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Domingo de Pascua de Resurrección (Catedral-Málaga)

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor en la Catedral de Málaga // M. ZAMORA
Publicado: 17/04/2022: 1642

Durante la Misa del Domingo de Pascua de 2022, el obispo de Málaga, Mons. Jesús Catalá, pronunció la siguiente homilía.

DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN

(Catedral-Málaga, 17 abril 2022)

Lecturas: Hch 10, 34a.37-43; Sal 117, 1-2.16-17.22-23; 1 Co 5, 6b.8; Jn 20, 1-9.

Renacer en Cristo

1.- La Pascua de resurrección de Cristo, que hoy celebramos, es la victoria sobre el pecado y sobre la muerte. Cristo ha resucitado y nos concede renacer a la vida nueva con él.

En la pascua judía los israelitas debían comer pan ázimo, no fermentado, como signo de la prisa con que salían de Egipto. En la Pascua cristiana se nos invita a quitar la levadura vieja, como dice san Pablo: «Barred la levadura vieja para ser una masa nueva, ya que sois panes ázimos. Porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo» (1 Co 5, 7).

La levadura vieja corresponde al hombre alejado de Dios, corrompido por el mal, cuya vida no tiene sentido verdadero ni horizonte transcendente. La Pascua hemos de celebrarla, no con levadura vieja de corrupción y de maldad, «sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad» (1 Co 5, 8).

2.- Cristo resucitado nos invita a renacer con él y a vivir una vida nueva. Renacer en Cristo significa acoger su presencia de resucitado; salir de la esclavitud del pecado y de los deseos desordenados que nos encadenan; experimentar el amor incondicional que Dios nos tiene; ser capaces de compartir nuestros bienes; superar las idolatrías esclavizantes; vencer la tentación de ser más que los otros; renunciar al deseo desenfrenado de tener.

Vivir la nueva vida en Cristo implica tomar el Evangelio como norma de vida; haber encontrado el camino auténtico, que conduce a la libertad; situarse en la perspectiva de Jesús actuando como él; vivir en esperanza; amar a los demás, incluso a quienes nos rechazan o nos odian; encontrarse con el rostro del Resucitado.

Renacer en Cristo comporta dar más valor a los bienes del cielo que a los de la tierra; creer en la resurrección de Jesucristo; experimentar el don de la fe y vivir el compromiso bautismal; aceptar el perdón de nuestros pecados y estar dispuestos a perdonar a quienes nos ofenden; y cambiar el odio por el amor.

3.- La verdad de la resurrección de Cristo no depende de nuestra comprensión, ni de nuestra emotividad, ni de nuestros sentimientos, ni siquiera de nuestra fe en ella. Se trata de un acontecimiento histórico, objetivo, que ocurrió: Cristo ha resucitado por amor de su Padre-Dios.

Gracias a la resurrección de Jesucristo la noche se convierte en día y la oscuridad en luz; la muerte pierde su aguijón y se convierte en vida; la relación del hombre con Dios, rota por el pecado, queda restaurada; el vacío y el sinsentido del ser humano queda lleno e iluminado; la tristeza se torna en gozo; el pecado es borrado por la gracia; la enemistad se supera con el perdón; y las heridas provocadas por el pecado quedan cicatrizadas.

Con la resurrección de Cristo la fe no es algo irracional, sino muy lógico y humano. A veces se ataca a los cristianos de tener una fe ilógica e irracional; sin embargo, la resurrección de Cristo da racionalidad y humanidad a la fe; creer es razonable y propio del ser humano.

Desde la resurrección de Cristo esperar no es perder el tiempo; amar es compartir y gozar; el perdón se convierte en un acto de fortaleza, no de debilidad, porque quien perdona se asemeja a Dios; la oración es una auténtica relación de amor; y entregar la vida es sembrar para la eternidad. Todo esto es lo que significa la resurrección de Cristo para nosotros.

4.- La verdad de la resurrección y la vida nueva en Cristo acontece a través de la vida y del testimonio de la Iglesia, porque ella misma es la primicia de esa transformación, obra de Dios.

A través del bautismo cambia nuestra identidad esencial y somos hechos hijos de Dios; somos regenerados a una vida nueva en Cristo. Nuestro ser se inserta en un nuevo sujeto más grande, más importante, pero transformado y purificado. San Pablo lo expresa diciendo: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20). ¡Ojalá podamos decirlo nosotros en esta pascua! Es Cristo quien vive, siente y ama en mí.

Como dice el papa Benedicto XVI: “De este modo llegamos a ser uno en Cristo" (Gal 3, 28), un único sujeto nuevo, y nuestro yo es liberado de su aislamiento. “Yo, pero ya no yo”: esta es la fórmula de la existencia cristiana fundada en el bautismo, la fórmula de la resurrección dentro del tiempo, la fórmula de la “novedad” cristiana llamada a transformar el mundo. Aquí radica nuestra alegría pascual. Nuestra vocación y nuestra misión de cristianos consisten en cooperar para que se realice efectivamente, en la realidad diaria de nuestra vida, lo que el Espíritu Santo ha emprendido en nosotros con el bautismo: estamos llamados a ser hombres y mujeres nuevos, para poder ser auténticos testigos del Resucitado y de este modo portadores de la alegría y de la esperanza cristiana en el mundo” (Discurso a los participantes en el IV Congreso Nacional de la Iglesia Italiana, Verona, 19.X.2006).

5.- La vida nueva llega a nosotros mediante la fe y el sacramento del bautismo, que es realmente muerte al pecado y resurrección, porque es un nuevo nacimiento y una vida nueva.

El apóstol Pedro tras su experiencia del sepulcro vacío (cf. Jn 20, 8), que nos narra el evangelio de hoy, creyó en la resurrección del Señor y cambió su vida completamente, renaciendo a una vida nueva. A partir de ahí fue capaz de dar testimonio de la resurrección con gran valor, hasta ofrecer su vida, porque comprendió las palabras del Señor: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los amigos» (Jn 15, 13).

En Cristo resucitado hemos renacido para una vida nueva; en Cristo hemos sido regenerados. Ésta es la esperanza cristiana. ¡Vivamos, pues, queridos fieles, la alegría de esta nueva vida en Cristo y renazcamos con él!

¡Feliz Pascua de Resurrección! Amén.

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