Si la Biblia fuese un huerto que pudiésemos contemplar a vuelo de pájaro y la oración fuese su flora, descubriríamos cómo abunda el verde oliva de la oración de petición, el verde luminoso de la alabanza, el verde claro de la acción de gracias y el verde-mar que descubren los profetas cuando repiten que lo que a Dios agrada es justicia y derecho. Jeremías lo expresa como nadie, pues un día, puesto en pie
a la entrada del templo, repite a cuantos llegan para orar: «éste es el templo del Señor... Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones, si juzgáis rectamente entre un hombre y su prójimo, si no explotáis al forastero, al huérfano y a la viuda, si no derramáis sangre inocente. Entonces, dice Dios, habitaré con vosotros».

Como ven, Dios anuncia en su Palabra que la oración debe llevarnos desde la súplica, la alabanza y gratitud, al derecho, la justicia y el amor. Y para que no lo olvidemos, Cristo nos lo resumió todo en dos palabras: “Padre nuestro”, porque lo que a Dios agrada es que vivamos como hijos y hermanos.