentaba sin previo aviso, no era raro que mi madre me dijera: «¡Hijo, te estaba esperando!».

¡Te estaba esperando! Y se me ha ocurrido pensar que el amor se comunica a una profundidad que escapa a los sentidos.

«Padre, rece por mí que no tengo tiempo». ¿Acaso el amor de una madre depende del tiempo? La madre ama no porque dedique un tiempo al hijo, sino que le ama siempre. Pues bien, si la oración es ejercicio de amor a Dios, a Dios se le puede orar siempre, es decir, se le puede amar siempre. El salmo 139 dice en el versículo 4: «No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda».

Dios mira nuestro corazón, mira ese instante de amor puro antes que lo transformemos en palabras. San Marcos nos lo apunta cuando recuerda que, «estando Jesús sentado frente al tesoro del templo, observaba cómo la multitud iba echando monedas en el tesoro». Fíjense: observaba el cómo, no el cuanto. Observaba cómo se acercaban y ponían en acto su fe, cómo ofrecían su amor hecho limosna. Por eso, la que menos aportó, fue para Jesús la que en verdad amó, es decir, la que en verdad oró. «Consideremos toda nuestra vida como una sola gran oración», decía Orígenes.

Lorenzo Orellana

Sacerdote diocesano

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