En este cuarto domingo de Cuaresma, el evangelio narra unos de los milagros de Jesús en los que se pone de manifiesto, una vez más, las distintas actitudes del corazón humano ante la acción de Dios.

Jesús paseaba por las calles, como el papa Francisco nos ha pedido a los cristianos. Pero Él caminaba
con ojos de misericordia, por ello todo sufrimiento humano era una llamada para Él, como ocurrió en el encuentro con el ciego de nacimiento. Pero, he aquí que, ante el milagro patente de la curación de su ceguera, se dieron reacciones muy diversas, las mismas que hoy se repiten:

-Los que, guiados por su lógica humana, negaban el prodigio aludiendo que no era el auténtico ciego que ellos conocían. ¡Cuánto nos cuesta aceptar lo que nuestra razón no comprende y cómo buscamos explicaciones humanas a lo que solo Dios tiene respuesta!

-Aparecen también los fariseos, los confiados en su sabiduría y preceptos, pero que estaban ciegos a la esencia de la misericordia divina. Es por ello por lo que se creen con derecho de juzgar al inocente y no
están dispuestos a aceptar la Verdad por la dureza de su corazón.

-Por último, están los sencillos de corazón, a los que no les cuesta admitir que el poder de Dios es más grande que sus propias limitaciones. Solo ellos están abiertos y reconocerán el milagro continuo en sus vidas. Reflexionemos hoy a qué grupo pertenecemos, qué nos impide ver a Dios y experimentar su misericordia. Pidámosle que nos dé esa nueva mirada que lo cambia todo.