Vida DiocesanaHojas de hierba

Corrupción y corruptos

Publicado: 31/10/2014: 4119

Cincuenta y un políticos, ediles y funcionarios han sido detenidos en la Operación Púnica. Están supuestamente implicados en una trama de corrupción que adjudicó servicios públicos por valor de 250 millones de euros en los dos últimos años.

Siempre que salta un caso de estos preocupa ver si Málaga ha sido tocada por el dedo corruptor. En este caso no.  Pero sí de nuevo la piel de toro y algunos de sus habitantes.  A un ramillete de ellos la ciudadanía les había confiado la gestión de la res pública, entre ellos varios alcaldes.  Hace unos días el Papa lanzó una fuerte condena contra la corrupción que calificó como un proceso de muerte que se ha vuelto habitual en la sociedad.   Hay pocas cosas más difíciles que abrir una brecha en un corazón corrupto, decía Francisco. Porque quien se ha instalado en la corrupción vive podrido.  No hablamos de una herida. Tampoco de una equivocación.  Sino de un modus operandi que propicia injusticia por doquier. Desgraciadamente la persona corrupta vive del oportunismo.  Aprovecha su estatus. E incluso llega a vivir tranquilamente en medio de un mundo de mentiras al haber anestesiado su conducta en no pocos casos.

El corrupto busca disminuir cualquiera autoridad moral que pueda cuestionarlo. Es normal: no quiere nadie que le haga sombra. Ni le indique el camino a seguir.  En este sentido, el subjetivismo y el relativismo instalado en las conciencias de muchos individuos se convierten en un gran aliado para el corrupto.  Se cree vencedor porque se hace lo que él piensa en función del contexto que él valora oportuno. Este cóctel del yo y el depende le permite vivir bien entre quienes controla y domina a base de billetes o pactos.  No sabe a qué huele la justicia y el bien común. Lo más peligroso de todo es que en la mayoría de los casos el corrupto no percibe su corrupción. Por tal motivo, difícilmente podrá salir de su estado a través de su conciencia.  Vive instalado en la mentira. Se sitúa en las antípodas del deber de la conciencia: ajustarse a la verdad. Precisamente por eso la corrupción debe ser iluminada y curada con una reflexión moral apropiada y ajustada a verdad. Con una ética que ilumine la acción más allá del aparato legislativo.  Sin ésta las leyes se convierten en mera estructura punitiva y coercitiva que intenta atrapar el agua.


 


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