«De la amenaza al gozo» Publicado: 06/08/2012: 1142 Los cristianos que por razones de estudio, trabajo o turismo recorren Europa Occidental, constatan que los participantes en las misas dominicales son, en su gran mayoría, personas mayores, de cincuenta a sesenta años para arriba. Parece que, gracias a Dios, no es así en América Latina y en los llamados países de misión. Deteniéndonos en Europa Occidental, en las encuestas hechas a los jóvenes sobre por qué no van a misa, éstos suelen contestar con un simple “me aburro’’. Parece que, los que ahora peinamos canas, cuando jóvenes sí íbamos a misa. Bueno, en honor a la verdad, no es que nuestras iglesias se vieran repletas de jóvenes, no; pero sí que se veían muchos más. Las razones o causas de la ausencia de jóvenes en las misas dominicales son muchas y complejas. Entre ellas, sin duda, la acelerada descristianización que nos invade. La alarma que se lanzó allá por los años sesenta de “¡Francia, país de misión!”, es trasladable a casi todo el viejo Continente: “¡Europa, país de misión!” ¿O es que Europa había sido antes más cristianizada que evangelizada? Tengo la esperanza de que después del exilio viene la vuelta a la patria; después del invierno, siempre llega la primavera y el verano; después de cruzar el desierto, se llega a tierras fértiles. Todo será, como siempre, don de Dios. Mientras tanto, es necesario detenernos, reflexionar y actuar. Estoy profundamente convencido de que el Espíritu de Dios “anda metido” en el drama de la Iglesia, que, al fin y al cabo, es el drama de la humanidad. El nos empuja a superar miedos y a compartir gozos. Si años atrás los cristianos, los jóvenes sobre todo, se esforzaban en vivir en cristiano, en ir a misa, en hacer esto y evitar lo otro... por temor a las penas eternas del infierno, hoy, sin olvidar el riesgo, el Espíritu nos empuja a vivir y a actuar por el gozo de sentirnos hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. Pasamos de la amenaza al gozo. Y el gozo, es decir, la felicidad profunda que Dios nos ofrece ahora, aquí y en el más allá, es más fuerte que el temor. La fe cristiana es una invitación a la felicidad. Y si todos, especialmente los jóvenes, se sienten atraídos por la felicidad, deberemos ayudarles a descubrir que el seguimiento de Jesús es la gran oportunidad de “vivir a tope” la vida. La celebración del Jubileo se centra en la misa. La Eucaristía es el quicio del Año Santo porque es el quicio de la vida cristiana. Y este Año de Gracia tiene como objetivo profundizar en el conocimiento de la fe cristiana y en su “puesta en marcha” en la vida. En una palabra: seguir a Cristo, que es de ayer, de hoy y de siempre. El misterio de Cristo presente se realiza en la celebración de la Eucaristía. Cuando, en la Ultima Cena, Jesús dijo: “Haced esto en conmemoración mía”, no deseaba sólo que los cristianos viviéramos acordándonos de El; no, Jesús quería que la cena celebrada por sus fieles fuera un memorial. Y el memorial es muchísimo más que un simple recuerdo. El memorial es definido por su realidad objetiva. No consiste simplemente en una memoria subjetiva, en un recuerdo que es realidad sólo en el pensamiento. Memorial es una manifestación exterior, institucional, de la memoria, es recuerdo que se inscribe definitivamente en la historia para dar un carácter perpetuo al acontecimiento que debe ser conmemorado. La Eucaristía hace presente en medio de la comunidad todo el misterio de Cristo: su encarnación, su pasión-muerte y su resurrección. Más no podíamos imaginar, y menos, pedir. Es necesario que la Iglesia, nosotros, demos a la misa la expresividad del gozo más amplio y profundo. Deberemos “corregir” las misas que aburren y entristecen. Deberemos encontrar los elementos de la cultura moderna que, sin desviarnos ni un ápice de “la tradición recibida’’ (1 Cor 11, 23), den a la celebración de la Eucaristía la dimensión del gozo que experimenta quien se siente amado infinitamente por Dios en Cristo. Entonces la obligación de ir a misa será superada por el gozo de quien ve cubierta su necesidad vital y radical. Volveremos a ir a misa no porque está mandado, sino porque tenemos necesidad de ella, y en ella experimentamos el gozo más profundo y amplio. Marzo 2000. Autor: Mons. Ramón Buxarrais