Vida Diocesana

Una paella distinta

La paella cocinada en la comisaría de La Línea · Autor: M. Moreno-EL PAÍS
Publicado: 21/08/2014: 2810

Cada verano se cocinan miles de paellas con motivo de las distintas festividades y celebraciones que proliferan a lo largo del estío. Unas mejores que otras, (todos los que se ponen ante el fogón presumen de hacer la mejor paella del mundo).

La mayoría de ellas hacen pasar a los sufridos invitados por el duro trance de probarla y sufrir las consecuencias del exceso de ingredientes, la falta o exceso  de los mismos, o la inexperiencia generalizada en la mayoría de los “cocinillas” implicados.

Corramos un tupido velo y centrémonos en nuestra “paella distinta” de hoy. La bondad natural de las personas salta a la vista a muy poco que rasquemos la concha superficial que nos ponemos los seres humanos como una especie de autodefensa. Soy de la opinión de que las personas tan solo necesitan un pequeño estímulo para demostrar que la frase acuñada por la “Peña er sombrero” malacitana, en la que pontificaban que “to er mundo e gueno”, se hace realidad de inmediato.

En la comisaria de La Línea de la Concepción se han puesto de acuerdo policías, inmigrantes, voluntarios y algún modesto hostelero, para compartir el pan, la sal, el arroz y la amistad, a cara descubierta. Sin mascarillas. Uno de los inmigrantes ha hecho de cocinero, los policías han puesto el arroz, los pollos y los pimientos y una militante de Izquierda Unida, aunando esfuerzos con Sor Magdalena, una monja que anda por allí, han servido las abundantes raciones que han compartido tirios y troyanos.

¡Qué hermosa imágen! Qué diferencia con la actitud de los paises europeos que han explotado África de una forma exagerada dejándolos luego a su suerte en estados creados, a golpe de escuadra y cartabón, desde confortables despachos en la metrópoli. Primero, con las guerras tribales, que se encargan de alimentar; luego, con las hambrunas y enfermedades, primero el sida y ahora el ébola -que nos preocupamos mucho de que no salga de aquellos territorios- pero que, a mi entender, no abordamos con determinación desde el resto del mundo para paliarlo y, a ser posible, erradicarlo.

El hambre, la necesidad y la vida muelle que se suponen que todo el mundo disfruta en Europa, hace huir a miles de africanos de sus tierras, cruzar el desierto, y, por último embarcarse en la  travesía que a modo de Mar Rojo les permite llegar -a algunos- a la tierra prometida. Les queda un largo camino que recorrer para encontrar lo que buscan, pero ese día, el de la paella, los policias, los voluntarios y los encargados de un bar han sido las manos de Cristo que les han acariciado sus maltrechos hombros. Ojalá se repita este “milagro”.


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