«Cuaresma: Dios siempre nos abre la puerta»

Publicado: 03/08/2012: 1184

 Juanito llevaba tres años fuera de casa. Había dado tumbos por todo el país, consumiendo y vendiendo droga. Tuvo la dura experiencia de la cárcel, en la que estuvo seis meses por robo. Sus padres, a pesar de pre­guntar a los amigos de su hijo y a la misma policía, no sabían nada de nada de Juanito. Pero le esperaban. Por eso la madre conservaba intacta la habitación de su hijo, limpiándola cada lunes, mientras se decía: “Vol­verá. Cualquier día volverá.” Y así fue.

Juanito, desesperado, estuvo al borde del suicidio. La fundada sos­pecha de que sus padres morirían de pena si llegaba a quitarse la vida, y viéndose sin ropa en aquel crudo invierno, y hambriento, decidió volver a su casa. No podía soportar más aquel no-vivir.

Con alma encogida, mano sucia y temblorosa tocó el timbre. Y a los pocos segundos la puerta se abrió sin brusquedad. Era su madre. “¡Mamá!” dijo con voz entrecortada. “¡Juanito!”, respondió ella. Y lo besó, repri­miendo su emoción, como acostumbraba a hacerlo cuando su hijo regre­saba del trabajo años atrás. Luego apareció el padre. Juanito se lanzó a sus brazos. El padre correspondió al abrazo con todas sus fuerzas, diciendo simple y cariñosamente. “Hola, ¿cómo estás?”

Cuando Juanito intentó entre sollozos explicarles su drama, la ma­dre le interrumpió diciendo: “Anda, ve, dúchate y cámbiate de ropa. La encontrarás en tu armario. Después cenaremos”.

Los padres apenas dejaron que su hijo les contara la amarga expe­riencia de aquellos últimos tres años. Le interrumpían con naturalidad, como no dando importancia a lo pasado, y le contaban que su amigo Andrés se había casado; que su primo se había establecido como peque­ño comerciante; que ella era la presidenta de la Junta de Vecinos; que él, el padre, trabajaba en otra empresa; que...

Y a Juanito se le rompía el alma de gozo al constatar que sus padres no le reprochaban nada de lo pasado y lo trataban como si nada hubiera acaecido.

Esta narración es ficticia; pero, podría muy bien corresponder a la realidad.

Fue Juan Pablo I, el llamado Papa de la sonrisa “inteligente”, la es­trella fugaz del firmamento católico (treinta y tres días de Pontificado), quien, en una de sus contadas alocuciones, dijo que Dios era Padre-Ma­dre a la vez. El Papa quería corregir la que hasta entonces era la figura predominante de Dios: un Dios “varón”, un Dios a semejanza de un hom­bre.

En el Génesis se nos dice que Dios creó al ser humano a semejanza suya, y lo creó macho y hembra. Por tanto, es el hombre-mujer, padre-madre el que “se parece” a Dios.

Por otra parte, sólo conocemos de Dios lo que Jesucristo nos trans­mitió a través de sus propias actitudes y nos dijo con sus palabras. En el Evangelio descubrimos a un Dios justo y exigente (propiedades que se han venido atribuyendo mayormente al hombre-padre), y descubrimos también a un Dios bondadoso y comprensivo (propiedades que se han venido atribuyendo mayormente a la mujer-madre). Veámoslo:

-Jesucristo nos habla de Dios como del justo: “Os daré lo que es justo” (. 20,4), refiriéndose a los viñadores contratados.

- Jesucristo es exigente con la exigencia que sólo puede ser pedida por Dios: “El que no toma su cruz y me sigue detrás, no es digno de mí” ( 10,38).

  • Jesucristo es bondadoso: “Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor”  ( 9, 36).
  • Jesucristo es comprensivo: “Tampoco yo te condeno, le dijo a la prostituta. Vete, (eres libre) y no peques más” (Jn. 8,11).

 

Todos los años, la Iglesia nos invita a vivir el tiempo cuaresmal, como preparación para la Pascua, con actitud de conversión, de vuelta a Dios. Esto se realiza básicamente en el bautismo. De ahí que el tiempo cuaresmal sea para los catecúmenos (miles en países de misión) tiempo de preparación fuerte e inmediata para recibir el bautismo; y para aque­llos que ya lo hemos recibido, una reiterada invitación a volver a las raí­ces, a los orígenes genuinos de nuestra fe, por la que fuimos recibidos a la casa, a la amistad íntima de Dios.

Señor, ayúdame a vivir el tiempo cuaresmal, llamando a las puertas de tu misericordia, por los caminos que me ha trazado la Iglesia.

Febrero 1999.

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

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