17 de julio. «Guiados por unos amigos saharauis, quisimos adentrarnos aún mas en el desierto, cruzando el trópico de Cáncer y llegando hasta un oasis conocido como Imlili. Allí pudimos contemplar los increíbles paisajes y la sorpresa de encontrar un oasis con estanques de agua y peces en mitad del desierto. Era el lugar ideal donde acampar en una jaima para protegernos del sol sahariano y pasar las horas centrales del día», explica José Francisco.

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Y es que, «las jaimas no sólo ofrecen refugio, sino también un espacio en el que compartir la vida. Son un lugar de encuentro y de conversación sobre lo divino y lo humano. Una oportunidad para que pudiéramos seguir conociendo la historia y la vida de los habitantes de esta región de la mano de nuestros guías saharauis, amigos de los misioneros oblatos», destaca nuestro seminarista, quien quedó sorprendido por «la buena relación que tiene con la Iglesia Católica, a la que ven con estima y sienten también como algo propio. Recuerdan con cariño a los misioneros que han ido pasando por aquí, cada uno dejando su huella. Después de décadas a su lado, ellos también forman ya parte de su historia. Conocimos cómo la Iglesia, en este lugar, intenta ejercer su misión también mediante la amistad, con el contacto con sus vecinos, situándose en medio del pueblo. El diálogo con otras religiones se hace aquí realidad en lo cotidiano de la vida diaria, viviendo en relación con el que es distinto, sin encerrarse en sí mismo, sino con la valentía de querer ir hacia el encuentro del otro», concluye José Francisco.

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