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Una revolución espiritual en el Año de la fe

Publicado: 25/10/2012: 6412

Tenemos que buscar un nuevo modo de estar en el mundo, con los otros, con la naturaleza, con la tierra y con la última realidad. Hemos de aprender a ser más con menos y satisfacer nuestras necesidades con sentido de solidaridad con los millones de personas que pasan hambre y con el futuro de nuestros hijos y nietos. O cambiamos o vamos hacia el encuentro de previsibles tragedias ecológicas y humanas.

Cuando los poderosos de este mundo, los que controlan las finanzas y los destinos de los pueblos se reúnen, nunca es para discutir el  futuro de la  vida humana y la conservación del planeta. Lo hacen para tratar de dinero, cómo salvar el sistema financiero y especulativo, cómo garantizar las tasas  de interés y los beneficios de los bancos. Y cuando alguna vez hablan de ecología es pura retórica. Olvidan que la tierra puede vivir sin nosotros, como vivió miles de millones de años, pero nosotros no podemos vivir sin ella.

Necesitamos una revolución espiritual. Tenemos que convencernos de que la espiritualidad no es monopolio de las religiones. Pensemos que la religiones surgieron en la historia de la humanidad hace cerca de ocho mil años. La espiritualidad, por el contrario, es tan antigua como la misma humanidad. Es el fundamento de toda religión. Para ser espiritual no tenemos que estar necesariamente afiliados a una confesión religiosa. En otra ocasión hablaremos de  los llamados místicos laicos.

Ser espiritual es despertar la dimensión más profunda que hay en nosotros, que nos hace sensibles a la solidaridad, a la justicia para todos, a la cooperación, a  la fraternidad universal, al amor incondicional. La espiritualidad nos saca de la soledad que hace que nos sintamos perdidos en el mundo y sin  raíces, sin saber hacia donde vamos. La auténtica espiritualidad nos conecta con todas las cosas, nos fortalece en la esperanza de que el sentido es más fuerte que el absurdo y que la luz tiene más derechos que las tinieblas. La espiritualidad nos estimula a ofrecer amistad, a construir humanidad, a cultivar el perdón, a luchar por la justicia, a ser capaces de dar vida y dar la vida. ¡Qué buen programa para el Año de la fe!

La crisis actual, con sus severas amenazas que pesan globalmente sobre tantas personas, nos está retando: solo personas de fe, más creyentes, más espirituales, más profundamente solidarias, podremos  evitar una catástrofe ecológica y humanitaria. Solo políticos más espirituales comprenderían que más importante que salvar la banca u obedecer a las consignas de la troica, es salvar a las personas.

Autor: diocesismalaga.es

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