Este evangelio de san Juan está incluido en el contexto del domingo “laetare” (de la alegría) en el que el Señor te dice “alégrate”. Se nos adelanta la alegría de lo que vamos a celebrar en la Pascua, la alegría de que Dios haya enviado a su Hijo a la cruz para salvarnos, para que tengamos la vida eterna. Esta es la mayor alegría que descubre el cristiano, el amor que Dios le tiene, porque ha perdonado sus pecados.

En el momento en el que entramos en el pecado, el demonio nos cierra el cielo, nos hace creer que Dios no existe y que no nos quiere, nos alejamos de Dios, caemos en las tinieblas y no podemos obrar en la luz. Jesucristo es la luz que ilumina esta realidad y nos libra del pecado y de la muerte.

No debemos escandalizarnos del sufrimiento de Jesucristo, de que el Padre lleve a su Hijo a la cruz y a la muerte. Gracias a esto, Jesucristo ha vencido la muerte y nos ha abierto las puertas del cielo, por lo que el sufrimiento y la cruz no nos matan.

Esto es un gran misterio, la misericordia y el amor que Dios tiene con nosotros, pues en la primera lectura de este mismo domingo encontramos que el pueblo de Israel paga por sus pecados, el injusto paga por sus deudas. No así ocurre con la llegada de Jesucristo, pues el Justo ha pagado por nuestros pecados, basta que te lo creas para que te salves y puedas obrar en la luz.