Vida Diocesana

Teresa y Rafael

Publicado: 09/01/2015: 1908

No, no se trata de una pareja de cantantes de los años setenta, ni los nombres que encabezan una invitación de boda. Se trata de dos enamorados. No entre sí. Sino de dos personas que han vivido por y para el Evangelio del que quedaron prendados desde su juventud.

Estar enamorados es vivir en amor. A Dios y al prójimo. Estas dos personas, que han marchado hacia el Padre en los finales del año 2014 y principios del 2015, han dedicado toda su vida a los demás. No estoy haciendo una necrológica al uso. Estoy aseverando una actitud de vida que he compartido y disfrutado durante años. Personas que me han acompañado y marcado mi vivencia como persona.

Teresa Redondo Gámez era una monja de Villa San Pedro; la monja de Villa San Pedro. Nacida en Vélez-Málaga hace 88 años, había sido sor desde siempre. Yo conviví con ella a lo largo de muchos años. Atendía la casa donde, desde el principio, se venían realizando los Cursillos de Cristiandad. Desde los años setenta hasta ahora, era la ayuda amable y sacrificada. Jamás protestaba porque llegáramos un par de horas tarde al comedor, que los jóvenes le armaran un follón a las dos de la mañana o las echásemos de su capilla, en pleno rezo, porque la necesitásemos. Y, sobre todo, intuía cuando tenía que apretar la oración de su comunidad porque el Cursillo era más duro que de costumbre. Personalmente conocía, y seguía la vida, de los míos. En esa casa hemos celebrado bodas, comuniones y bautizos de

mi familia. Una foto de la misma estuvo muchos años sobre el piano del salón de la comunidad.

Rafael Carbonell Cadenas de Llano era uno de esos maravillosos jesuitas de la segunda parte del siglo pasado, que supo conectar con los jóvenes de la época. Yo lo conocí con mis catorce años en la Congregación de los Luises, allá en Calle Pozos Dulces. Rafael fue jesuita durante 75 años y fue mi amigo y consejero durante los últimos 45. Nos preparó para casarnos, nos recasó en nuestras bodas de plata. Me recibía donde fuera; después de esas maravillosas eucaristías que vivía a diario en el Sagrado Corazón, donde había momentos en que se le veía conectar directamente con el Señor; en la calle, en su cuarto. Más tarde, cuando vivía en una residencia provisional en un hotel de Pedregalejo, en el comedor y, finalmente, desde la cama, en su residencia última del Palo.

Estuve con él en una de sus múltiples visitas a la Prisión Provincial donde acudía como voluntario de prisiones. Su labor allí le hizo conectar con los reclusos de una forma especial. Asistió con nosotros a un Cursillo para acompañar a un preso que recibió la primera Comunión en el mismo. Tantas y tantas vivencias. No hace más de dos años nos acompañó en la comida de los primeros viernes al grupo de los que, gracias a él y a sus consejos, permanecemos unidos y cerca del Señor. Anoche nos encontramos en su entierro.

Dos personas sencillas y cercanas. Puente entre Dios y los hombres. Dos personas que curiosamente han estado trabajando a tope durante casi veinticinco años después de la edad de jubilación. Auténticos representantes del “segmento de plata”.


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