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Al mal con la fuerza del bien

Publicado: 24/02/2014: 11941

Antonio Collado, vicario de la promoción de la fe y párroco de San Juan Bautista de Málaga, nos acompaña en el ejercicio de la Lectio Divina con el Evangelio de este domingo, séptimo del tiempo ordinario.

HAGO SILENCIO. El ruido es fuente de confusión, dispersión, vulgarización del vivir humano. El silencio nos humaniza, nos recrea, nos unifica y capacita para tener experiencias más hondas, más íntimas, más trascendentes. Por eso Dios siempre habla en la Biblia desde la nube, la montaña, la gruta, el silencio. Fue la praxis de Jesús: sólo en el monte orando en la noche. 

LECTURA (LECTIO). Después de hacer silencio acojo el texto del Evangelio de San Mateo 5,38-48. Leo con cuidado y esmero el pasaje desde la motivación creyente: es el Señor que me habla, se dirige a mí para rebelarme los secretos del Reino. Vuelvo al texto tanta veces como creo necesario para hacerlo mío, para apropiarme de él.

MEDITACIÓN (MEDITATIO). Ahora es el momento de adentrarme en el mensaje para descubrir su riqueza. En un marco solemne, Jesús está ofreciendo a sus seguidores una especie de manual básico del discipulado. Tras las bienaventuranzas, les explica cómo deben interpretar la ley de Moisés. Lo hace en seis antítesis, el domingo pasado veíamos las cuatro primeras, hoy la quinta y la sexta.  Vuelve a leer la quinta antítesis (Mt 5, 38-42): ¿A qué ley del Antiguo Testamento se refiere? ¿Qué propone Jesús? ¿Con qué ejemplos se ilustran? La ley del talión buscaba limitar la venganza desmedida y establecer una justa proporción entre la culpa y el castigo, era un avance para las costumbres violentas de su época. Jesús quiere superar esta justicia tan humana que no acaba de raíz con la espiral de violencia y propone: responder al mal con la fuerza del bien. Lejos de ser un acto de cobardía, esta actitud implica un enorme coraje. La última antítesis, ¿a qué ley del Antiguo Testamento se refiere? ¿Cuál es la propuesta de Jesús? Ya la ley de Moisés había prescrito el amor al prójimo (Lv 19,18) pero este término se interpretaba de forma restrictiva, sólo los de la misma religión. Jesús corrige esta interpretación y amplía su cumplimiento. Considerando prójimo también al enemigo, pide que se le ame y que se ore por él. 

Evidentemente, amar al enemigo no significa sentir por él lo mismo que se siente por un amigo. El amor que propone Jesús no entra en el ámbito del sentimiento sino de la acción. ¿Por qué los discípulos de Jesús han de actuar así? Esto va contra toda lógica humana. San Mateo habla de ser perfectos y San Lucas ser misericordiosos; es lo mismo expresado en categorías distintas; por tanto ser “perfectos como el Padre celestial” no significa carecer de limitaciones ni de defectos, algo por otra parte imposible, sino tener las mismas actitudes que Dios, es decir: renunciar a la venganza, amar sin distinción, perdonar y buscar en primer lugar el bien del otro. 

ORACIÓN (ORATIO). Dejo que el Espíritu Santo suscite el diálogo apropiado con el Señor. ¿Cómo es el rostro de Dios que aparece en el pasaje evangélico de hoy? ¿Cómo me invita a relacionarme con Él? ¿Cómo cuidas y alimentas esta relación? ¿Cómo vives en tu vida la experiencia de ser hijo del Padre celestial?

CONTEMPLACIÓN (CONTEMPLATIO). Es el momento cumbre del encuentro. Me detengo en la expresión que más me haya llamado la atención, me haya consolado, interpelado. Adoro, doy gracias, me sitúo en la presencia del Señor que con su gracia me enriquece.

COMPROMISO (ACTIO). ¿Qué dificultades experimento para vivir lo que dice el evangelio de hoy? ¿Encuentro pistas en este mismo pasaje para superar esas dificultades? ¿Creo que es éste un tema actual en nuestro mundo? ¿Qué violencias puedo romper en mi día a día? ¿En qué cambiaría nuestro mundo y nuestra Iglesia si me mostrase como digno hijo del Padre celestial?

Autor: Antonio Collado, sacerdote

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