Así lo afirma el reciente estudio de la prestigiosa revista nor­teamericana Forbes. Porque, pese a todas las dificultades ac­tuales, el sacerdote experimenta el gozo de la entrega y el ser­vicio desinteresado, acompaña a las personas, es instrumento de la misericordia de Dios, preside la Eucaristía, anuncia la Palabra, anima y guía a la comunidad.

Pero el sacerdocio no es “profesión”, sino vocación, es de­cir, un proyecto de vida como respuesta a una llamada de Dios. Tiene que ver con el interior de la persona, abarca todas las dimensiones de la vida y exige determinación espiritual, entrega absoluta, gratuita, permanente y en exclusividad. El sacerdote está animado por un amor y una pasión: amor a Jesús y pasión por el Evangelio.

Nuestra Diócesis necesita buenos y apasionados pastores que lleven a nuestros pueblos y ciudades la esperanza de la salvación, la llegada del Reino de Dios. En este Día del Semi­nario recemos para que no se apague la pasión en los sacer­dotes y broten nuevas vocaciones sacerdotales. Propiciemos que los jóvenes se pregunten qué es lo que el Señor quiere de ellos, porque seguir la llamada es lo que llenará sus vidas de sentido y felicidad. Y ayudemos económicamente al sosteni­miento de los seminaristas.

Que la Virgen María, Madre sacerdotal y estrella de la evangelización, acompañe y bendiga nuestro Seminario.