Hay cosas que no entiendo. El Congreso ha aprobado subir el sueldo a los diputados un 3,5%. Con la que está cayendo. No creo que haya que recordarlo: millares de personas en las colas del hambre, familias que no llegan a final del mes, hipotecas que suben un 35%; recesión, inflación, impuestos... Otoño caliente, como se definió en pleno verano, cuando nos agarrábamos al décimo de la lotería de Navidad, por si toca.

Hay gestos vinculados, además, al erario público que pudiendo ser de justicia, nadie pone en tela de juicio la responsabilidad pública de la clase política, no sé hasta qué punto son apropiados en este momento histórico que atravesamos con el telón de fondo de un conflicto bélico en Europa.

Desconocemos a ciencia cierta el futuro, porque las guerras empiezan y no sabes cuándo terminan ni cómo terminan. Pero podemos gestionar el presente. Solidaria, subsidiaria y coyunturalmente. No se trata de aprovecharse de una posición privilegiada para sumar euros a la cuenta, aunque todo haya subido mucho; basta acercarse a comprar al súper o pagar la factura de la luz. 

Debe ser complicado estar en el pellejo del gestor público y máxime a las puertas de elecciones, pero conviene recordar que más complicado es vivir en la piel del vecino al que se le hace cuesta arriba vivir con los precios como están. 

En ese mientras tanto, los sacerdotes mantienen su salario, los cristianos y gente de buena voluntad siguen aportando a Cáritas, las parroquias atienden a quien llama a sus puertas y se sigue escuchando dramones en los confesionarios o despachos parroquiales. Todo un panorama que recomiendo vivir de primera mano a quienes deciden subirse el sueldo, aprobar los cambios de móviles con dinero público o pretenden gestionar el futuro de España en los próximos años.