El misterio humano busca reivindicarse en la ciudad y en nuestros pueblos. Poder y sexo. Servicio y entrega. Fama y dinero. Silencio y contemplación. Placer y evasión. Todo por separado o junto se abre paso a dentelladas fuertes y calientes en medio de la vida de millares de personas.

Los templos asisten atónitos al discurrir de las horas de las gentes y pretenden comprender qué está pasando en el corazón del hombre y la mujer de hoy. Pareciera que la Palabra no ha tenido acogida en el corazón. Así lo prueba el hecho de que hay quien no cree en el enviado del Padre. Da la sensación de que estamos ante una apostasía silenciosa, ante la historia recurrente y colmada de hastío, mientras algunos siguen viviendo envueltos únicamente entre capas y sayos. El corazón se descubre sin estrellas, como el cielo sin Dios.

Ancianos hacinados, gentes sin techo, refugiados sin refugio; niños que lloran, hombres y mujeres sin dignidad reconocida, rostros sin brillo en la mirada; mujeres maltratadas en su hogar, niños sin posibilidad de nacer, jóvenes sin libertad. ¿Todo seguiría igual si Dios reinase en el corazón? Leemos en la Escritura ¿cómo van a creer si lo que les preocupa es recibir honores los unos de los otros y no se interesan por el verdadero honor que viene del Dios único?