Noticia Diario de una adicta (II). PRIMER PORRO FOTO: Fórmula TV Publicado: 14/03/2016: 6976 El doctor José Rosado, experto en drogodependencias, nos acerca cada semana un fragmento de un diario de una de sus pacientes, víctima de la droga. El deseo de su autora es que su experiencia sirva de ayuda a otros jóvenes y familias que pasen por una situación similar Gracias a la lectura de una obra de López de Vega, descubrí a los clásicos y me entusiasmé con sus escritos. En una ocasión que asistí a la representación de una obra de teatro en la universidad, tuve la sensación íntima, y una seguridad llena de alegría: mi carrera sería Arte Dramático. Me dio tan fuerte, que en pocos días estaba integrada en el grupo de teatro del colegio y los escaso ensayos que teníamos eran, para mí, momentos de entusiasmo. En este periodo fue cuando mi vida tuvo sentido, claridad y rumbo, y el motor era el arte dramático. Fueron años completos y repletos de venturas. La alegría que experimentaba, llena de ilusiones, motivaba mi conducta y fundamentaba mi vida. Las relaciones con todas las personas con las que trataba eran muy buenas, incluidos mis padres y hermano. Mi estado de ánimo positivo y satisfactorio se contagiaba, y la obsesión por aprender, saber y formarme se convirtieron en objetivos existenciales: sabía hacia dónde dirigirme y todo lo aprovechaba en esa dirección. Integrada por dentro y por fuera todo me parecía bien. Las reuniones con el grupo de amigas eran sagradas y sistemáticas todos los fines de semana, aunque cualquier ocasión o excusa, buscada o accidental, la aprovechábamos para estar juntas. La afinidad en la manera de pensar nos permitía fortalecernos y sentirnos autónomas, seguras e independientes. ¡Sabíamos lo que hacíamos! Así que cuando, esa tarde, alguien insinuó que podríamos hacernos unos porritos, la aceptación fue unánime y clara. Tampoco era la primera vez para algunas. El lugar era la casa de Teresa pues sus padres estaban de viaje. Realmente yo sólo tuve una sensación agria en la garganta y un poco de mareo, en vez de la tranquilidad, paz y desinhibición que decían experimentaron ellas. En esa misma semana, coincidiendo con una fiesta de cumpleaños, avanzada la noche, otra vez me ofrecieron participar en la rueda de porros. De manera muy tímida llegué a rechazarla, pero ante la insistencia, el cuerpo alegre por unos chupitos, el ambiente que tenía alrededor y la falta de argumentos, acepté la invitación. Esta vez sí tuve una sensación de alejamiento de la realidad, y un júbilo que me hizo pasar un buen rato. Después bebí un sorbo de un combinado y me fui a casa. Sólo deseaba acostarme y dormir. Mi despertar fue bueno y me encontraba perfectamente. Como era domingo, estuve con mis padres en la comida, pero tenía ya la intranquilidad que ellos me notaran algo raro. Nada de nada, al revés, me alabaron lo bien que estaba y lo bien que me veían. ¡Qué tranquilidad! Por la tarde me quedé en casa y, reflexionando sobre lo ocurrido, me preguntaba cómo una planta, unas hojas de un arbusto, me podía ocasionar una experiencia interior tan gratificante, y comprendí la razón por lo que, según decían, los enfermos de cáncer y sometidos a quimioterapia la utilizan para aliviar sus penas, evitar las náuseas persistentes que le produce, e incluso disminuir sus dolores. Así que, ¿por qué no usarlo cuando me encuentre deprimida o chunga?, ¿qué me puede pasar? La bondad de fumar unas hierbas inocuas para evitar cualquier tipo de molestias físicas o psíquicas entraba de lleno en una razonable lógica. Lo comenté con Teresa y ella me confesó que su novio fumaba casi todos los días y nunca le notaba nada anormal, y ella misma le acompañaba en muchas ocasiones. Incluso, cuando surgía algún problema entre ellos, el porro lo difuminaba, y si no lo solucionaba, al menos lo hacia olvidar. Aceptada la idea de inocuidad e incluso de la bondad de cualquier acto, ya se sabe que, al no existir ninguna oposición, sólo será cuestión de tiempo para que en la primera oportunidad, se realice; pasar de potencia a acto, es cuestión simplemente de ocasión. Durante unos meses, la frecuencia de hacerse un canuto, fue pasando de esporádico a sistemático y las ocasiones semanales aumentaron, pero nada cambió ni se quebró en las relaciones con los demás, ni tampoco en mis estudios, aspecto físico o mental; así lo pensaba.