La lectura atenta de los relatos evangélicos de las apariciones del Resucitado nos revela enormes diferencias que no pueden sino causar perplejidad: Marcos (16,1-8), Mateo (28,1-10), Lucas (24,1-53) y Juan (20,1-31) narran sucesos diferentes e imposibles de armonizar. Esa disparidad nos indica que los evangelistas no quieren tanto hacer crónica de unos acontecimientos, sino expresar
las diversas experiencias de fe en el Resucitado.

El texto de este domingo (Juan 20, 19-31) nos relata una aparición a los discípulos la tarde del Domingo de Resurrección y una segunda el domingo siguiente. Son varias las experiencias de fe que viven los discípulos en estos encuentros: la identidad del Resucitado con el Crucificado («les mostró las manos y el costado»); el miedo de los discípulos se transforma en alegría; el Resucitado les deja su Espíritu («sopló sobre ellos y añadió: recibid el Espíritu Santo»). Y esa triple experiencia del Resucitado la pueden tener aun los que no lo hayan visto («dichosos los que crean sin haber visto»).

Nosotros, los que no hemos visto, estamos llamados a experimentar desde la fe que creemos que la última palabra la tiene la Vida y no la muerte, si vivimos en alegría y esperanza cuando todo quiera inducirnos al miedo y la desconfianza, si nos dejamos guiar por el Espíritu de Jesús.