Mascarilla obligatoria o recomendable depende qué habitemos. Pero, en todo caso, necesaria.  La mascarilla es además un elemento que permite una mirada diferente sobre el entorno: descubre miradas verdaderas, sonrisas auténticas, expresiones sinceras.

Chicho Ibáñez Serrador explicaba que en su selección para los programas de televisión cubría con la mano la parte inferior del rostro de los candidatos para descubrir, entre otros aspectos, la idoneidad para el programa.  Sea lo que fuere lo que el maestro de la televisión buscara, en esta pandemia, recuerdo su técnica porque tras la mascarilla descubrimos la mirada de las personas.

En este tiempo de pase de fases nos cruzamos con personas que con mascarilla se saludan sin conocerse esbozando una sonrisa; gente que con mascarilla tuneada va protegida; peques que con mascarilla juegan a ser adultos… la mascarilla está dando mucho de sí.  Pero, sobre todo, permite depositar nuestra atención sobre la mirada. Parafraseando a la santa abulense, no se trata de hacer grandes consideraciones con el entendimiento, sino de mirar. La mirada sumerge en el mar del alma sin apenas darte cuenta y es cuando descubres miradas turbias, sinceras, opacas; miradas ingenuas, sencillas, sucias; miradas planas, tristes, vivas; miradas agotadas, descansadas, ensimismadas; miradas duras, agresivas, tiernas; miradas alegres, asustadizas, huidizas…

Pero, como si de un boomerang se tratase, al contemplar la mirada de la otra persona también cada uno es abofeteado y afectado por lo que la mirada deja al retornar, te sitúa en la verdad; lo escribe Ángel González en Muerte en el olvido: “Soy alto porque tú me crees alto, y limpio porque tú me miras con buenos ojos, con mirada limpia.” En definitiva todo un ejercicio de humanidad y bondad eso de mirarse a los ojos con mascarilla.  Y en estos tiempos que corren también de responsabilidad.